jueves, 28 de abril de 2016

El Quijote en 17.000 tuits

El Quijote en 17.000 tuits



            Cuatro siglos exactos desde el día del fallecimiento de Miguel de Cervantes y de William Shakespeare suponen una conmemoración tan relevante para la historia de la literatura, que después de todo me parece justificada esta “sobrecarga” de actos y eventos que hemos vivido. Además, en el caso del autor de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” la fecha es también idónea para que más de quinientos millones de personas celebremos que somos copropietarios de un tesoro de incalculable valor (y que como tal deberíamos cuidar con gran esmero), como es la lengua llamada castellano o español. Pero quiero destacar una iniciativa que resulta bastante curiosa, denominada “el Quijote en 17.000 tuits” (@elquijote1605). Es un perfil de Twitter que ha ido publicando la obra cumbre de nuestra literatura tuit a tuit, hasta alcanzar esa cifra exacta de 17.000. La iniciativa puede parecer anecdótica, pero yo creo que tiene un gran interés en la medida en que nos transmite un doble mensaje. Por un lado, es positivo todo lo que incite a la lectura de esta gran obra universal, y en general, en nuestros días, todo lo que invite a la lectura, tan abandonada hoy más allá del propio contexto del mundo digital, a veces tan limitado, carente de rigor o lleno de incorreciones. Pero a diferencia de otras propuestas, en las que esta invitación a la lectura de la obra casi ha quedado diluida, olvidada o solapada con la conmemoración, cuando no sustituida por otra serie de finalidades divulgativas que se alejan ya de la obra literaria, en este caso la invitación es tan explícita que la iniciativa consiste en un ofrecer un canal específico y novedoso para llevar a cabo esa lectura. Por otro lado, se trata de una forma de unir la literatura clásica con las nuevas tecnologías, un símbolo de que tradición y modernidad no están reñidas, sino que más bien la síntesis entre ambas puede resultar muy positiva. Una idea que yo comparto.


            Además, conviene destacar algunos aspectos de esta idea y de su autor, que prueban que detrás de ella hay mucho más análisis y tiempo de lo que cabría imaginar. Publicar el Quijote en 17.000 tuits ha supuesto varios años, y no pocos cálculos, que permitieron estimar que era necesario un ritmo de 28 tuits diarios para acabar exactamente el día 22 de abril de 2016, es decir, el día anterior al cuarto centenario. El responsable de la iniciativa, Diego Buendía, es un ingeniero retirado que trabajó durante años como programador, y ha querido compartir los instrumentos utilizados para llevarla a acabo, en particular la calculadora de diferencia de tiempos, la herramienta para el envío de multituits y el programador de tuits, elementos muy útiles que han permitido que, salvo en algún momento puntual, la labor haya podido prácticamente automatizarse. De esta manera, supo que la transcripción de esta obra universal ocuparía exactamente 17.000 tuits, y comenzó este proyecto, que ha logrado generar un seguimiento extraordinario, no solo por los más de 14.000 seguidores que actualmente tiene la cuenta, sino también por el gran interés mostrado por los medios, no solo nacionales, sino también internacionales, sobre todo en Europa y en Iberoamérica.  Ahora Diego, como es lógico, planea nuevos proyectos en la misma línea. Por circunstancias diversas que no vienen al caso, he podido colaborar modestamente en este interesante proyecto aportando la fotografía de los molinos de Consuegra que preside el perfil, cosa que me alegra mucho.    

(Foto: Perfil de @elquijote1605)

jueves, 21 de abril de 2016

La esencia de la Universidad

La esencia de la Universidad


           
El término Universidad tiene el mismo origen etimológico que Universo. Deriva de “unus” y “vertere”, expresando así la unidad de lo diverso y variado, la unión de los saberes, que se difunden y dan a conocer de una manera abierta. Fue así como, en los inicios de la Baja Edad Media, las escuelas catedralicias fueron convirtiéndose en Estudios Generales, y del “Trivium” de pasó al “Quadrivium”, pretendiendo englobar todos los saberes; más tarde pasó a utilizarse el término “Universitas”. Entre los primeros centros universitarios se suele mencionar a Bolonia, Oxford, París o, en España, Salamanca. La Universidad de Toledo abrió a finales del siglo XV y tendría más de 500 años, aunque hubo de cerrar en el siglo XIX y reabrir ya en la segunda mitad del siglo XX, inicialmente con centros dependientes de la Universidad Complutense, y luego como un Campus de la Universidad de Castilla-La Mancha. En América florecieron las Universidades ya en el siglo XVI, aunque a veces no es fácil precisar cuándo un centro de estudios puede empezar a denominarse con propiedad Universidad, y las dudas entre la cédula regia y la bula papal permiten que siga existiendo un cierto debate entre la Universidad Autónoma de Santo Domingo y la Universidad Nacional de San Marcos en Lima, sobre cuál fue la primera Universidad del nuevo continente.

