jueves, 27 de octubre de 2022

El jardín y los herbívoros

 

El jardín y los herbívoros

 


            Desde la primera monografía jurídica que escribí, me ha preocupado siempre la paradoja que se produce con los valores constitucionales y democráticos: por un lado, es imposible proclamar valores como la libertad, el pluralismo o la tolerancia, incluso hoy en día podemos decir la interculturalidad, sin ser a su vez abiertos, respetuosos y tolerantes con todos los que piensan diferente, lo cual incluye a quienes no comparten esos valores. Pero, por otro lado, esos valores sucumbirán si no son defendidos cuando están en peligro o son objeto de amenaza. Estos valores son probablemente la mejor aportación de eso que llamamos “occidente” al mundo, y solo una visión absolutamente sectaria o sesgada negaría el papel de Europa en su formación. Tampoco descubrimos gran cosa si constatamos que hoy en día han de afrontar no pocas amenazas en muchos lugares del mundo. Caminamos a un mundo cuya primera potencia puede ser pronto un país que no cree ni comparte esos valores; asistimos a una invasión de otro país por el hecho de que quiere ser europeo y occidental; presenciamos, por ejemplo ahora en Irán, la negación de los derechos más básicos, especialmente de las mujeres.

            En este contexto, Josep Borrell, en su condición de Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, viene destacándose en los últimos tiempos por sus afirmaciones más o menos metafóricas que destacan la importancia de estos valores europeos y de su defensa. Tal vez porque su tono contundente y claro contrasta con los de otros como Ursula von der Leyen en esta Unión en cierto modo tricéfala, algunas de estas afirmaciones han sido objeto de duras críticas. Como cuando comparó a Europa con un “jardín” en medio de una “selva”. Pronto algunos consideraron que esta comparación era colonialista o incluso supremacista, pero como él mismo se encargó de explicar, no deja de ser una constatación del nivel de bienestar y de satisfacción de los derechos alcanzado, que, bien entendido, en modo alguno debe implicar una actitud de cierre ante el exterior, sino de acción favorable precisamente para que esa prosperidad relativa pueda mantenerse y, sobre todo extenderse. También ha destacado la importancia de la seguridad y la defensa señalando que no podemos ser herbívoros en un mundo de carnívoros. Y es que, por desgracia, en ciertas ocasiones nuestros valores no pueden defenderse con meras proclamaciones ingenuas o cándidas, y quizá tampoco es la mejor opción encargar esa defensa a otros. La verdad, ya era hora de que un responsable institucional, sensato y alejado del populismo, se expresara así. 


(Fuente de la imagen: https://www.eldiario.es/internacional/borrell-apela-europeos-corten-gas-casas-disminuyan-dependencia-ataca-ucrania_1_8814873.html )

jueves, 20 de octubre de 2022

Género: hurtar del debate

 

Género: hurtar el debate



 

            Resumiendo mucho, mucho… podríamos explicar que el sexo venía considerándose una realidad biológica, y para poner de relieve que los roles que nuestras sociedades solían asignar a las mujeres no estaban vinculados a esa realidad, el feminismo que hoy podríamos llamar ya “clásico” introdujo el concepto de género. Era algo diferente al sexo, pero no lo anulaba. Sin embargo, otras circunstancias han ido añadiendo complejidad al debate: la posibilidad médica de modificar los órganos sexuales de una persona abrió camino al reconocimiento a los efectos jurídicos de esa modificación (que hace décadas reconoció nuestro Tribunal Supremo, antes que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos); y más tarde se ha empezado a entender que, siendo el género algo distinto al sexo, no siempre es necesaria esa modificación física para el cambio de la anotación registral. Esta posibilidad YA la reconoce nuestra legislación, si bien sometida a un previo reconocimiento de un profesional, cuando no exista esa alteración física. Por último, el hecho excepcionalísimo de que algunas personas pueden nacer con caracteres sexuales no definidos o ambiguos, y sobre todo el reconocimiento de esa identidad como algo totalmente desvinculado de la apariencia sexual y de la genética, defendido por la llamada “ideología queer” (en contra de gran parte de las feministas “clásicas”), abren camino a una determinación de género que dependería solo y exclusivamente de la voluntad de la persona, no necesariamente binaria, y eventualmente cambiante y “fluida”.

            Esto está ahora en debate, y esta posibilidad es la que reconoce el proyecto de ley que acaba de entrar en el Congreso. Sin rechazar los argumentos a favor de este cambio, la verdad es que tiene notorios detractores, porque desdibuja por completo la categoría de “mujer” como concepto social y jurídico, y este es el presupuesto ineludible del feminismo y de tantas medidas de acción positiva y discriminación inversa. Además, está la peliaguda cuestión de si los menores deben poder decidir, y en qué términos, sobre modificaciones físicas tendentes a alterar su identidad sexual. El debate es importante, las posturas están muy enfrentadas. Y el lugar idóneo para ese debate es precisamente el Parlamento. Por tanto, me parece muy cuestionable la tramitación por la vía de urgencia, e insostenible que una ministra del Gobierno de España afirme que no cabe cambiar ni una coma en el proyecto presentado. Más bien este es el caso en el que, tras un amplio debate parlamentario, tendría sentido que los grupos no impongan una disciplina de voto, para que nuestros representantes actúen en conciencia y en consecuencia.


(Fuente de la imagen: https://www.psicologia-online.com/identidad-de-genero-que-es-y-como-se-construye-4896.html )

jueves, 13 de octubre de 2022

¡Viven!

 

¡Viven!

