jueves, 29 de noviembre de 2018

Bohemian rhapsody

Bohemian rhapsody



            Como soy fan del grupo Queen, no podía dejar de ver la película “Bohemian rhapsody”; pero por esa misma condición, fui a verla con un cierto escepticismo, temiendo que la recreación no me pareciera lo suficientemente auténtica, especialmente en el caso concreto de Freddie Mercury, quien fue un personaje irrepetible. Pues bien, no solo no salí decepcionado, sino que la película superó mis expectativas. En primer lugar, cada gesto, cada característica del estilo personal del mítico cantante, y de los demás miembros del grupo, parece haber sido estudiado meticulosamente, y reproducido con maestría y total credibilidad, no solo por el protagonista Rami Malek, sino también por los demás actores. Por otro lado, se ha logrado una increíble similitud con la voz de Mercury, si bien en este caso la del actor se ha mezclado con algunas demos originales, y sobre todo con la de Marc Martel, cuyo timbre es asombrosamente parecido al del cantante de Queen. Con todos estos ingredientes, la película logra uno de esos “milagros” que solo el cine puede conseguir, y es trasladarnos a aquellos momentos y lugares que ya son por definición físicamente irrepetibles, como por ejemplo aquel antológico concierto en Wembley. Gracias a la música y a las espectaculares imágenes, podemos sentirnos como se sintieron quienes allí estuvieron. Solo esto sería motivo para ir a verla. 

Pero es que, además, la música del grupo tiene una presencia justa, suficiente para disfrute del espectador, pero no tanto que anule o desdibuje la narración de una historia. Una historia -la del grupo Queen y el propio Mercury- que no por conocida es menos interesante. El largometraje describe y profundiza en el personaje de Mercury y en los demás del grupo, y así nos muestra la siempre compleja relación con sus padres; las dificultades que tuvo para llegar a ser quien quería ser, y sobre todo, esa abrumadora y aplastante soledad de quien tuvo una mujer en su vida, pero no pudo compartir plenamente su vida con ella; y muchos hombres, que probablemente no le llenaron como aquella otra relación. Y nos transmite también las vicisitudes de este conjunto único: rompedores cuando ser rompedor tenía mérito (y tenía sentido), originales, entregados a la experimentación y la hibridación y, desde luego, radicalmente innovadores. Freddie Mercury fue, sin duda, el líder indiscutible de Queen; sin embargo, él mismo tuvo que comprobar, tras sus años en solitario, que él no era Queen. Queen fue una obra colectiva e irrepetible, y el éxito de su música -que llega intacto hasta nuestros días- y el de la propia película, nos muestra el valor de este grupo, para el cual vivió Freddie la mayor parte de sus días. Persona y personaje se funden así hasta el punto de confundirse. Gran película que logra mostrarlo. No se la pierdan.

(Fuente de la imagen: http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-185719/fotos/detalle/?cmediafile=21440262).

jueves, 22 de noviembre de 2018

Marchena

Marchena


            Somos muchos los que llevamos años explicando (y denunciando) que el sistema de designación de los vocales del Consejo General del Poder Judicial (y de ocho de los doce magistrados del Tribunal Constitucional) ha ido degenerando en la práctica. Y ello fundamentalmente por dos motivos: la exigencia de mayoría cualificada de tres quintos en el Congreso y en el Senado, pensada para conseguir candidatos de consenso entre los partidos mayoritarios, se ha ido utilizando, cada vez más, como un reparto de “cuotas” entre dichos partidos, lo que provoca que, en lugar de proponer candidatos moderados, independientes, y carentes de vínculo político conocido, las cámaras han ido proponiendo, cada vez más, a aquellos candidatos que los partidos consideraban “próximos”, por los motivos que fueran. Eso no quiere decir que algunos de estos candidatos no hayan sido buenos juristas, o que luego no hayan sido independientes, pero en términos generales, el reparto por cuotas ha sido nefasto desde la perspectiva de la neutralidad y de la deseable apariencia objetiva de independencia de las instituciones afectadas. Lo peor no ha sido que los medios, con un lenguaje rechazable, hablasen de jueces” progresistas” o “conservadores”, sino que, con contadas y loables excepciones, en casos polémicos y políticamente sensibles, demasiadas veces los vocales o los magistrados han actuado “como se esperaba de ellos”. El segundo motivo de “perversión” es que los partidos negociaban también la presidencia del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo, algo inadmisible porque no les corresponde. Pero, de nuevo, lo lamentable es que el resultado de esa negociación parecía casi siempre ser “acatado” por los vocales o los magistrados del TC. Así que, si malo ha sido el comportamiento de los partidos, no siempre podemos decir que los jueces y juristas nombrados se hayan apartado claramente de ese “juego”… y eso es bastante peor. 

