jueves, 27 de diciembre de 2018

Música de mi vida: Rosendo

Música de mi vida: Rosendo



            Ahora que Rosendo está llevando a cabo la que se ha anunciado como gira de retirada, es buen momento para reconocer que yo he sido gran fan de Leño, y del propio Rosendo Mercado. Esta afición era plenamente compatible con la de Barón Rojo y otros grupos de “rock duro”, que es como cabe referirse a los grupos españoles, mejor que “heavy metal”, que se refiere a los internacionales. Aunque quizá sea mejor decir “rock auténtico”. Como ya se sabe que los viejos roqueros nunca mueren, mantengo esta afición a algunos de estos grupos, pero su intensidad se ha ido modulando con los años, sobre todo porque, como pueden comprender los lectores que me conocen, me falta un requisito esencial para ser roquero, que es la melena, ya que esa opción hace tiempo me viene siendo limitada por la naturaleza. Fuera de bromas, lo cierto es que he ido evolucionando musicalmente, y ampliando mi abanico de preferencias, pero mantengo el gusto por alguno de aquellos grupos y canciones de aquello que en Spotify llamo “Rock duro de mi época”, dentro de lo cuales Leño y Rosendo ocupan un lugar destacado.


            Rosendo Mercado nació en Madrid en 1954, y se ha convertido en uno de los iconos de Carabanchel. Su carrera está plagada de éxitos desde sus inicios en Ñu, hasta su larga carrera en solitario, pasando desde luego por la brillante etapa de Leño, grupo que él mismo creó, con Chiqui Mariscal como bajo, y Ramiro Penas como batería. De esta etapa derivan discos como “Leño”, “Más madera” y “Corre, corre”, y canciones que casi todos los españoles de varias generaciones conocen, como por ejemplo “La noche de que te hablé”, “Maneras de vivir”, y gran parte de las del último disco mencionado, quizá uno de los mayores éxitos del rock español de todos los tiempos (“¡Corre, corre!”, “Sorprendente”, “La fina”, “¡Que tire la toalla!”, “¡Entre las cejas!” o “¡Qué desilusión!”, todas las cuales se encuentran entre mis favoritas). A este período, luego revivido en diversos recopilatorios y directos, le sigue una larga etapa de Rosendo en solitario, con discos tan famosos como “Loco por incordiar”, que incluye éxitos como la canción que da título al álbum, y otros tan conocidos como “Agradecido”. Luego ha seguido una larga lista de discos, hasta su decimoquinto álbum de estudio en 2013, “Vergüenza torera”. A estos nuevos discos han acompañado numerosos conciertos, giras, y una gran cantidad de reconocimientos, desde una calle en Leganés hasta la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes. Pero, por lo que sé, Rosendo ha seguido siendo siempre el mismo, siempre auténtico, siempre fiel a sí mismo. Será una pena si se retira, pero sus canciones nos seguirán acompañando siempre a sus fans.

(Fuente de la imagen: https://es.wikipedia.org/wiki/Rosendo_Mercado)

jueves, 20 de diciembre de 2018

Felicitaciones

Felicitaciones


            Un buen amigo turco, de religión islámica, suele felicitarme la Navidad, y es una de las felicitaciones que más valoro, porque sé que la fecha es totalmente ajena a su cultura y creencias. Aunque no hace mucho que nos conocemos, yo le invité en su día a cenar en casa con mi familia en Toledo, y el agradeció enormemente ese gesto, y luego me invitó en Estambul. Por supuesto, en su casa dejé los zapatos a la entrada, y no se me ocurrió darle dos besos a su esposa. Y pronto comprobamos que tenemos muchas cosas en común, por ejemplo la valoración de la familia, y desde luego la profesión de una fe y unas creencias. La Cofradía Internacional de Investigadores de Toledo, a la que me honro en pertenecer, congrega precisamente a estudiosos de todas las disciplinas científicas, y de todas las creencias religiosas, siempre que tengan fe en un único Dios. Otro amigo, reconocido ateo, me dijo una vez que él es un ateo de cultura cristiana, y que, en términos culturales, se siente más próximo a un cristiano creyente que a un ateo cuyo contexto cultural sea otro diferente. Otra amiga me felicita el solsticio con una imagen de Papá Nöel haciendo yoga…, y desde luego le correspondo a esta forma original (aunque ahora quizá cada vez más frecuente) de transmitir buenos deseos. Después de todo, tampoco hay que olvidar que, antes de que el cristianismo eligiera esta fecha para conmemorar el nacimiento de Jesús de Nazaret, los paganos celebraban el solsticio, justo cuando los días empiezan a crecer, y constataban que la oscuridad y la noche nunca consiguen imponerse sobre la luz. Del mismo modo que nuestra cristiana fiesta de San Juan, próxima al otro solsticio, vino a sustituir la fiesta de los días más largos del año, y nuestras hogueras tienen una raíz muy profunda en ese mismo reconocimiento a la luz…

