jueves, 25 de septiembre de 2014

"Happy" ... en Irán

Happy… en Irán






Happy we are from Tehran: http://www.youtube.com/watch?v=RYnLRf-SNxY#t=251. Es solo un vídeo en youtube. Uno de miles. Nada realmente importante. Una curiosa coreografía, más esforzada y voluntariosa que profesional, del gran éxito musical del verano, la canción “Happy” de Farrell Williams. Chicos y chicas bailando, imágenes juveniles, simpáticas y alegres. Está hecho en un país del medio oriente, pero en principio nada sorprendente en un mundo globalizado, en el que los jóvenes cantan y bailan las mismas canciones de moda, llevan las mismas camisetas de sus admirados jugadores de fútbol del Barça, del Madrid, del Chelsea, en cualquier lugar del mundo. Todo normal. Algo inocente y gracioso, se ve en cuatro minutos, y a otra cosa. Pero resulta que no, en este caso no es tan simple. Las autoridades del país han estimado que el vídeo en cuestión es “vulgar, muestra relaciones ilícitas, y ofende a la castidad pública”. Y han condenado a sus autores a seis meses de prisión y a 91 latigazos. Al parecer, ha molestado que las tres chicas aparezcan sin el obligatorio velo por las calles de Teherán, y además bailen con los chicos, lo que supone un contacto ilícito.




Y uno se queda pensando. Porque se puede llegar a asumir que alguien juzgue inadecuados comportamientos y actitudes que a la mayoría nos resultan simpáticos e inocentes, pero por mucho esfuerzo de tolerancia y de comprensión que se haga, hay que rechazar con contundencia que esa valoración se imponga a los demás violentando la dignidad, la igualdad y la libertad de las personas. Hoy estos últimos son valores universalmente admitidos, y ninguna peculiaridad religiosa o cultural debería poder utilizarse para justificar su vulneración. Es verdad que, según parece, la ejecución de la condena ha sido suspendida. Y hay que reconocer que, por desgracia, nos encontramos hoy en diversos lugares vulneraciones más graves de los derechos, especialmente en el caso de las mujeres, que todavía en demasiadas ocasiones son tratadas como seres subordinados al hombre, y han de sufrir desde matrimonios impuestos hasta abusos de todo tipo. Podría pensarse que, en este contexto, este asunto no es tan trascendente. Pero creo que tiene mucha importancia, porque es emblemático. De hecho, muy pronto personas y organizaciones en todo el mundo, desde Amnistía Internacional a quienes han escrito bajo el hastag #freehappyiranians, se han solidarizado con los jóvenes autores. Yo, cada vez que lo veo, no puedo evitar, por un lado, la sonrisa que provoca la frescura, gracia e inocencia de estos hombres y mujeres. Pero por otro, alguna lagrimita, porque es muy triste ver que tantas personas tengan que sufrir esta represión tan absurda e injusta. De todos modos, creo que casos como este, con la incuestionable valentía de unos autores que sabían a lo que se enfrentaban, con el apoyo de tantas personas en el mundo y con el efecto gigantesco que provoca internet, ponen de relieve que todo eso se acabará, y que, en un mundo en el que todos sabemos lo que pasa en todos los sitios, es imparable que al fin se impongan universalmente unos estándares mínimos de libertad. Costará, y desde luego requerirá el apoyo de muchos, pero llegará.   


jueves, 18 de septiembre de 2014

Pretty woman

Pretty woman


            Dice la letra de una canción de Sabina que “no hay nostalgia peor/ que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Yo, por mi edad (que en modo alguno considero necesario desvelar a mis lectores), me perdí casi todos los años 60, y solo a mediados de los 70 logro ubicar algunos de mis primeros recuerdos. Así que la excelente música de aquella época, desde los Beatles hasta los Rolling, pasando por los Beach Boys que ahora vuelven a realizar una gira, entre tantísimos otros, la recuerdo por haberla escuchado posteriormente. Y sin embargo me gusta, y de alguna manera me transporta a esa época que no llegué a vivir, y que inexplicablemente termino por añorar. Esto es algo que me pasa especialmente con Roy Orbison, cuyos éxitos por lo demás empezaron a mediados de los 50, así que son todavía algo más lejanos en términos estrictamente cronológicos. Y sin embargo, resultan extrañamente evocadores y familiares, porque de alguna manera forman parte de mi vida desde que alcanzo a recordar. Me encantan muchas de estas canciones, y me resultaría muy difícil hacer una selección, pero me atrevería a destacar “Only the lonely”, “You got it”, “In dreams”, “Blue angel”, “California blue”, o “Dream baby”. Y, por supuesto, “Oh, pretty woman”, esta mítica canción de 1964, que por tanto cumple ahora cincuenta años. 