            Dicho lo anterior, aunque como digo muchos hemos venido criticando no tanto el sistema, sino aquello en lo que su práctica ha degenerado, para ser sincero yo no tenía demasiadas esperanzas de que la cosa fuera a cambiar mucho, ya que, como se ve, casi todos participan en el “juego”, e incluso alguno de los partidos representantes de la “nueva política” no ha tardado nada en entrar y exigir su “cuota”. Sin embargo, creo que el gesto de esta semana del juez Marchena abre la puerta a un cambio de panorama. Aunque tenga sentido repensar la regulación de la elección de estos órganos, creo que lo más importante es volver al espíritu de la regulación actual: fuera cuotas, fuera repartos, fuera vetos. Y nunca más los partidos deberían volver a elegir lo que no les corresponde. Con su renuncia a presidir el Tribunal Supremo (lo que sin duda es un sacrificio importante), Marchena ha hecho lo que muchos otros antes no hicieron: respetarse a sí mismo y respetar la función y la independencia judicial. Y, además, abre el camino para que los partidos no se atrevan a volver a actuar del mismo modo. Ojalá que así sea. 

(Fuente de la imagen: https://www.lasexta.com/noticias/nacional/manuel-marchena-descarta-como-presidente-consejo-general-poder-judicial-reivindicando-independencia-video_201811205bf3b08b0cf2abe03a74aa56.html)

jueves, 15 de noviembre de 2018

Guerra, crisis, nueva etapa

Guerra, crisis y nueva etapa



            Hace unos días, y con gran solemnidad, se conmemoraba en París el centenario de armisticio que puso fin a la primera guerra mundial. Está bien que estos acontecimientos se recuerden, con la perspectiva que da un siglo, pues de ahí se pueden extraer muchas enseñanzas. Las guerras, como de todos los hechos históricos, se pueden analizar desde muy diversas perspectivas, y en estos días no han faltado muestras de ello. A mí, como supondrán los lectores que me conocen y siguen, me interesa especialmente la visión jurídico-política. Con este enfoque, la primera guerra mundial supuso el fin de una etapa y el inicio de otra, que sin embargo solo muy costosamente logró abrirse camino, tras décadas de crisis y una segunda guerra, todavía más cruenta. Con la primera guerra mundial cayeron imperios, como el austrohúngaro, y el mapa de Europa se transformó profundamente. Pero además, en estas fechas, el modelo de Estado liberal que había nacido en la Revolución Francesa entraba ya en crisis profunda e irreversible. Lo que sucede es que, lamentablemente, las alternativas que en esa época surgieron al mismo condujeron a un callejón sin salida, a sistemas totalitarios y a la negación absoluta de los derechos que aquel Estado había aportado. Un año antes del fin de la primera guerra, la revolución rusa daba inicio a la implantación de un sistema totalitario de corte comunista. Y en la difícil Europa de entreguerras, pocos años después, y marcados por una profunda crisis económica, el continente contempló el auge del fascismo italiano y el nacionalsocialismo en Alemania, entre otros totalitarismos.

 
            Afortunadamente, de forma más o menos paralela, aquel Estado liberal en crisis se fue también “regenerando” para convertirse en un Estado social y democrático. Los constitucionalistas siempre citamos las Constituciones de México en 1917, Weimar en 1919 o España en 1931, antecedentes del auge del constitucionalismo social tras la segunda guerra mundial. Pero también habría que citar el “New Deal” de Roosevelt y el origen del llamado “Welfare State”. Fue así como, entre las cenizas de aquella guerra, surgió también el proceso por el que a los valores de separación de poderes y derechos humanos se les añadieron los principios social y democrático. Hoy, un siglo después, tratamos de salir de una dura crisis, que es la de ese Estado social, nunca del todo implantado, frente a la globalización. Pero si miramos atrás, también podemos estar algo satisfechos porque, aunque siempre frágil y nunca acabada, hemos construido una Europa (casi) sin fronteras y un mundo donde estos nuevos valores, aunque demasiadas veces ignorados o no del todo satisfechos, son un parámetro irrenunciable.

