miércoles, 29 de octubre de 2014

Adiós a Radio Exterior de España

Adiós a Radio Exterior




            Hay inventos que son sustituidos y desterrados por completo cuando llegan avances posteriores, mientras que otros logran “sobrevivir” y se mantienen a pesar de que otros parecían amenazar totalmente su existencia, o al menos su presencia cotidiana en nuestras vidas. Así, por ejemplo, las máquinas de escribir prácticamente perdieron su utilidad con la generalización de los ordenadores y las impresoras, y ya es realmente raro ver alguna funcionando; inventos relativamente novedosos como las cintas de audio o las de vídeo VHS parecen haberse “esfumado”, y hasta los muy recientes CD y DVD (siglas ya incorporadas al Diccionario de la RAE), parecen condenados a desaparecer ante las nuevas posibilidades de reproducir archivos de audio o vídeo. Sin embargo, la radio ha superado con éxito los embates de la televisión y de todas las nuevas formas de información, opinión y entretenimiento en web. Esta supervivencia se ha producido quizá contra lo que cabría pronosticar advirtiendo las obvias ventajas de estas alternativas, pero si bien se mira, ello ha sucedido probablemente por las ventajas más o menos ocultas con las que cuenta este medio, una forma de comunicación inmediata, accesible, que permite combinar muy bien información y opinión y, sobre todo, que permite compatibilizar su escucha con otros quehaceres, como conducir, pasear, incluso ciertos trabajos o, por ejemplo, ver a la vez por la televisión aquello que se comenta en la radio. Además tiene una magia especial que hace de ciertos momentos algo muy diferente cuando se viven a través de la radio, y así, por ejemplo, a mí escuchar un partido de fútbol bien narrado y comentado por la radio me sigue pareciendo una experiencia diferente -y en nada peor- a la de verlo por televisión.
 

            Con todo, es obvio que la radio tiene también que adaptarse y hacer frente a los retos de nuevos formatos. Hoy, por un lado, la mayor parte de las emisoras transmiten también a través de internet, posibilitando un acceso mucho más extendido, y probablemente esa sea la única explicación al hecho difícilmente explicable de que algunos teléfonos como el iphone hayan prescindido del receptor de ondas de radio. Quizá todas estas circunstancias expliquen que RTVE haya decidido hace poco cerrar las emisiones por onda corta de Radio Exterior de España, una emisora mítica que durante décadas ha permitido a muchos españoles en el extranjero mantener ese “cordón umbilical” con la madre patria que es saber lo que aquí sucede. Aunque hoy existan otras formas de acceso a la información en español de lo que pasa en España, las mismas no son accesibles ni en todas las situaciones ni para todos los colectivos. Así, por ejemplo, se ha destacado el aislamiento en que quedarán algunos colectivos como cooperantes, misioneros o pescadores. Estos se han opuesto frontalmente al cierre, alegando que el mismo les deja aislados e incomunicados, y pidiendo el regreso de las emisiones. Y francamente creo que sus razones son un argumento suficientemente contundente como para, mucho más allá de criterios de mercado o demanda cuantitativa, justificar el mantenimiento de esta emisora que, aunque solo fuera por estos sectores, presta un servicio público esencial. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

¿Desaparecerá el capitalismo? (y II)

¿Desaparecerá el capitalismo? (y II)



