miércoles, 30 de octubre de 2013

Espiar está feo


Espiar está feo



            La aportación de los Estados Unidos a la formación de una cultura de los derechos humanos, así como de muchos otros principios en los que se asienta nuestra civilización, ha sido esencial. Sin olvidar algunos antecedentes en Inglaterra en el siglo XVII, podríamos decir que las primeras declaraciones de derechos surgen en las trece colonias recién independizadas, y poco después en las primeras diez enmiendas a la Constitución federal. Por otro lado, y más recientemente, ha sido incuestionable la contribución norteamericana a la formación y desarrollo de diversas organizaciones que, con mayor o menor éxito (a veces con poco, pero estaremos de acuerdo en que ha sido mejor con ellas que sin ellas), velan por las relaciones pacíficas y civilizadas entre Estados y por la implantación universal de algunos principios éticos, entre ellos los propios derechos humanos. Me declaro sin complejo alguno admirador de lo que ha significado en estos terrenos la cultura norteamericana.

            Por eso mismo es más doloroso comprobar cómo, cada vez con más frecuencia, parece que esos principios no existen o solo son aplicables “de puertas adentro”. En su día ya escribí sobre la enorme contradicción que significó torturar e ignorar la soberanía e integridad territorial de terceros Estados para matar sin posibilidad de defensa ni juicio a Bin Laden. Cada día, para entrar legalmente en los Estados Unidos, miles de personas, además de responder a cuestiones casi cómicas como si tuvieron algo que ver con el régimen nazi, o pretenden secuestrar a un ciudadano norteamericano, deben renunciar a sus derechos de tutela judicial frente a una hipotética decisión denegatoria. Frente al que intenta entrar de forma ilegal, parece directamente que todo vale; quizá la idea que subyace es que si aún no estás dentro del territorio de los Estados Unidos, no tienes derecho alguno. Ahora también parece que espiar a jefes de Estado o de Gobierno de países aliados es normal. Según se ha publicado, los Estados Unidos han dividido a sus aliados en distintas categorías, y solo la primera (en la que aparece el Reino Unido, Australia o Nueva Zelanda) es totalmente de fiar. La segunda, en la que figuran casi todos los Estados europeos incluyendo España, está compuesta por aliados generalmente cooperadores, pero de los que cabe recelar. Socios, pero no amigos. Así que se puede espiar a sus gobernantes. Es obvio que esto vulnera no solo la soberanía de estos Estados y los principios que deben regir la cooperación entre aliados, sino la propia privacidad de las personas espiadas. Pero no importa. En lugar de una disculpa, que es lo mínimo que cabría esperar del presidente de los Estados Unidos, la respuesta ha sido justificarlo por razones de seguridad y decir que ahora no se está haciendo ni se tiene previsto hacerlo en el futuro. Señor Obama, ustedes nos enseñaron que eso está mal. Y cuando alguien descubre que uno ha hecho algo mal, lo correcto es disculparse. 

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