            Ya lo he escrito alguna vez: cada uno es libre de celebrar lo que quiera en estas fechas, o de no celebrar nada. Pero lo que nadie puede borrar (y sería un disparate intentar borrar) es el sentido tradicional de estas fiestas, vinculadas profundamente a la religión cristiana, pero que, sin duda, están firmemente arraigadas en nuestra cultura. Por eso, no hay en mi opinión cosa más absurda que el intento de eliminar los símbolos y tradiciones religiosas de estas celebraciones, para “no molestar” o, en las felicitaciones más o menos oficiales, no quebrantar el principio de no confesionalidad que debe regir todos los actos de los poderes públicos. No entiendo a quienes se “hacen bolas” con la Navidad. Religión, cultura y tradición van unidas inescindiblemente (basta ver las valiosas representaciones artísticas del Nacimiento) aunque, por supuesto, en un Estado liberal y laico a nadie se le impone nada. En todo caso, lo que yo quiero es felicitar a mis lectores diciéndoles que pido al Niño Dios que nos ayude, nos proteja y nos ilumine. Eso sí, que cada uno encuentre esa luz en su vida según sus convicciones y creencias y por su propia vía. 

(Fuente de la imagen: https://blog.uchceu.es/fisioterapia/os-deseamos-feliz-navidad-y-un-feliz-ano-nuevo/ )

domingo, 16 de diciembre de 2018

70 años de derechos universales

70 años de derechos universales



            Quizá sea por el protagonismo del aniversario de nuestra Constitución, pero me parece que por aquí ha pasado algo más desapercibido otro que, desde luego, no es menos importante: el pasado día 10 de diciembre se han cumplido 70 años desde que la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó en París la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en cuya redacción hay que destacar el papel de Eleanor Roosevelt, que presidió el Comité de Redacción, y de René Cassin, quien efectivamente redactó el primer texto. Con la perspectiva de estas décadas, puede apreciarse sin ningún género de dudas la trascendencia de este hito histórico para la humanidad. Aunque había algunos antecedentes en la obra de la Sociedad de Naciones en la época de entreguerras (o, más remotamente, en el Derecho Internacional Humanitario del siglo XIX), y aunque desde su plasmación en las primeras declaraciones francesas y norteamericanas que abrieron la Edad Contemporánea, los derechos se proclamaban de “todos los hombres”, en realidad la de 1948 es la primera declaración de derechos de contenido, propósito y alcance universal. Ciertamente, entonces Naciones Unidas estaba compuesta por muchos menos Estados, y ni siquiera todos votaron a favor: hubo 48 votos favorables y ocho abstenciones. Ello, en sí mismo, ya suponía un éxito teniendo en cuenta las dificultades para alcanzar determinados consensos entre los dos bloques que ya empezaban a formarse (países occidentales y países del este o comunistas). Pero más allá de ese dato, puede decirse que la universalidad (en sentido geopolítico) de esta declaración se manifiesta, siete décadas después, en que nunca jamás -que yo sepa- ningún Estado, ni entre los que componían ese momento Naciones Unidas, ni entre los muchos más que han ingresado después -sobre todo por efecto de la descolonización- ha objetado formal u oficialmente su contenido. Es, sin duda ninguna, lo más parecido a un consenso universal sobre lo que deben ser los derechos humanos. 

