jueves, 22 de febrero de 2018

El himno de Marta



El himno de Marta


            La famosa cantante Marta Sánchez sorprendió hace unos días con una interpretación original del himno nacional en uno de sus conciertos, que incluía una letra propia. Esa interpretación pronto adquirió una inmensa difusión, generando un cierto sentimiento colectivo favorable. Sin embargo, nunca llueve a gusto de todos, y también ha habido numerosas críticas. En mi opinión, dejando a un lado las que se limitan a decir que no les gusta la letra o la interpretación (ya que sobre gustos no hay nada escrito), muchas de estas críticas revelan ocultos recelos o extraños sentimientos que en algunos provoca el mero hecho de comprobar que muchos paisanos expresan, sin ningún tipo de complejo, su sentimiento patriótico.


            Así, por ejemplo, algunos políticos se han quejado de que eso politiza el himno, cuando quizá lo que lo politiza es su pronunciamiento al respecto. Otros han dicho que no les gustan las banderas, o que están hartos de guerras de banderas; pero en realidad eso solo lo expresan ante la exhibición, últimamente muy frecuente, de la bandera y otros símbolos españoles, y no de otros. Y poca “guerra” puede manifestarse en aquello que no expresa nada contra nadie, sino solo un sentimiento compartido. Por otro lado, otros se empeñan en destacar que tenemos muchos problemas más importantes (el paro, la pobreza, la precariedad… y todos los que se quieran añadir); como si el exhibir la bandera o cantar el himno fuera incompatible con preocuparse también de esas cuestiones, o impidiera ser consciente de los problemas o luchar contra ellos. En fin, algunos -muchas veces los mismos que pocos días antes saludaban como gran idea la utilización de “portavozas”- han criticado la pobreza lingüística o literaria de la letra. Yo creo que era una letra sencilla, que en lugar de hablar de muertos, guerras o sangre, apelaba simplemente al amor a la patria y al orgullo de sentirse español. Muchas veces se ha hablado de la diferencia entre el patriotismo y el nacionalismo; aquel nunca es excluyente ni va contra nadie, y expresa un sentimiento positivo. Yo, que lo primero me siento persona y ciudadano del mundo, y luego europeo y español, reconozco la importancia de los símbolos como elemento de unión de toda comunidad política o social, como podemos ver en cualquier lugar del mundo. Y creo que los que se avergüenzan de la utilización de los símbolos comunes, o consideran rancia o retrógrada toda muestra colectiva de estos, o de un sentimiento nacional (expresión que además solo manifiestan ante los símbolos comunes españoles, y no ante otros) quizá tendrían que hacérselo ver.


(Fuente de la imagen: https://as.com/tikitakas/2018/02/18/portada/1518960348_591489.html)

jueves, 15 de febrero de 2018

Covadonga 1918

Covadonga 1918







         El primer parque nacional de España, y uno de los primeros del mundo después de Yellowstone (1870) y Yosemite (1890), se declaró hace ahora un siglo. Fue el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga (que en 1995 se extendería y cambiaría su nombre para comprender los tres macizos de los Picos de Europa). En este proceso fue decisiva la figura de don Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, marqués de Villaviciosa de Asturias, quien dos años antes había realizado una encendida defensa del conservacionismo en la tramitación de nuestra primera Ley de Parques en el Senado: “Un castillo, una torre, una muralla, un templo, un edificio, se declara Monumento Nacional para salvarlo de las destrucciones. ¿Y por qué un monte excepcionalmente pintoresco (…) no ha de ser declarado Parque Nacional para salvarlo de la ruina? ¿No hay santuarios para el arte? ¿Por qué no ha de haber santuarios para la Naturaleza?”. Don Pedro Pidal había sido, con Gregorio Pérez, “el cainejo”, la primera persona en alcanzar la cima del Naranjo de Bulnes. Y tanto amó estos maravillosos lugares, que quiso enterrarse allí, en Ordiales, bajo una roca en la que puede leerse su epitafio: “Enamorado del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, en él desearíamos vivir, morir y reposar eternamente, pero, esto último, en Ordiales, en el reino encantado de los rebecos y las águilas, allí donde conocí la felicidad de los Cielos y de la Tierra, allí donde pasé horas de admiración, emoción, ensueño y transporte inolvidables, allí donde adoré a Dios en sus obras como Supremo Artífice, allí donde la Naturaleza se me apareció verdaderamente como un templo”.