            Cuentan las crónicas (o sea, la Wikipedia), que cuando se publicó este sencillo logró romper la hegemonía que en ese momento tenían los Beatles en el “top ten” en Estados Unidos, y que logró vender más copias en los primeros diez días de venta que cualquier otro disco de 45 rpm hasta ese momento. Para ser del todo sincero, no me parece que su letra sea exactamente lo más espectacular que he oído (sería algo así como “mujer guapa/ bajando por la calle, mujer guapa, de la clase que me gusta encontrar/ mujer guapa/ no creo en ti, no eres real/ nadie podría parecer tan buena como tú”…   y mejor no sigo). Pero bueno, si lo vamos a ver, “Garota de Ipanema” (otra canción que me encanta, de 1962, y que sin duda merecería su propio comentario) no es mucho más profunda en términos intelectuales, y también ha logrado convertirse en uno de los iconos de la época y en una canción universal. Sea como fuere, “Pretty woman” tiene el inconfundible ritmo de Orbison, y ese estilo, mitad romántico y pausado, mitad rockabilly, que la hace a la vez agradable, marchosa y pegadiza.  Es claro que la canción se ha ido reeditando y ha sido objeto de diferentes versiones, lo que ha permitido que se mantenga viva. Sin duda, su incorporación a la banda sonora de la película homónima en 1990 contribuyó a su difusión entre las nuevas generaciones. Por cierto, parece increíble que hayan pasado ya casi 25 años de esta película, que de cualquier modo, si se la contempla sin demasiadas pretensiones, aguanta con dignidad el paso del tiempo, y tiene algo que hace funcionar la simple historia entre Gere y Roberts. En fin, volviendo a la canción de Orbison, me sigue gustando lo suficiente para dedicarle este “miradero” en su quincuagésimo aniversario…   

           




jueves, 11 de septiembre de 2014

Esperando el nuevo Diccionario

Esperando el nuevo Diccionario





            Cada nueva edición del Diccionario de la Real Academia Española es, sin lugar a dudas, un importante acontecimiento cultural, dada la trascendencia que tiene para nuestro idioma, que es el instrumento de comunicación para quinientos millones de habitantes en todo el mundo. En sus más de trescientos años, la Academia ha intentado  hacer realidad el lema de “limpia, fija y da esplendor”, y desde 1726-1739, fecha del primer “Diccionario de autoridades”, ha utilizado como instrumento esta vía. Es, sin duda, una labor extremadamente difícil, e incluso un tanto paradójica, pues por un lado se supone que ha de establecer las normas y criterios para que el idioma se conserve, mantenga la unidad en ámbitos geográficos muy distantes, y sea utilizado correctamente, lo que es imprescindible de cara a poder desempeñar su esencial función comunicativa entre tantos millones de personas; pero por otro lado, la Academia no “crea” el idioma ni es dueña del mismo, dado que este es precisamente patrimonio de quienes lo hablan y escriben. Por ello nuestra lengua, como cualquier otro idioma vivo, es una realidad esencialmente dinámica y cambiante.



