martes, 12 de abril de 2016

Mis juguetes

Mis juguetes



         
   Mi infancia no se puede entender sin tres elementos: coches, fútbol, y muñecos de acción. Los coches es sus diversas versiones (miniaturas de varios tamaños, coches teledirigidos, coches de pedales…) eran siempre un juguete muy socorrido, pero sin duda en ese terreno mi más anhelado deseo eran esos scalextric que tenían algunos de mis amigos y que los Reyes Magos olvidaron dejar en mi casa, aunque a decir verdad, y sin que nunca haya sabido muy bien por qué, lo compensaron trayéndole a mi hijo mayor el scalextric Copa Ibiza cuando ni siquiera tenía edad para saber escribir la carta. Pasando al fútbol, a la mayoría de los niños de mi generación nos encantaba en todas sus modalidades: coleccionábamos e intercambiábamos cromos (y entonces nuestros ídolos eran Johan Cruyff, y entre los atléticos, Luis Aragonés o Ayala), pero también jugábamos. En el colegio, en el mismo patio y con las mismas porterías se jugaban a la vez seis u ocho partidos, y aunque parezca un poco complicado –todavía más si consideramos que la portería no tenía red, o incluso a veces lo único que había eran dos hitos o montones de libros, carteras o ropa que marcaban lo que debían ser los postes-, la verdad es que resolvíamos todas las controversias sin necesidad de árbitro. En este contexto, el balón reglamentario era un excelente regalo. Pero a decir verdad, es claro que a mí Dios, muy a mi pesar, no me llamó por la vía de triunfar jugando al fútbol. Con todo, nunca se me dieron nada mal variantes como el futbolín, así como aquellas maravillosas chapas con las que nos diseñábamos equipos enteros con sus uniformes en papel, un garbanzo como balón y una caja de zapatos como portería (aunque en una ocasión mi padre, que era muy mañoso, me construyó dos porterías con unos alambres fuertes para la base y los postes, y redecilla de las naranjas, que fueron la absoluta envidia de mis amigos).



   
         En cuanto a los muñecos de acción, tuve de todo tipo, pero mis favoritos fueron los madelman y los geyperman. Los primeros nacieron el mismo año que yo, y dejaron de fabricarse en 1983, así que su existencia fue paralela a mi infancia y adolescencia, y tenían algo muy especial. Sus medidas y articulaciones los hacían mejores que los muñecos de plástico más rudimentarios (como los airgamboys o los “clic” de famobil), pero en realidad tenían el tamaño mínimo necesario para poseer ropa y uniformes de tela intercambiables, así como calzado, que inicialmente no se acoplaba a un pie sino a un muñón. Eso los hacía manejables y permitía construir un escenario con sus accesorios, en un espacio razonable. Recuerdo el hombre rana, y un pack completo de safari, con un madelman blanco y otro negro, su jaula, tienda y animales, con el que tantas horas habré jugado con mi hermano o con amigos. Y, sobre todo, aquel precioso helicóptero. En fin, todos estos juguetes, la mayoría genuinamente españoles y no pocos de fabricación casera, contribuyeron a que mi infancia fuera feliz. Y lo mejor: necesitaban o hacían muy conveniente la presencia de un compañero, un amigo, un hermano. No soy un nostálgico y jamás he pensado que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero a veces creo que tantos niños que hoy veo jugando con sus consolas, sus móviles y otras tecnologías, estarán virtualmente comunicados con centenares de compañeros, pero física y realmente solos.  


(Fuentes de las imágenes: 
http://www.innovecash.com/producto/scalextrics-copa-ibiza-completo/
http://www.fcbcapball.com/history.html
http://www.enciclopediamadelman.com/page-product-details.php?ref=49) 

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