            Pero no es mi intención terciar en polémicas o debates, que por otro lado tienen interés desde el punto de vista histórico, sino avanzar la idea de que esa universalidad propia de los centros de enseñanza superior habría sido desde su origen su nota esencial. Y más allá de la intención de abarcar todos los saberes, esa universalidad debe predicarse también de los enfoques, las convicciones, las teorías científicas o humanísticas, siempre que se formulen con fundamento y rigor metodológico. En definitiva, no se puede entender la Universidad sin la mayor pluralidad de perspectivas y de opiniones, pero también sin una cierta pretensión de que toda opinión se fundamente de forma lógica o científica, y se pueda formular con la mayor objetividad y neutralidad posible. La Universidad es así enemiga del pensamiento único, del puro adoctrinamiento o del sectarismo, pero también de la pura arbitrariedad o la falta de rigor en la formulación de las opiniones o ideas propias. Desde luego, es obvio que la realidad siempre ha sido más compleja de lo que sugiere el anterior análisis, y que en su larga historia y en su amplísima difusión geográfica, la Universidad ha tenido momentos y lugares en los que la libertad de ciencia, consustancial a su esencia, se ha visto seriamente limitada o coartada. Pero creo que de una manera u otra el espíritu de apertura y la tolerancia han ido siempre abriéndose camino, ya que sin ellos una enseñanza o un intercambio de ideas no puede enmarcarse en el ámbito que calificamos como universitario. Por ello la Universidad no puede sino ser el lugar de encuentro entre la educación como derecho prestacional, y un conjunto de libertades que se predican de todos los miembros de la comunidad educativa: libertad de ciencia, de investigación, de cátedra y de estudio. Y la autonomía universitaria, considerada hoy un derecho fundamental autónomo, no deja de tener un sentido finalista, pues se dirige a preservar dichas libertades. Modestamente, cada vez que doy una clase o una conferencia, participo en un foro o colaboro en su organización, procuro siempre tener muy presente estas ideas de servicio público, libertad y pluralismo.

martes, 12 de abril de 2016

Mis juguetes

Mis juguetes



         
   Mi infancia no se puede entender sin tres elementos: coches, fútbol, y muñecos de acción. Los coches es sus diversas versiones (miniaturas de varios tamaños, coches teledirigidos, coches de pedales…) eran siempre un juguete muy socorrido, pero sin duda en ese terreno mi más anhelado deseo eran esos scalextric que tenían algunos de mis amigos y que los Reyes Magos olvidaron dejar en mi casa, aunque a decir verdad, y sin que nunca haya sabido muy bien por qué, lo compensaron trayéndole a mi hijo mayor el scalextric Copa Ibiza cuando ni siquiera tenía edad para saber escribir la carta. Pasando al fútbol, a la mayoría de los niños de mi generación nos encantaba en todas sus modalidades: coleccionábamos e intercambiábamos cromos (y entonces nuestros ídolos eran Johan Cruyff, y entre los atléticos, Luis Aragonés o Ayala), pero también jugábamos. En el colegio, en el mismo patio y con las mismas porterías se jugaban a la vez seis u ocho partidos, y aunque parezca un poco complicado –todavía más si consideramos que la portería no tenía red, o incluso a veces lo único que había eran dos hitos o montones de libros, carteras o ropa que marcaban lo que debían ser los postes-, la verdad es que resolvíamos todas las controversias sin necesidad de árbitro. En este contexto, el balón reglamentario era un excelente regalo. Pero a decir verdad, es claro que a mí Dios, muy a mi pesar, no me llamó por la vía de triunfar jugando al fútbol. Con todo, nunca se me dieron nada mal variantes como el futbolín, así como aquellas maravillosas chapas con las que nos diseñábamos equipos enteros con sus uniformes en papel, un garbanzo como balón y una caja de zapatos como portería (aunque en una ocasión mi padre, que era muy mañoso, me construyó dos porterías con unos alambres fuertes para la base y los postes, y redecilla de las naranjas, que fueron la absoluta envidia de mis amigos).