Tanto es así que el número de palabras incluidas en el Diccionario prácticamente se ha duplicado desde la primera edición hasta la vigésima tercera, que ya está cerrada y verá la luz en las próximas semanas. Alcanzará las 93.000 voces, lo que supone unas cinco mil más que en la edición anterior, publicada en 2001. Se incrementan también las acepciones hasta llegar a 200.000 (por ejemplo, la palabra “tableta”, que ya existía, incorpora una nueva acepción vinculada al dispositivo informático que algunos llaman incorrectamente “tablet”). Se incorporan americanismos extendidos para mantener la unidad del idioma (aquí se cita como ejemplo curioso “jonrón”, derivada del inglés “home run” y muy utilizada en países con gran afición al béisbol como Cuba o Venezuela). En suma, como no puede ser de otro modo, desparecen algunas palabras en total desuso, tales como bajotraer, boleador, dalind, fenicar o sagrativamente; mientras que se incorporan nuevos términos bien conocidos por la mayoría de los hablantes como cameo, bótox, cortoplacista, dron, pilates, precuela, y otros neologismos vinculado el vertiginoso mundo de las nuevas tecnologías, como hipervínculo o tuit. Precisamente en este ámbito la labor es particularmente delicada por el elevado dinamismo de este terreno, y porque a pesar de todo el Diccionario debe fijar el idioma y no ser meramente un diccionario de uso, y ahí cabría preguntarse por qué se incorpora tuit y sus derivados como tuitear, pero no guasapear o guguelear (o quizá lo más prudente sería esperar en todos los casos y ver la evolución del idioma). Otra crítica realizada por algunos es el mantenimiento de voces claramente despectivas o utilizadas para el insulto, pero la Academia, que en esta edición ha hecho un gran esfuerzo para eliminar connotaciones machistas u homófobas, justifica el mantenimiento de ciertas palabras por la esencia de su labor, que es reflejar el idioma vivo y no innovarlo o alterarlo, y lo que sí ha hecho es añadir el calificativo “malsonante” a algunas palabras como “mariconada”.  

viernes, 5 de septiembre de 2014

Los candados del amor

Los candados del amor





         No me considero nada supersticioso, pero he de confesar que cumplo con casi todos los ritos más o menos absurdos, cuando me dicen que su cumplimiento augura algo positivo, como amor, felicidad, prosperidad, o simplemente que se me cumpla un deseo, o que se asegure mi vuelta a un lugar determinado. Así, eché más de una vez mi monedita en la Fontana de Trevi (y en alguna otra fuente más), besé a mi pareja pasando con una góndola, “bateau mouche” o lo que sea debajo de no sé cuántos puentes y en cualquier lugar en que me digan que trae buena suerte o amor duradero, le toqué un pecho a Julieta en Verona (bueno, entiéndanme para que no haya líos, a la estatua de Julieta, que es el personaje que inspiró la genial obra de Shakespeare…), bebí agua de todos los lugares en los que me dijeron que según la tradición auguraba algo positivo… y un largo etcétera. Como digo, creo que no hago todo esto por superstición, sino más bien por respeto a la tradición, por deseo de mimetizarme con lo que es típico de un lugar, tal vez como forma de sentirme más plenamente integrado en un escenario, sin descartar desde luego el factor puramente romántico en el caso de los rituales que se hacen en pareja. Pero en fin, sea por lo que sea, si como tantas personas y parejas hago todas estas cosas, soy el menos indicado para criticar otras por el estilo, o si se quiere expresar de otro modo, estoy preparado para entender este tipo de costumbres tan tradicionales como carentes de justificación.    




            Sin embargo, a veces lo que podría ser un hábito inocente se convierte en una práctica generalizada que puede terminar generando daños o inseguridad. Es el caso de la cada vez más extendida costumbre de que las parejas dejen un candado cerrado y bloqueado en los más tradicionales puentes de las ciudades más turísticas, como prueba de su amor y presunta garantía de la perennidad del mismo. Esta forma de proceder, que tiene inspiración literaria, se ha puesto en los últimos años tan de moda, que algunos puentes han pasado a soportar el peso de toneladas de hierro, sin que prácticamente quede espacio libre para nada más, poniéndose en peligro la seguridad de los mismos. Algunos Ayuntamientos, preocupados, no solo han prohibido la práctica, sino que han intentado implantar medidas disuasorias, o fomentar alternativas. Tal es el caso de París, que sugiere que los enamorados se hagan un “selfie” en uno de los puentes sobre el Sena próximos a Notre Dame, y lo suban a una web habilitada al efecto. Lo cual, siendo igual de absurdo, es mucho menos lesivo. En suma, que lo de los “candados del amor” es, como diría José Mota, una “tontá” quizá del mismo calibre que el resto de los ejemplos apuntados (aunque no conviene olvidar que algunos de ellos responden a leyendas o tradiciones muy arraigadas en la cultura popular, mientras que la “gracia” de los candados parece bastante más novedosa), pero mucho más perniciosa que ellos. Yo, antes incluso de conocer las dimensiones del problema, jamás caí en esta costumbre. Creo en los amores eternos, pero sospecho que no deben de ser tantos, ni necesitan prueba tal. Y siempre me pregunté cuantos amores jurados en el momento de fijar el molesto candado, habrán durado menos que los daños generados por el objeto utilizado como prueba de ese amor, y que costosamente tiempo después hay que retirar. 