            Con la inauguración de nuestro primer parque nacional por el rey Alfonso XIII, comienza un siglo en el que esta máxima figura para la preservación de la naturaleza se ha extendido en España a quince lugares emblemáticos (a los que hay que añadir centenares de lugares que han merecido otras formas de reconocimiento). Su gestión ha planteado no pocos problemas y dificultades. Por ejemplo, Picos de Europa es el segundo parque más extenso, y su territorio se sitúa entre tres Comunidades Autónomas, incluyendo varias entidades de población. En todo caso, esta figura de protección ha sido sin duda positiva, no solo desde el punto de vista medioambiental, sino también turístico y económico. Pero lo más importante es el efecto de concienciación ciudadana sobre la necesidad de protección de estos enclaves frágiles que, siguiendo la metáfora de Pidal, todos deberíamos considerar auténticos santuarios. Y actuar en consecuencia.



miércoles, 7 de febrero de 2018

Cisneros

Cisneros


            Es, sin duda, una exposición imprescindible. De estas cuyo recuerdo permanecerá como una referencia cultural importante en nuestra ciudad. Como, en los últimos años, lo fueron “Carolus”, “Los arzobispos de Toledo y la Universidad española”, o desde luego las que estuvieron en la ciudad con motivo del llamado “año Greco”. En este caso, es el quinto centenario del fallecimiento del cardenal Cisneros el motivo que justifica la reunión de un importante conjunto de objetos, obras de arte y documentos que nos ayudan a entender la vida y la época de este personaje imprescindible en los inicios de nuestra Edad Moderna. “Arquetipo de virtudes, espero de prelados” es el subtítulo que trata de sintetizar la singular personalidad de este cardenal primado, que, entre los que en otros países europeos jugaron un esencial papel político, destaca por haber sido dos veces regente, y por tanto jefe del Estado. Y sin duda supo ser un hombre de Estado. Luchó por la unidad religiosa, que en aquel momento se concebía como un pilar fundamental de la unidad del naciente Estado, y que implicó la expulsión de los judíos (la exposición recoge el decreto de expulsión con la motivación de la medida). Adoptó con firmeza decisiones políticas relevantes, siempre en interés de continuidad y unidad del reino. Y sus regencias sirvieron precisamente para enlazar reinados en períodos delicados. Pero también fue un hombre profundamente religioso, notoriamente austero y humilde, y carente de ambición política. En realidad, ambicionaba más bien poderse retirar y abandonar esos difíciles deberes y responsabilidades. Algo que no consiguió, pues hasta el final de sus días tuvo que encargarse del reino, hasta entregarlo a su legítimo sucesor, el entonces rey Carlos, aunque Cisneros no vivió para ver su llegada al territorio español.




            La exposición nos ayuda a entender al hombre y su época, a través de numerosos objetos de indudable valor, procedentes de diversas iglesias, parroquias o museos. Por hacer una crítica, creo que el discurso expositivo, el hilo conductor, pasa algo desapercibido, a través de algunos carteles que marcan las fases, pero que no destacan a la vista. Tampoco existe la posibilidad de audioguías, y las visitas guiadas siempre implican una selección de algunos objetos y aspectos. Con todo, el excelente libro de la exposición, aunque no es barato, es completísimo e imprescindible. En todo caso, quedan pocos días y aconsejo que nadie se pierda este evento fundamental.