            La semana pasada terminábamos hablando de la llamada “economía colaborativa” para describir el nuevo modelo económico hacia el que tal vez avanzamos.  Se trataría de una evolución del sistema en la que el acento ya no está tanto en la propiedad privada y el lucro, sino en la voluntad de compartir para beneficio de todos, y que vendría de la mano del acceso global a internet. Jeremy Rifkin, uno de los economistas teóricos (aunque también práctico, pues ha asesorado a Merkel, Hollande o Renzi) partidarios de esta concepción, ha publicado diversos textos sobre la cuestión. Hace algunas semanas concedía una muy interesante entrevista a un diario español, en la que explicaba que el tránsito del capitalismo a la economía colaborativa ha comenzado ya, y será un hecho consumado en 2050. Se trataría en realidad de una evolución del propio capitalismo hacia un sistema mixto. Si, según Rafkin, todas las grandes revoluciones han venido de la mano de transformaciones en las tecnologías de la comunicación, la energía y el transporte (por ejemplo, la impresión mecánica, el carbón y el ferrocarril en el siglo XIX, o el teléfono, el petróleo y el automóvil en el XX), ahora internet va a revolucionar los tres elementos. Es lo que llama el “Internet de las Cosas”, que permite la comunicación entre personas, pero también la conexión entre seres humanos y aparatos a través de sensores, e incluso la creación de objetos mediante las impresoras 3D. Todo ello está suponiendo un cambio de paradigma, de manera que se universaliza y abarata el acceso a bienes y servicios, pero también su producción. Ya nos somos productores o consumidores, sino “prosumidores”,  y no importa tanto la propiedad como el acceso a la experiencia o el uso, que muchas veces puede hacerse sin costo mediante la vía colaborativa. Cuando todo esto rompa la barrera de internet y se generalice, la economía colaborativa será un hecho.
           


Yo, sinceramente, no sé si la economía colaborativa será una realidad tan pronto como sugiere Rifkin, ni tampoco si su teoría no peca de exceso de optimismo sobre la condición y los intereses humanos. Pero es un hecho que las nuevas tecnologías han revolucionado ya todos los aspectos de nuestra vida, transformando la posición habitualmente pasiva del ciudadano común, en una posición claramente activa. Por poner un ejemplo, cualquiera puede tener una página web, un blog o una cuenta de twitter, así que de algún modo toda persona es ya un medio de comunicación. Es indudable que internet es un medio propicio para la colaboración y el intercambio gratuitos o a muy bajo coste, y aunque es obvio que en la red se juntan personas de toda condición (como en la “vida real”), también es verdad que genera un contexto en el que todos tendemos a sentirnos más iguales, y probablemente eso da pie a una curiosa sensación de solidaridad. Es verdad que el capitalismo provoca desigualdades, pero sus alternativas (en muchas ocasiones fundadas en la creencia en la bondad y el altruismo del ser humano) no han sido hasta ahora capaces de generar riqueza; y aunque estoy seguro de que esta evolución del mismo no nos conducirá al paraíso, quiero creer que podría desembocar en un sistema más amable y más accesible para todos. 



¿Desaparecerá el capitalismo? (I)

¿Desaparecerá el capitalismo? (I)


          
  Que vivimos una época de cambios profundos en nuestras sociedades es algo tan evidente que hoy ya prácticamente nadie lo niega. Casi en cualquier faceta o perspectiva que se analice, se aprecia ese tránsito en el que ya estamos inmersos, hacia un nuevo mundo cuyas características son ya apreciables, pero cuya evolución y destino son difíciles de prever. Las formas de denominar este nuevo escenario son tan variadas como los propios aspectos que están transformándose, pero quizá el término “globalización” es el más utilizado para referirse globalmente a este conjunto de fenómenos, entre los cuales sin duda el protagonismo más acusado lo desempeñan las nuevas tecnologías, hasta el punto de que se habla de la “Galaxia Internet” como sustitución de la “Galaxia Gutemberg” en la que hemos vivido unos cinco siglos. Quienes nos dedicamos al análisis jurídico-político centramos el enfoque en la crisis del Estado, quizá hasta hoy la más elaborada de las formas de organización política, pero que desde hace décadas viene sufriendo profundas transformaciones, vinculadas tanto a procesos de integración supranacional, como a otros de acercamiento del poder político a los ciudadanos, como a la gran pluralidad, dinamismo y heterogeneidad (de ahí el término “multiculturalismo”) que hoy muestran las sociedades que lo sustentan.

