jueves, 31 de marzo de 2016

Los ojos

Los ojos


           












     Si la cara es el espejo del alma, los ojos son quizá la ventana a través de la cual  no solo percibimos, sino que nuestro espíritu, nuestro ser más profundo, se muestra a los demás. Los ojos son tan expresivos y representativos de la vida, que el ser humano ha estado siempre fascinado por ellos, y por ello los ojos son objeto de estudio, análisis o contemplación por la literatura, la pintura, la fotografía, la biología, la medicina… Algunas mujeres en algunas culturas tapan (o son obligadas a tapar) todo su cuerpo con la única excepción de los ojos, pero estos, que hacen único a cada ser, son a veces capaces de expresar mucho más que complejos discursos. Tapar el rostro es tapar aquello que nos identifica en sociedad, y no deja de ser un intento de negar la personalidad propia, pero incluso en esos casos, si quedan los ojos, queda algo del ser… Bécquer lo expresó con la sutil hermosura de su poesía: “Como en un libro abierto/ leo de tus pupilas en el fondo/ ¿A qué fingir el labio/ risas que se desmienten con los ojos?”.


            Los ojos son un misterio incluso para la ciencia. Son un auténtico prodigio de la evolución, tanto que el propio Darwin llegó a afirmar que parecía absurdo que la gran variedad de las formas oculares se hubiesen formado por selección natural, aunque finalmente entiende que esa dificultad para entender la evolución de los ojos “aunque insuperable para la imaginación, no sería considerada como destructora de nuestra teoría”. El caso es que, como pone de relieve un reciente estudio en la revista National Geographic (febrero de 2016), parece que toda la inmensa biodiversidad de los ojos deriva de una primera y común fase inicial. Desde los sencillos y primitivos fotorreceptores de algunas medusas o de la lombriz de tierra, hasta los complejos y agudísimos ojos de las águilas. En ese estudio se puede leer que “la variedad de tareas que desempeñan los ojos no conoce más límite que la fecundidad de la naturaleza. Los ojos representan la colisión entre la constancia de la física y el desorden de la biología”. Y es que todos los ojos tienen la misma base molecular, unas proteínas llamadas opsinas. Lo sorprendente es que la evolución de los ojos se ha adaptado a las necesidades y circunstancias de cada ser, incluso en aquellos casos en los que parecen menos desarrollados. Se puede decir que cada especie tiene los ojos que necesita.


En cualquier caso, aun siendo los ojos fascinantes para la ciencia, creo que esta no alcanza a explicar su especial capacidad expresiva y comunicativa. Si existe un lenguaje corporal, los ojos son probablemente su elemento más importante. Los aficionados a la fotografía (y otro tanto cabría decir para la pintura y otras artes) sabemos que, aunque toda regla tiene sus excepciones, en general conviene enfocar a los ojos a la hora de realizar cualquier retrato. O incluso a un solo ojo. Y esta idea no solo es aplicable a los seres humanos, sino a cualquier ser vivo. Desde un caballo o un gato, hasta un invertebrado (son impresionantes las macrofotografías de arañas que muestran múltiples ojos). La nariz puede ser muy característica, la boca tiene sin duda una gran expresividad, y acaso es el único rasgo que puede competir con los ojos en este ámbito, pero después de todo son estos los que más transmiten de una persona. Quien tenga unos ojos bellos, será bello. Mirar directamente a los ojos se considera una actitud que revela o transmite sinceridad, cercanía, valor. Somos nuestros ojos.


miércoles, 23 de marzo de 2016

¿Qué podemos hacer?


¿Qué podemos hacer?


            Esta semana los atentados de Bruselas nos han impactado a todos brutalmente y parece difícil escribir de cualquier otro tema. Pero más allá del inevitable dolor y cuando ya casi todo se ha dicho sobre el tema, inmediatamente surgen las preguntas sobre por qué alguien llega a hacer esto, y por otro lado, qué se puede –o se debe- hacer para impedir que este tipo de acciones vuelvan a repetirse, o terminen por convertirse en una situación común o frecuente o, en el peor de los casos, alcancen su objetivo último, que es obviamente dañar, destruir y derrotar a la civilización occidental. Creo que la primera cuestión no debe abordarse con el propósito de justificar o explicar estas acciones, ni tampoco de buscar culpas propias en quienes somos únicamente las víctimas. Tema totalmente diferente es el planteamiento de la posición a adoptar ante los inmigrantes, así como la de la necesidad de reconocer sus derechos e integrarlos en nuestras sociedades.

Pero ahora quiero centrarme en la cuestión de qué hacer para evitar este tipo de atentados salvajes. En primer lugar podemos pensar en los Estados occidentales y sus gobernantes como principales responsables de adoptar las medidas necesarias. Creo que ello es cierto. Y aquí nos aparece la paradoja propia de nuestra civilización, consistente en que se deben hacer todos los esfuerzos para defender los valores que la identifican y que tanto ha costado implantar (y a veces parecen todavía deficientemente implantados), como son los de derechos humanos (libertad, igualdad, dignidad), democracia y limitación del poder; pero para defender los derechos no cabe renunciar a ellos o cambiar las reglas del juego a quienes atenten contra ellos, pues entonces, ¿qué estaríamos defendiendo? Esa paradoja suele resolverse en todos los Estados serios mediante el establecimiento de posibilidades de suspensión de algunos derechos, sometidas a procedimientos y garantías estrictas, y también a límites. Ello parece sin duda necesario. Pero me temo que para afrontar el origen de esta amenaza hay que ir más allá, actuando con todos los medios necesarios en el plano internacional, incluyendo si es preciso el uso de la fuerza. Esta debe someterse siempre a un obvio principio de proporcionalidad, pero este mismo principio nos lleva a concluir que, cuando es tan grave, la respuesta debe ser contundente, y dirigida en lo posible a acabar con el origen del problema. Pero por otro lado, a cada persona de bien, individualmente, le surgirá la cuestión de qué puede hacer para luchar contra esta lacra o aliviar esta dolorosa situación. Los creyentes siempre pensamos en primer lugar en la oración por las víctimas, tanto las que nos han dejado como las que han de sufrir aquí las heridas físicas o la ausencia de sus seres queridos. Además es comprensible que la rabia y la impotencia se reflejen en el deseo de expresar públicamente el rechazo a la violencia o la solidaridad con las víctimas, y de ahí la profusión de banderas y símbolos alusivos a Bélgica y tendentes a expresar que su dolor es el nuestro. Pero más allá de ello, creo que podemos: 1) manifestar la petición a nuestros gobiernos para que no permanezcan impasibles; 2) mantener la cabeza fría para no renunciar jamás a los valores que nos identifican, y tratar siempre a los demás de acuerdo con estos valores; 3) no confundirnos y nunca intentar que paguen justos por pecadores. Esa será la mejor contribución a la defensa de nuestra civilización.

(fuente de la imagen: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/22/actualidad/1448180719_870912.html).