miércoles, 26 de julio de 2017

Los retos del verano

Los retos del verano





            En verano han comenzado guerras, y he leído que las vacaciones (o recién finalizadas estas) es el período en el que se inician más divorcios. En el verano se aprobó la primera reforma de la Constitución de 1978 en 1992, y en plenas vacaciones se presentó la propuesta para la segunda reforma en 2011, así que las reformas de nuestro texto normativo fundamental son escasas pero muy veraniegas. Durante los veranos se han producido tragedias, accidentes, y noticias de máxima relevancia política y económica. Y, sin embargo… en este país llega el mes de agosto, y todo se relativiza. El interés informativo desciende, se ven menos telediarios, se emiten menos tertulias sobre la actualidad política, se siguen menos los periódicos… Probablemente el calor o la brisa del mar o de la montaña - destinos preferidos por los españoles que pueden permitirse escaparse unos días de su ciudad, de su vida cotidiana y de su trabajo-, provocan un efecto de relajación que ayuda a desentenderse un poco de los problemas, incluyendo tanto los personales como los colectivos. Y sin duda ello tiene un efecto benéfico, aunque… los problemas ahí siguen, los acontecimientos se suceden con la misma intensidad e idéntica realidad, aunque nos parezcan lejanos o ligeramente desdibujados por una especie de nebulosa que todo lo envuelve. El mundo sigue girando al mismo ritmo.


             

Este mes de agosto del año 2017, por ejemplo, tenemos delante retos de primera magnitud. En el mundo, siguen las guerras y la amenaza terrorista. En España, y aunque se acaban casi de aprobar los presupuestos de 2017, hay que avanzar en la preparación de los del año 2018, con la esperanza de que esta vez puedan estar aprobados antes del inicio del año. Y, sobre todo, la amenaza rupturista que se ha venido planteando desde las instituciones de Cataluña, avanza sin perder ni un día hacia un falso referéndum que, lejos de representar una expresión de democracia, supone un claro quebrantamiento de la Constitución y de la ley, y por tanto de los principios del Estado de Derecho y de la propia democracia, ya que no hay democracia sin procedimiento, y de hecho los procedimientos para la expresión de la voluntad popular son los que vienen establecidos en la Constitución, obra del pueblo soberano que representa el pacto de toda una sociedad, que solo de común acuerdo se puede resolver. La democracia significa precisamente que la soberanía reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado (artículo 1.2 de la Constitución). Ningún Estado del mundo permitiría una ruptura o quebrantamiento ilegal de su Constitución de tal evidencia y gravedad, ni siquiera si esa ruptura procede de instituciones legítimas, ya que estas, como todo poder constituido, son legítimas precisamente porque derivan de esa misma Constitución. En fin, en Castilla-La Mancha tampoco parece que vayamos a tener un verano sin noticias, toda vez que está por formarse el primer gobierno de coalición PSOE-Podemos de toda España, y aún no tenemos aprobados los presupuestos del presente año. Así que, aunque estaría bien que afrontásemos los problemas (siempre) con la tranquilidad y serenidad que suele dar el verano, tampoco se resuelve nada por dejarlos de lado. Normalmente, cuando hacemos eso, no solo no desaparecen, sino que suelen seguir ahí, e incluso a acrecentarse. De todos modos, y como cada año, esta columna seguirá fiel a sus lectores durante el mes de agosto, para hablar de lo más trascendente y de lo más baladí, porque además la frontera entre esas calificaciones es siempre relativa…    

(Fuente de las imágenes: https://noticias.eltiempo.es/cuando-empieza-el-verano-2017/ y http://www.elconfidencial.com/espana/cataluna/2017-07-01/puigdemont-a-los-alcaldes-independentistas_1408216/) 

miércoles, 19 de julio de 2017

25 años de Barcelona´92

25 años de Barcelona´92



            Dado que el año 1992 fue tan emblemático y pródigo en acontecimientos relevantes, ahora podemos recordar el cuarto de siglo transcurrido desde todos ellos: el quinto centenario del descubrimiento (o encuentro de dos mundos), la Expo de Sevilla y, desde luego, los Juegos Olímpicos de Barcelona, hasta ahora los únicos en la historia que se han celebrado en territorio español. Seguramente lo primero que produce un aniversario de este tipo, al menos a las personas de mi edad, es el vértigo que da comprobar lo rápido que pasa el tiempo, pues recuerdo con nitidez todos los acontecimientos de aquel año como si hubieran sido ayer, y sin embargo, si me fijo en mi propia vida, reparo también en lo mucho que ha cambiado y evolucionado, en lo que a mí me parece un suspiro, un abrir y cerrar de ojos, “in ictu oculi”, como leemos en la famosa pintura de Valdés Leal. Y a decir verdad, esa desazón y melancolía se incrementa cuando uno piensa en el acontecimiento en concreto, y también en lo que ha cambiado España y el mundo desde entonces. Comenzando por lo primero, por más que intento recordar con objetividad y dejar de lado cualquier mito o leyenda que se haya podido formar al respecto, no deja de parecerme que el evento rozó la perfección. La organización fue excelente, la escenificación, elegante, sorprendente, innovadora (cómo olvidar la forma de encender el pebetero, o las canciones de la inauguración y clausura) pero sin caer en el recargamiento o exageración de otros juegos posteriores. En lo deportivo, un éxito de la delegación española de tal calibre, que no se ha vuelto a repetir ni por aproximación en los juegos posteriores. Una envidiable sexta posición en el medallero, incluyendo algunos oros emblemáticos, como el fútbol o los 1500 metros en atletismo. 