(Fuente de las imágenes: https://concepto.de/primera-guerra-mundial/ y https://elpais.com/elpais/2018/11/11/album/1541934126_810409.html )

jueves, 8 de noviembre de 2018

Alsasua

Alsasua


            En la mayor parte de los países del mundo, las banderas oficiales ondean normalmente en muchos edificios y espacios públicos, y también muchos ciudadanos las muestran con orgullo en lugares visibles. Pero ya sabemos que, por desgracia, España es en este punto un tanto peculiar, y en algunos lugares es casi una actividad de riesgo mostrar la bandera nacional; y en otros, incomprensiblemente, algunos opinan que la utilización de esa bandera constituye “apropiación” de los símbolos nacionales. Algo muy difícil de explicar, dado que de la bandera (o de objetos que incluyan la bandera) se pueden hacer todas las copias que se quieran, así que su uso por uno no impide el que lo usen los demás. Por poner un ejemplo, y aunque parezca un poco paradójico, en cualquier tienda “de los chinos” se puede conseguir casi cualquier bandera a precios muy accesibles. El caso es que, lamentablemente, ya no sorprende que algunos, en algunos lugares, se molesten porque otros convoquen actos con gran presencia de la bandera nacional, ni siquiera -como sucedió hace unos días en Alsasua-, cuando esta va acompañada de la bandera navarra y la de la Unión Europea. En esto de los símbolos, creo que la mejor opción es nunca imponer, nunca prohibir, y aunque en algunos casos cabría entender la prohibición de algunos símbolos en determinados espacios públicos, desde luego eso nunca afectaría a los símbolos oficiales. Si el acto tiene como objetivo principal defender a la guardia civil, precisamente en el lugar en que algunos miembros de este cuerpo han tenido que soportar, no hace mucho tiempo, agresiones, hay que admitir que no sorprende que a algunos les moleste.


            Pero en una sociedad democrática mínimamente sana, el que algo tan legítimo como el ejercicio respetuoso de las libertades de manifestación, ideológica y de expresión pueda molestar a algunos, no es, ni mucho menos, motivo para no hacerlo. Si a algunos les molesta, deben respetarlo, porque la libertad de expresión ampara incluso manifestaciones molestas para la mayoría como, en ciertos contextos, la quema de banderas. Dicho esto, tampoco hay que hacerse el sorprendido porque a algunos, a quienes molesta un acto como el celebrado en Alsasua, protesten, lo que podrían hacer legítimamente siempre que ello no implique boicotear o impedir el propio acto. Pero incluso que recurran a lo que no es legítimo, por desgracia ya tampoco nos sorprende. Que arrojen piedras los simpatizantes de los que antes disparaban balas o ponían bombas, entra dentro de lo que cabía imaginar. Que a la fuerza toquen las campanas para impedir que se escuche el discurso, es muy triste, pero no sorprendente en cierta gente. Llama, en cambio, más la atención el que un representante del partido que apoya al Gobierno de España, cuestione el acto y diga que en él participan quienes no tuvieron que hacer frente a ETA (basta mencionar la presencia de Fernando Savater para desmontar semejante ofensa a esta y otras victimas y personas amenazadas). Ahora bien, lo que supone algo absolutamente inesperado, es que todo un ministro del Gobierno, en lugar de defender inequívocamente y sin medias tintas a quienes ejercían sus derechos fundamentales frente a quienes violentamente trataron de impedirlo, sugiera que el acto era una provocación tendente a generar crispación. Que algún sector de la sociedad tenga una concepción tergiversada, retorcida y enfermiza de lo que se puede y no hacer, es un problema, pero no es fácil evitarlo. Pero que esa concepción se comparta desde el Gobierno, es mucho más que un síntoma: es la prueba de que algo muy grave está sucediendo aquí cuando el Gobierno sugiere que hay que aceptar que en algunos lugares de España, los españoles orgullosos de serlo deben callar y aceptar la imposición de quienes no solo no respetan los símbolos comunes, sino tampoco el ejercicio de los derechos fundamentales de los demás.

(Fuente de la imagen:  https://www.laopiniondezamora.es/multimedia/videos/nacional/2018-11-04-156527-tension-alsasua-acto-apoyo-guardia-civil.html)