   
         En cuanto a los muñecos de acción, tuve de todo tipo, pero mis favoritos fueron los madelman y los geyperman. Los primeros nacieron el mismo año que yo, y dejaron de fabricarse en 1983, así que su existencia fue paralela a mi infancia y adolescencia, y tenían algo muy especial. Sus medidas y articulaciones los hacían mejores que los muñecos de plástico más rudimentarios (como los airgamboys o los “clic” de famobil), pero en realidad tenían el tamaño mínimo necesario para poseer ropa y uniformes de tela intercambiables, así como calzado, que inicialmente no se acoplaba a un pie sino a un muñón. Eso los hacía manejables y permitía construir un escenario con sus accesorios, en un espacio razonable. Recuerdo el hombre rana, y un pack completo de safari, con un madelman blanco y otro negro, su jaula, tienda y animales, con el que tantas horas habré jugado con mi hermano o con amigos. Y, sobre todo, aquel precioso helicóptero. En fin, todos estos juguetes, la mayoría genuinamente españoles y no pocos de fabricación casera, contribuyeron a que mi infancia fuera feliz. Y lo mejor: necesitaban o hacían muy conveniente la presencia de un compañero, un amigo, un hermano. No soy un nostálgico y jamás he pensado que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero a veces creo que tantos niños que hoy veo jugando con sus consolas, sus móviles y otras tecnologías, estarán virtualmente comunicados con centenares de compañeros, pero física y realmente solos.  


(Fuentes de las imágenes: 
http://www.innovecash.com/producto/scalextrics-copa-ibiza-completo/
http://www.fcbcapball.com/history.html
http://www.enciclopediamadelman.com/page-product-details.php?ref=49) 

jueves, 7 de abril de 2016

Ciudades de Iberoamérica: La Paz

Ciudades de Iberoamérica: La Paz





            Siempre se ha dicho que La Paz es la capital de Estado que está a mayor altitud del mundo, pero todo tiene que ser matizado. Para empezar, aunque es la sede del Ejecutivo y el Legislativo, constitucionalmente el título de capital de Bolivia le corresponde a Sucre. Para seguir, desde los años 80 del siglo XX “El Alto”, que es la zona con altitudes cercanas a 4.000 metros sobre el nivel del mar y en la que está el aeropuerto, es un municipio independiente, que sí puede presumir de ser (lo dice la Wikipedia que en esto no suele equivocarse), la gran ciudad (de más de 100.000 habitantes) a mayor altitud sobre el nivel del mar. Pero todo esto son meras curiosidades, porque lo cierto es que La Paz es, mucho más que un conjunto de datos, una ciudad para vivirla. La Paz es esa ciudad en la que la comunicación entre barrios, en lugar de en metro, se hace en teleférico. Una ciudad en la que una mujer pasea con el cochecito de su niño cuesta abajo… y no puede evitar bajar corriendo. Una ciudad con casi mil metros de desnivel entre unas zonas y otras, y de cuyas proximidades parte el famoso “camino de la muerte”, que los más intrépidos se atreven a hacer en bicicleta, descendiendo en 60 kilómetros ¡3.500 metros! hasta la selva. Una ciudad que desde todos los emplazamientos mira a una montaña permanentemente nevada, destacando en el horizonte: el Illimani.


            Pero no todo son montañas y desniveles. La Paz es también una ciudad de gentes tranquilas, serias y trabajadoras, que se afanan en sus quehaceres. Una ciudad que nació como punto de descanso en el camino de Potosí a Cuzco, que fue trasladada a los tres días de su fundación buscando un clima templado, pero que hoy destaca por su clara personalidad propia y diferente a cualquier otro lugar. Una ciudad de cielo limpio y azul, aunque en el horizonte a veces las nubes se confunden con la nieve. Una ciudad con un centro a veces animado y bullicioso. En la Plaza Murillo las palomas se agolpan, y algunos vendedores dan vida y ambiente a un centro neurálgico en el que, como en tantos lugares, la iglesia catedral compite con las sedes del Gobierno y de la Asamblea Legislativa. Una ciudad con un “Mercado de las Brujas” que expresa como pocos lugares ese sincretismo entre superstición y religión, y en el que se pueden comprar todo tipo de amuletos y remedios, acompañados eventualmente de la correspondiente oración: desde fetos de llama hasta las más variadas soluciones para potenciar el vigor sexual, o para conseguir, en suma, una vida feliz, plena de dinero y amor. Una ciudad en la que resulta cotidiano ver a las mujeres con las vestimentas tradicionales, curiosamente acompañadas de un bombín, influencia que los obreros ingleses dejaron hace ahora un siglo (al parecer llegó una partida de tallas pequeñas y eso popularizó este complemento entre las mujeres). Y por si fuera poco, La Paz es una ciudad que tiene una zona que al propio Neil Armstrong le recordaba a los valles lunares. Una ciudad, en fin, llena de atractivos y de contrastes. Profundamente indígena y profundamente hispana, al tiempo animada y tranquila, fría y calurosa, concentrada y dispersa; distante pero hospitalaria, incómoda pero acogedora. Una ciudad que merece la pena conocer y vivir.