 

  
          Pero además, el acontecimiento fue una prueba de que las cosas salen bien cuando todos remamos en el mismo sentido, cuando hay cierta coordinación y armonía. Puede que haya alguna excepción, pero en general aquel éxito debe repartirse con justicia entre las instituciones del Estado, de Cataluña y de la ciudad de Barcelona, y desde luego entre todos los ciudadanos que se implicaron. Hasta los símbolos convivieron pacíficamente (lo cual es muy representativo), y así se pudieron ver todas las banderas y escuchar los himnos de España y Cataluña, mientras ambos idiomas se utilizaron armónicamente, junto al inglés, en las ceremonias oficiales. Hasta el Camp Nou contempló la que acaso haya sido la última exhibición de esa convivencia, y se llenó en la final de fútbol de banderas españolas, junto con otras de diversas comunidades autónomas. Si hoy viéramos eso, nos frotaríamos los ojos con incredulidad pensando que es un espejismo o un sueño, lo que es motivo suficiente para pensar en qué hemos hecho mal como sociedad para llegar al punto en que ahora nos encontramos. Por último, parece que en 1992 el mundo, que casi acababa de contemplar la caída del muro de Berlín, se acercaba esperanzado a un nuevo siglo en el que todo podía ser mejor tras superar la polarización. Hoy, en cambio, contemplamos cómo la presente centuria nos ha traído la amenaza terrorista, la mayor crisis económica y social en décadas, y otros efectos negativos de una globalización que no ha supuesto exactamente ese mundo más cercano, interconectado y sin fronteras que entonces imaginábamos. Por eso el recuerdo de Barcelona´92 viene unido al de un momento quizá efímero en el que vivimos un presente fabuloso, y al de aquel futuro en común que entonces imaginamos… y hoy ya no estamos seguros de si podrá ser.

(Fuente de las imágenes:http://www.marca.com/2013/09/04/mas_deportes/madrid-2020/1378290354.html y http://www.promotorevents.com/?portfolio=barcelona-92&lang=es )

jueves, 13 de julio de 2017

De la edad y otros tabúes

De la edad y otros tabúes



Los eufemismos se convierten a veces en palabras tabú, y hay que buscar entonces un nuevo eufemismo. Probablemente eso sucede porque hay algunas realidades que no nos gustan, o al menos nos incomodan, y para referirnos a ellas tratamos de usar un lenguaje que no moleste, o quizá más bien un lenguaje que no nos moleste a nosotros mismos. Por supuesto, el eufemismo tiende a ser, en estos casos, una expresión lo más larga posible, quizá porque el lenguaje políticamente correcto tiene tendencia a la perífrasis y al circunloquio, o porque subyace la idea de que tal vez dando un rodeo evitamos esa incomodidad que nos produce la realidad, o al menos resultamos algo más distantes, elusivos y por ello más diplomáticos. El caso es que así, por ejemplo, aunque hace casi cuarenta años nuestra Constitución hablaba (y técnicamente, lo sigue haciendo hoy) de “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos”, actualmente esta expresión nos resulta horrorosa, porque pronto fue erradicada y sustituida por “minusválidos” que tampoco nos parece adecuada porque a su vez fue reemplazada por “discapacitados”, y así hasta que se encontró la perífrasis más enrevesada de “personas con discapacidad”, aunque ahora muchos sustituyen esta expresión por la de “personas con capacidades diferentes”. Podríamos poner muchos ejemplos de fenómenos similares, pero me quiero centrar en el relativo a la edad, aspecto en el que la palabra “viejos” fue sustituida por “ancianos”, pero este término tampoco gusta y se dice más diplomáticamente “personas de la tercera edad”; y aun así, como nadie parece querer apuntarse con demasiado entusiasmo a ese colectivo, se usa a veces la expresión “personas mayores”. Sin embargo, como es notorio, la palabra “joven” no ha necesitado ninguna sustitución, y se usa casi siempre en un contexto elogioso. Decirle a alguien “joven” es siempre positivo, y cuando es obvio que no puede utilizarse porque resultaría necesariamente irónico, se usan expresiones como “joven de espíritu” o similares.