            Pero no menos importantes e inciertos son los cambios que viene experimentando la economía, y en particular el capitalismo como sistema económico que en los últimos siglos parece haber triunfado y superado a todas sus alternativas. El capitalismo, como el Estado, no existe desde siempre aunque algunos de sus elementos basilares sean más o menos permanentes. Nació, se desarrolló, y por supuesto puede sufrir variadas transformaciones, o incluso desaparecer para ser sustituido por otro sistema económico. Hasta ahora, cada vez que eso ha estado más o menos cerca de producirse, las alternativas han resultado mucho peores y no han sido capaces de superar al modelo, ni en términos de bienestar ciudadano ni en resultados macroeconómicos. Pero al igual que fue el propio Estado liberal el que tuvo la capacidad de “regenerarse” dando lugar al Estado social, frente a las alternativas del Estado comunista o de otros modelos totalitarios (algo que sucedió en un largo proceso, que se inicia hace un siglo tras el final de la primera guerra mundial) quizá sea el propio modelo capitalista el que tenga la capacidad de transformarse para dar origen a un nuevo paradigma económico, que supere al tiempo al capitalismo y a las alternativas que hasta ahora se han ofrecido al mismo. Resulta paradójico, pero si bien la globalización parece por un lado apuntar a una “tiranía de los mercados” que acentúa sus consecuencias desigualitarias alejando al ciudadano de la participación en la economía, por otro lado las nuevas tecnologías ofrecen una magnífica oportunidad para abrir la puerta a un sistema económico más participativo y democrático. Es lo que se llama “economía colaborativa”, un interesante concepto en el que conviene detenerse… Pero será la próxima semana.


jueves, 9 de octubre de 2014

De personas y perros


De personas y perros




            A estas alturas de la semana, el primer supuesto de ébola contraído en España ha hecho correr ya tantos ríos de tinta (y sobre todo de “tinta virtual” en el mundo de las redes sociales que es lo más parecido al “far west” que existe en estos inicios del siglo XXI) que estamos empezando a llegar a una situación de “hastío informativo” y de saturación de opiniones, a la que me temo que voy a contribuir a pesar de que suelo intentar evitarlo en estos supuestos de días “monotemáticos”. Pero después de todo, el comprensible impacto social de la noticia hace que sea difícil sustraerse a ello. Creo que, después de todo, lo que está sucediendo alrededor de este supuesto es consecuencia de la falta de medida, prudencia y ponderación, ausencias que parecen demasiado generalizadas en nuestra sociedad. Para empezar, es verdad que estamos ante una noticia objetivamente preocupante, pero no debe confundirse la preocupación con el alarmismo, que nunca es buen consejero, y no parece estar justificado en este momento. Para seguir, es justa y comprensible la exigencia de explicaciones públicas en una situación tan delicada y sensible, y hay que demandar con contundencia una investigación exhaustiva que aclare los hechos, pero hasta que esto no se produzca no parece lógico exigir responsabilidades, por el simple hecho de que aún no está claro quién o quiénes son los responsables de lo sucedido.


            Pero quizá lo más sorprendente, desde mi punto de vista, es por un lado el creciente número de opiniones que, al hilo de lo sucedido, cuestionan abiertamente el hecho de que el Gobierno decidiera traer a España a los dos misioneros contagiados; y, por otro, que la atención se haya centrado en los últimos días en el sacrificio del perro de la enfermera que contrajo el ébola, que ha sido abiertamente criticado desde algunos sectores. Quiero pensar que no son las mismas personas las que critican lo uno y lo otro, porque hay a mi juicio una contradicción en esta doble crítica, aunque solo sea porque la primera se fundamenta en haber asumido un riesgo a juicio de algunos innecesario o desproporcionado (traer “la enfermedad”), y la segunda crítica presupone que convendría asumir un riesgo diferente y de consecuencias desconocidas (mantener vivo al can eventualmente portador del virus). Y me parece a mí que no hace falta creer en las jerarquías de valores, ni en el carácter absoluto de la vida o de la dignidad de la persona, para defender que tiene más valor la vida humana que la de un animal. Y que no podemos instrumentalizar la vida humana, ni someter su protección a cálculos utilitaristas. Siempre hay que hacer una ponderación, pero en la misma hay que considerar el peso específico de la vida y de la dignidad, y en ese contexto creo los riesgos de traer a los misioneros (que evidentemente no se han logrado conjurar por completo) eran asumibles, si a la protección de la vida añadimos un mínimo deber de solidaridad social. En cuanto al perro, diré simplemente que comparto que su vida tiene también un valor, y entiendo perfectamente el dolor de su pérdida obligada. Incluso cabe plantear con criterio si se han ponderado suficientemente alternativas menos gravosas. Lo exagerado es la oposición radical y absoluta a supeditar en este caso su protección a la preservación de otros valores de incuestionable trascendencia general. En fin, y perdón por la coloquialidad, parece que para algunos se puede tratar a las personas como perros, pero hay que tratar siempre a los perros como a personas.