jueves, 4 de septiembre de 2014

Fiestas de pueblo


Fiestas de pueblo


  




            En estas fechas veraniegas tienden a concentrarse las fiestas de muchos pueblos de España. Nuestro país es muy dado a las fiestas, hoy hay mil y una oportunidades para la fiesta, la diversión y el ocio, pero dentro de esta “difícil competencia” entre ofertas festivas, algo tendrán las fiestas de los pueblos que siempre tienen demanda y son muchos los que las disfrutan. Por supuesto, en general a cada uno le gustan las fiestas de su pueblo, y de hecho hay mucha gente que no tiene particular afición a las fiestas, pero no se quiere perder por nada del mundo las de su pueblo. En muchos casos, tales fiestas son la ocasión o el pretexto para volver al pueblo. Por muy viajero que sea alguien o muy lejos que viva, casi siempre desea estar en su pueblo el día de las fiestas, del mismo modo que hará todo lo posible por estar con su familia o sus seres queridos el día de su cumpleaños.




            Yo me confieso un poco maniático para el tema de las fiestas de pueblo, en las cuales tengo preferencias que obedecen a los más variados factores. En realidad, y técnicamente hablando, no tengo “fiestas de mi pueblo”, o para mejor decir las fiestas de mi pueblo son las fiestas de Toledo, que es una ciudad imperial, hoy capital regional, pero que tiene algunas rasgos de poblachón grande. La principal fiesta toledana es el 15 de agosto, pero no siempre está uno aquí en esas fechas, de tal manera que en mi caso (y creo que igual sucede a muchos toledanos) el día del Corpus Christi es a efectos prácticos la fiesta local más importante del año. Tampoco hay que olvidar el “día del Valle”, entre otras fiestas de gran tradición en nuestra ciudad. Pero en las ciudades a veces el papel de las “fiesta del pueblo” lo cumplen las fiestas de los distintos barrios. Yo he disfrutado con frecuencia las del Polígono (o Santa María de Benquerencia para los más puristas) y las de Buenavista, aunque también me han gustado siempre mucho otras como las de san Antón, quizá uno de los barrios toledanos que más se parece a un pueblecito, y no faltan porrón y tostones y el encanto de las hogueras y de unas fiestas invernales. Pero también quiero destacar fiestas propiamente “de pueblo” que de un modo especial han formado parte de mi vida, entre las que hay que destacar las de Villasequilla, donde viví años y celebré con gusto San Isidros y Magdalenas. Y para terminar, por muchas razones considero “fiestas de mi pueblo” las de los pueblecitos del concejo de Ribadedeva, rincón del oriente asturiano en el cual hay pequeñas y tranquilas poblaciones que celebran fiestas con modestos puestos de comida o de compras, pequeñas casetas de tiro, un humilde “vaivén” como único aparato de atracción para niños (o no tan niños)… y, contra todo pronóstico, dos orquestas espectaculares, más grandes que las que se ven en televisión. Son fiestas maravillosas porque transforman la vida local, aunque para mí ver a unos pocos paisanos disfrutando, muchas veces bajo el orvallo (o bajo la lluvia abierta), de la gran orquesta, es sobre todo una experiencia curiosamente melancólica. En fin, aunque sé que esto no se puede demostrar científicamente y algunos lo achacarán a la sidra, en estas fiestas hay pueblos que cambian de sitio, ánimas que pasean por la carretera, y siempre es posible encontrarse con xanas custodiadas por cuélebres…