Pero la verdad es que nadie se libra del inexorable paso del tiempo y de sus efectos. Tal vez decimos “tercera edad” porque así sentimos que ese momento puede resultar más o menos lejano para nosotros. Pero la realidad es que no hay tres edades. Empezamos a morir desde que nacemos, y nadie puede detener el tiempo. Cada momento que vivimos nos hace a la vez mayores y más expertos, y sin duda alguna un poco más sabios. A lo sumo, podría pensarse que hay una transición, más o menos acelerada según los casos, entre un período de la vida en el que suelen pesar más las esperanzas, los sueños y las ambiciones, y otro en el que ganan terreno las experiencias, los conocimientos adquiridos, las vivencias experimentadas, los recuerdos. Algunos afirman (o presuponen) que sentirse joven, o actuar como un joven, es siempre un activo, pero yo creo que lo deseable sería ese punto de equilibrio entre la alegría por lo que se espera y la satisfacción por lo que ya se tiene. Quizá nadie nos pueda quitar la ilusión por el futuro, pero lo único que es seguro es que nadie nos usurpará nuestro pasado. Tal vez la única idea de la juventud que conviene mantener siempre es la de que lo mejor ha de estar por llegar. Pero sería ingenuo y torpe pensar así, y al tiempo ignorar que ello solo será posible gracias a la experiencia, los conocimientos, la madurez y la tranquilidad que solo el tiempo nos puede otorgar.  

(Fuente de la imagen: https://es.dreamstime.com/imagenes-de-archivo-todas-las-categor%C3%ADas-de-la-edad-image28160714)

sábado, 8 de julio de 2017

El desgobierno

El “desgobierno”



            Por decirlo sutilmente, hace ya años que España no vive precisamente su mayor etapa de estabilidad política. Simplificando mucho, se diría que primero estuvimos casi un año sin Gobierno, pero al menos teníamos presupuestos; luego hemos estado más de medio año sin presupuestos, pero con Gobierno. Desde hace más o menos una semana, tenemos Gobierno y presupuestos, lo cual ya es, por tanto, una noticia realmente sorprendente. Pero tal y como está la situación, me parece que esta legislatura no se va a caracterizar por la gran cantidad y trascendencia de las leyes que se van a aprobar. Con ir sacando los presupuestos adelante, sobreviviríamos. La verdad sea dicha, la tentación de encontrarle a todo esto facetas positivas es grande. Por un lado, todo lo que ha decaído la función legislativa, lo ha ganado en intensidad la función de control y responsabilidad política: moción de censura, reprobaciones, comisiones de investigación… el control al Gobierno vive buenos momentos, y además no nos aburrimos. Siempre hay información política (eso sin hablar del reto abiertamente rupturista que plantea una Comunidad Autónoma). Por otro lado, probablemente los ciudadanos no hayan notado demasiado, ni la ausencia de gobierno, ni la de presupuestos, ni la de leyes. Su vida será poco más o menos como antes, en aquellos tiempos en los que había gobiernos estables, presupuestos puntuales, y frecuentes novedades legislativas. Para los juristas, qué decir: acostumbrados a un frenesí legislativo rayano con la diarrea, un período en el que la producción de normas con rango de ley se ralentiza supone un pequeño respiro que hace más asumible la obligación de estar permanentemente al día en las novedades normativas. En fin, no sé si será que todos tenemos una vena un poco anarquista, pero se comprende que a este “desgobierno” se le encuentren algunas ventajas.

            Sin embargo, si analizamos el asunto con algo más de seriedad y profundidad, creo que las cosas no son tan sencillas. Para empezar, no es plenamente cierta la premisa que yo mismo he apuntado antes; en realidad, nunca hemos estado sin gobierno ni sin presupuestos. Afortunadamente, nuestra Constitución y nuestras leyes prevén las medidas necesarias para evitar posibles vacíos en uno u otro terreno. Cuando “no hay Gobierno”, en realidad hay Gobierno en funciones, que tiene limitadas sus competencias (diríamos que se dice “en funciones”, pero es el período en el que menos funciones puede ejercer). Cuando decimos que “no hay presupuestos”, en realidad se prorrogan los del año anterior, lo que sin duda agradecemos todos los que tenemos un sueldo o ingresos dependientes de los poderes públicos, que de lo contrario habrían desaparecido, con lo cual la situación hubiera sido bastante caótica e insostenible. Aun así, no hay que engañarse: con un Gobierno en funciones, con un país con presupuestos prorrogados, o con un parlamento incapaz de aprobar leyes, es imposible progresar. Se puede aguantar un tiempo, pero no  largos períodos. Hay objetivos que cumplir, hay reformas pendientes, y ya están, a la vuelta de la esquina, los presupuestos de 2018 (previamente a ellos hay que aprobar el techo de gasto). Se comprende que tiene que haber Gobierno y oposición, pero si los ciudadanos hemos querido un parlamento mucho más fragmentado políticamente (o, si lo queremos ver por el lado positivo, mucho más plural), nuestros representantes deberían mantener una actitud responsable y ponerse de acuerdo en aquello que sea posible, y sobre todo en los grandes retos comunes, manteniendo una actitud constructiva.

(Fuente de la imagen: http://www.lavozlibre.com/noticias/blog_opiniones/14/1193561/dos-meses-de-desgobierno-en-espana/1)