            Ese dato sirve para destacar el gran valor de este texto. Me atrevo a decir que, solo por este texto ( al que hay que añadir los tratados internacionales posteriores, que de algún modo fueron su consecuencia o desarrollo), y por el papel que ha tenido desde entonces como incuestionable “parámetro ético universal” ya se justifica la labor de la ONU, tan cuestionada y cuestionable por otros aspectos. Ante esta circunstancia, se empequeñece la trascendencia de las críticas que legítimamente pueden hacerse al documento, y que se centrarían, desde luego, en su ausencia de valor jurídico. Ello se corrigió en parte con los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos, y Económicos Sociales y culturales, auténticos tratados firmados en Nueva York en 1966, aunque el problema que tienen (común a otros textos internacionales en la materia) es la escasez de garantías eficaces. En cualquier caso, si la cruz de la esta declaración es que, obviamente, no ha servido para impedir de una vez, y en todo momento y lugar, las vulneraciones de derechos, la gran “cara” es que ha permanecido como criterio compartido por todos para saber cuándo hay una violación de derechos.   

(Fuente de la imagen: https://www.pinterest.es/pin/531776668472206483/ )

jueves, 6 de diciembre de 2018

Luz tras las tinieblas

Luz tras las tinieblas


          
        
Luz tras las tinieblas

            He escrito y dicho “alguna cosa” sobre la Constitución y su reforma en los últimos   años; y sobre su cuadragésimo aniversario, llevo ya más de un año expresando mi valoración. Así que, para ser sincero, había pensado dedicar a cualquier otro tema esta semana en que efectivamente se cumplen cuatro décadas desde el referéndum en el que masivamente fue ratificada por el pueblo; no tanto por “tomarme vacaciones” (bien saben mis lectores que esta columna es quizá la única actividad que no abandono nunca), sino por no resultar reiterativo, ni cansar más de la cuenta. Pero he aquí que hace algunos días llegó a mi poder un libro excelente y delicioso, titulado “Luz tras las tinieblas. Vindicación de la España constitucional”, editado por Alianza en este mismo año 2018, y del que es autor mi colega y amigo Roberto Blanco Valdés, catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela. Decidí darle prioridad sobre la siempre repleta pila de libros que tengo para leer, porque el tema y el índice me sugerían una obra del mayor interés, y también porque sigo al autor, y todo lo que ha escrito me ha gustado y me ha servido para aprender. Para el que tenga interés, y entre tantos otros trabajos, casi siempre en Alianza, está el imprescindible y magnífico “El valor de la Constitución”,  pero también “La construcción de la libertad”, “Nacionalidades históricas y regiones sin historia” o “Los rostros del federalismo”.

            Pero “Luz tras las tinieblas” es una recomendación especialmente oportuna para este momento y este espacio, porque su autor -como suele hacer- se logra explicar combinando magistralmente el absoluto rigor académico y la claridad expositiva. La sencillez y la claridad del lenguaje hacen que la obra sea perfectamente comprensible por no juristas, e incluso yo creo que está principalmente dirigida a personas con inquietudes por el tema, pero no especialistas en él. Sin desvelar más, debo decir que comparto con el autor buena parte de su enfoque, según el cual “la democracia actual ha sido, sin ningún género de dudas, la de más alta calidad de nuestra historia. Y la España constitucional posterior a 1978, la mejor España que jamás haya existido” (p. 51). Y si bien hay no pocas cosas que pueden mejorarse -y reformarse-, la reforma territorial que se necesita no resolvería el principal problema que tenemos, porque -no se puede decir más claro- “eso que se llama encaje territorial no puede funcionar si hay fuerzas políticas cuyo éxito depende de una sociedad desencajada” (p. 253). En fin, este 6 de diciembre no me apetecía volver a repetirme con críticas y valoraciones. Pero sí “sentir” esta fiesta, y sentir también que la inmensa mayoría de mis compatriotas comparten mi sentimiento, saben que hay motivos para celebrar, porque, tras demasiado tiempo de “tinieblas” nuestra carta magna nos trajo la luz. La lectura de este libro de Roberto Blanco sin duda les hará disfrutar, y entender la verdadera justificación de esta fiesta, en la que tantos motivos tenemos para compartir la satisfacción de sabernos parte de una misma comunidad, cuyo fundamento es -¡ahora sí!- una sólida democracia y los derechos humanos.

(Fuente de la imagen: https://www.alianzaeditorial.es/libro.php?id=4185775&id_col=100508&id_subcol=100517).