20 años de MP3
Hace unos días leía la noticia de
que se cumplen ahora dos décadas de la invención del MP3, que como es sabido es
el formato de archivos de música más extendido en nuestros días. En contra de
lo que podría imaginarse, la invención no llegó desde Silicon Valley, sino de
Baviera, de la mano de Karlheinz Brandenburg, Harald Popp y Bernhard Grill,
científicos del Fraunhofer-Institut für Integrierte Schaltungen, en Erlangen.
Claro es que la cosa tardó algo en popularizarse, y hasta 1998 no comenzaron a
aparecer los primeros reproductores en las tiendas. Aunque lo que probablemente
recordamos más fue el momento, en el año 2001, en el que Steve Jobs presentó el
primer iPod con el eslogan “mil canciones en tu bolsillo”, que supuso la
definitiva popularización del formato, así como de los codiciados reproductores
del mismo. Como en casi todo, desde el ratón a los smartphones, el fallecido
genio que creó la marca de la manzana mordida, había tomado ideas y avances ya
existentes, que logró popularizar por la vía de ofrecerlos de una manera mucho
más funcional, útil, sencilla y, sobre todo, con un excelente diseño basado en
la elegancia. Hay que saber copiar y a la vez innovar.
En todo caso, la noticia me ha
sorprendido algo, y me ha dejado un tanto inquieto. No pensé que ya hubieran
pasado tantos años de esto. Es como si el futuro, de repente, formase parte de
mi pasado. El MP3 es una radical innovación, no puede ser que tenga ya una edad
intermedia entre mis dos hijos. Ellos solo conocen los CD y los cederrones
(palabras que hace poco se incorporaron al Diccionario de la RAE… ¡y ya están
casi obsoletas!), las cintas de audio, y los discos de vinilo, porque su padre
todavía los guarda y se los ha mostrado en alguna ocasión. El problema,
estimados lectores, no es que el MP3 cumpla veinte años, sino que yo soy capaz
de retrotraerme otros veinte años (más o menos), y recordar perfectamente el
momento en que entró en casa el primer tocadiscos, los discos de Nat King Cole
y de Paco Ibáñez, y luego la revolución de los radiocasetes, que eran
portátiles, aunque todavía grandes, y se podían llevar a la piscina en el
verano, y permitían no solo reproducir, sino también grabar, la radio, la
propia voz, o incluso discos o cintas originales, porque entonces la palabra
pirateo solo definía lo que veíamos en algunas películas de barcos, y hablar de
propiedad intelectual era como hablar en chino. Más tarde llegó, de la mano de
la empresa Sony, el walkman, y luego los CD y el discman, y todo ello resultaba
ya lo más de lo más, porque hasta podía uno escuchar música mientras corría,
aunque en mi caso nunca tuve demasiado desarrollada esa afición (la de correr).
En cualquier caso, si aquel tierno día de mi infancia en que entró en casa el
primer tocadiscos, alguien me hubiera dicho que en el futuro yo escucharía la
música desde un teléfono, que además no tendría cables (la palabra inalámbrico
ni se entendía), y que podría incluso avanzar las canciones o manejar el
volumen desde mi reloj, y ya de paso, también sin cables, conseguir que dicha música
se reproduzca en unos altavoces externos, en mi coche, en la cocina o en el
despacho, por supuesto habría llamado de inmediato al manicomio más cercano. Definitivamente, me voy haciendo mayor, aunque
la música me sigue acompañando…
(imagen tomada de http://www.cromo.com.uy/un-sentido-homenaje-al-ipod-n579018 )