miércoles, 1 de octubre de 2014

"La revolución de los paraguas"

La revolución de los paraguas


            Se pueden combinar elementos de los sistemas liberal-democráticos y de los socialistas de maneras muy diversas. Así por ejemplo, los países nórdicos –dicho en términos muy generales- mantienen los parámetros políticos derivados de la libertad, la democracia y el pluralismo político, aunque en lo económico enfatizan los elementos sociales y el papel de “lo público”. En cambio, hoy en China parecen haberse quedado con lo peor de cada casa, pues mientras en lo político tienen un sistema de partido único, sin pluralismo ni libertades públicas, en lo económico algunos rasgos actuales parecen inspirados en un capitalismo salvaje y un tanto decimonónico. En cualquier caso, parece claro que hoy China no tiene un sistema político democrático. Es verdad que hay en este tema muchos grises entre el blanco y el negro y que los países occidentales tienen déficits en este terreno, pero unas instituciones que no son elegidas en un contexto de libertad y pluralismo, no alcanzan el umbral mínimo de la legitimidad. Pero China tiene una población trabajadora, inteligente, y cada vez más avanzada en términos económicos, sociales y culturales. Hay cada vez más clase media, de manera que era cuestión de tiempo que la misma fuese consciente de sus derechos civiles y políticos y se rebelase contra el régimen que los ignora.


            En este contexto, se comprende la llamada “revolución de los paraguas” que en estos días ha dado comienzo en Hong Kong, por lo demás desde muchos aspectos uno de los lugares más avanzados de China y cuyas peculiaridades históricas son incuestionables. Se trata de un movimiento cívico para reclamar más democracia y más libertad, además es pacífico (solo utilizan los paraguas para defenderse de los medios disuasorios utilizados por la fuerza pública). Así que creo que es algo saludable y positivo. Desde cierto punto de vista, lo extraño es que tras el aplastamiento de quienes protestaron en la plaza de Tiananmen en 1989, no hayan vuelto a tener hasta ahora verdadera incidencia internacional los movimientos reivindicativos públicos. Quizás esto se entienda por la contundencia de la represión, la férrea censura de medios (y muy especialmente en la red) que sigue existiendo en China con el objetivo de que su población desconozca lo que sucede en el mundo y en la propia China, y desde luego, la práctica falta de respuesta de Occidente. Es vergonzoso que las potencias occidentales, tan proclives a condenar con contundencia las violaciones de derechos en otros lugares y momentos (llegando incluso a intervenir en ciertos supuestos), hagan absoluto “mutis por el foro” cuando estas situaciones se producen en una de las grandes potencias económicas del momento, de la cual dependen en muy buena medida las propias economías occidentales. A veces parece que el verdadero valor occidental es el capitalismo, y no la libertad y la democracia. Y es una pena, entre otras cosas porque eso repercute en la imagen que Occidente da al mundo respecto a cuáles son sus verdaderos intereses. Por ello creo que ahora es importante que quienes reclaman libertad y democracia en Hong Kong perciban la solidaridad y el apoyo de la población occidental, ya que me temo que no obtendrán el apoyo explícito de los Gobiernos. Solo así el movimiento por la democracia en China llegará a ser imparable.