 


            Se conmemoran ahora nada menos que cincuenta años de aquellos hechos impactantes que universalmente se conocieron como “la tragedia de los Andes”. Para los más jóvenes o más despistados, el 13 de octubre de 1972 un vuelo en el que viajaban los miembros de un equipo de rugby uruguayo y algunos familiares, con destino a Santiago de Chile para disputar un partido, se estrelló en mitad de las montañas andinas. Algunas personas fallecieron; a los ocho días los declararon muertos y dejaron de buscar el avión; pero algunos de los pasajeros lograron sobrevivir unos 72 días, hasta que el 23 de diciembre, Nando Parrado y Roberto Canessa, los dos supervivientes más intrépidos, tras recorrer la cordillera durante varios días, pudieron avisar de que había otros catorce supervivientes. Andando los años, varios libros, una película, muchos documentales y conferencias después, los hechos siguen resultando asombrosos, sobre todo porque son muestra del casi ilimitado instinto de supervivencia humano. En efecto, aunque gran cantidad de testimonios ponen de relieve que llegados a cierto punto no les importaba ya morir, lo cierto es que, con alguna sorprendente excepción, la mayoría dieron los pasos adecuados para sobrevivir.

            Entre las muchas cosas que tuvieron que hacer para conservar su vida, quizá la que más ha llamado la atención, hasta el punto de convertirse casi en el núcleo de esta historia, fue el comer la carne de los fallecidos. Los detalles sobre cómo llegaron a esa difícil decisión, y el procedimiento que fueron estableciendo para ejecutarla, han sido narrados de forma tan reiterada como minuciosa. Por supuesto, nunca nadie ha cuestionado esa decisión desde ningún punto de vista. Pero yo quiero centrarme en otro aspecto de algo fundamental que igualmente hicieron, y sin lo cual habrían fallecido: asociarse y tomar las decisiones de manera civilizada, y en cierto sentido “democrática”. A pesar de que ellos afirman que no había normas, se establecieron de forma más o menos consensuada pautas de conducta; no hubo grandes conflictos, y sí trabajo en equipo. Probablemente no fue un impulso solidario lo que les llevó a actuar de ese modo, sino más bien el propio instinto de supervivencia, ante la seguridad de que de forma aislada o -peor todavía- enfrentados, nadie se salvaría. Podríamos incluso pensar que acaso el contrato social no fue provocado por el deseo de preservar la seguridad, la libertad o la propiedad, sino por el apreciable beneficio que para todos y cada uno representa asociarse y adoptar decisiones conjuntamente. En mitad de la nada, surge la civilización.

(Fuente de la imagen: https://www.telam.com.ar/notas/202210/607607-tragedia-andes-sobrevivientes.html )

miércoles, 5 de octubre de 2022

Batallas de órganos

 

Batallas de órganos




            Hace algunos años, al hilo de los magnos eventos que jalonaron el llamado “año Greco”, comenzó el Festival de Música que ha tenido como hito fundamental las batallas de órganos llevadas a cabo en la catedral primada. Este año estamos en la IX edición de este evento organizado por la Real Fundación Toledo, que en no demasiado tiempo ha pasado a convertirse en una de las citas culturales más importantes del año en nuestra ciudad. Reconozco que no soy un gran aficionado a este tipo de eventos musicales, y en parte por esto, en parte por tantos otros compromisos y actividades, no había asistido hasta ahora a una de estas batallas. Pero el pasado sábado estuve en la XVII, dedicada a Los Milagros de Nuestra Señora, y debo decir que salí con la sensación de que los comentarios elogiosos que ya había escuchado sobre estos eventos se quedaban cortos ante la maravillosa experiencia vivida. Quien tenga un mínimo de sensibilidad musical y artística comprenderá enseguida que la fórmula es infalible: los mejores órganos en las mejores manos, y en el marco incomparable de la Catedral de Santa María de Toledo. Cuatro órganos mayores, tres realejos y el clave, a pleno rendimiento, en perfecta armonía, en permanente “diálogo” (probablemente este término es más preciso que el de “batalla”, aunque no cabe negar el impacto y potencial de este último); y todo ello sin olvidar el añadido de excelentes improvisaciones, de la mano, en esta concreta batalla, de Carlo Maria Barile, Pablo Márquez Caraballo, Atsuko Takano, y Juan José Montero Ruiz.


La experiencia es inolvidable y en cierto modo inenarrable, además yo no sabría hacer una crítica profesional. Pero no puedo dejar de intentar transmitir esa maravillosa sensación de ese sonido que llena e invade el espacio y luego queda, sobre todo cuando suenan los órganos mayores, “atrapado” en el aire por unos instantes, antes de apagarse o de empezar a escuchar la “respuesta” de otro órgano. O el muy diferente ambiente creado por los órganos del siglo XVIII, contemporáneos de Bach, interpretando alguna de sus obras. Todo ello en ese escenario único, como es la catedral, único lugar en el que podemos escuchar esos órganos mayores que viven en nuestro templo y forman parte de él, y con una iluminación perfecta, cambiante, siempre adecuada y discreta, siempre al servicio de la música. En no pocos momentos no resulta fácil elegir entre disfrutar la música acompañada de esa visión espectacular del entorno, o cerrar los ojos y dejarse llevar por las notas. Y todo ello durante unas dos horas, que más bien parecen un santiamén. Todavía queda la batalla XVIII (dedicada a la Batalla de Lepanto, el día 8) y la XIX (Apocalipsis de San Juan, el día 22), así que si quedan entradas, no lo duden. Y si no, apúntenlo para la próxima edición.