jueves, 28 de enero de 2016

Rubio Llorente

Rubio Llorente


            Hace algo más de veinte años, yo elaboraba mi tesis doctoral, y Francisco Rubio Llorente era uno de los autores más citados, pues constituía incuestionablemente una de las grandes referencias en materia constitucional. Sucedió que en 1995, acabando yo ya mi tesis, se publicó un libro titulado “Derechos fundamentales y principios constitucionales”, con un enjundioso prólogo del maestro Rubio Llorente… en el que defendía vehemente y contundentemente, con su brillantez habitual, una postura frontalmente contraria a la que yo postulaba, en relación a la naturaleza y eficacia jurídica de los valores superiores. Naturalmente, eso me descolocó algo y me obligó a incorporar varias referencias a ese excelente trabajo, apartándome de las tesis que en él se defendían, de la manera más diplomática y elegante posible. Más tarde comí con el maestro en Toledo con ocasión de una conferencia a la que le invitamos (yo le había escuchado ya en alguna previa ocasión, creo recordar que en Santander, aunque solo había podido saludarle brevemente); durante esa comida tuve la ocasión de comentar con él esa diferencia de opiniones, y a decir verdad dedicó algunos términos elogiosos a mi tesis doctoral, entonces ya publicada. Es solo una anécdota que pone de relieve el gran significado que ha tenido desde hace décadas la impresionante figura de Francisco Rubio Llorente, fallecido hace unos días, para toda la doctrina constitucional española.

            Los obituarios suelen centrarse en los aspectos públicos más conocidos de una persona, y es obvio que en el caso de Rubio Llorente hay que destacar –y así lo están haciendo los escritos que se están publicando estos días- su importante labor como magistrado y vicepresidente del Tribunal Constitucional, en aquel Tribunal que desempeñó una función de enorme relevancia. Y, años más tarde, su condición de presidente del Consejo de Estado, desde la que impulsó un excelente informe sobre la reforma de la Constitución, así como otros de gran trascendencia en materias electorales o de Derecho europeo. Estos trabajos constituyen hoy una referencia insoslayable para todo estudioso de la materia. Pero por encima de todo eso, yo prefiero enfatizar aquellos aspectos que, probablemente menos conocidos para el gran público, significan más para todos los que, por convicción, vocación y profesión, dedicamos nuestros esfuerzos y energías al Derecho Constitucional. En este terreno, además de mencionar su brillantez dialéctica, su excelente oratoria, su fina ironía y su sentido del humor, no hay que olvidar su lista de publicaciones, que sería imposible siquiera mencionar aquí (acaso quepa recomendar, incluso para los no especialistas pero sí interesados en estos temas, la colección de trabajos publicados bajo el título de “La forma del poder”). Pero sobre todo es importante su condición de maestro o líder de una de las más relevantes escuelas académicas del Derecho Constitucional español, a la que pertenecen hoy algunos de los colegas que con más seriedad y rigor han abordado los complejos problemas de nuestra disciplina. Ahora que esto de las “escuelas académicas” ha ido desdibujándose hasta perder buena parte de su significado, no está de más decir que, sin negar algunos inconvenientes, cuando eran entendidas correctamente representaban un conjunto muy positivo de valores. Lo dice alguien que, sin haber pertenecido propiamente a esa “escuela” de Rubio Llorente, tiene que reconocer su incuestionable influencia y magisterio en todos los que nos hemos dedicado al Derecho Constitucional durante las últimas décadas. Descanse en paz, ha sido, es y será uno de los más grandes.  

(fuente de la imagen: http://www.tiempodehoy.com/espana/confidenciales/la-desilusion-de-rubio-llorente) 

martes, 19 de enero de 2016

De genios locos y...

De genios locos y…


      
      Siendo la condición de genio algo extraordinario y excepcional, que de muy pocas personas puede predicarse, aun así cabe hacer una tipología de los genios. Hay genios “a secas”. Pero hay también, sin duda, “genios locos”, que son personas en las que la genialidad viene acompañada de un cierto carácter excéntrico o antisocial, o de comportamientos inusuales para los estándares más acostumbrados. La mayoría de los genios locos no están, ni mucho menos, realmente locos, pero acaso su concentración en los temas que les interesan, y su despiste o desinterés total en otros, les hace aparecer como algo próximo. Ha habido muchos genios locos, aunque quizá Einstein suele presentarse, con mayor o menor acierto, como icono de esta categoría. Pero hay, todavía, otro tipo, que es el de los “putos genios locos”. Aquí, además de la genialidad y la rareza, encontramos un carácter difícilmente soportable por los que les rodean, tal vez por su exigencia o porque nadie les importa en realidad, más allá de sus creaciones y objetivos. Comprenderán los lectores que, aunque nunca uso palabras malsonantes, en este caso esa condición merece el adjetivo preciso. En esta categoría cabe ubicar también a más de uno, aunque seguramente Pablo Picasso puede ser uno de los ejemplos que vienen enseguida a la mente. Por supuesto, hay también personas que son solo “putos” o solo locos, o incluso putos locos, pero estos no tienen ningún interés. En todo caso, a veces la triple condición no se deriva necesariamente de un carácter o forma de ser, sino de una obra que, convenientemente analizada, solo puede proceder de un puto genio loco (de hecho, la expresión se me ocurrió después de ver “Django desencadenado”, y se la apliqué de inmediato, por esta película y por otras como “Pulp Fiction” o “Abierto hasta el amanecer”, a Quentin Tarantino, a pesar de no conocer mucho de su forma de ser…)


Pero el puto genio loco al que ahora me quiero referir es Steve Jobs. Ya escribí un “miradero” sobre este personaje, sin duda fascinante y cuya obra ha cambiado nuestras vidas, cuando falleció. Su genialidad está fuera de toda duda, y de hecho se diría que todavía Apple “vive de las rentas” de sus grandes ideas, algunas de las cuales sin embargo ha ido traicionando. Además su carácter un poco loco se aprecia en su biografía, especialmente en su juventud. Pero también parece que Jobs pasará a la Historia por sus excentricidades y pésimas maneras con sus colaboradores, a los que en ocasiones maltrataba sin remilgo alguno. Era muy exigente y extremo y solo sabía calificar las ideas y propuestas de los demás como “maravillosas” o “una mierda”. Pero sabía lo que quería y supo transformar algunas de esas ideas (muchas veces ajenas) y algunas de sus obsesiones en productos excelentes, preciosos y revolucionariamente innovadores. Por eso tiene razón Bill Gates cuando insinúa que es penoso que muchos le quieren imitar quedándose con su “lado cabrón”, cuando carecen de su genialidad. Aunque es muy recomendable la lectura de la biografía escrita por Walter Isaacson, también me parece muy bien hecha la película de Danny Boyle que ahora está en las carteleras, porque con una técnica muy original logra reconstruir, a partir de tres momentos concretos previos a algunas de sus famosas presentaciones, esa personalidad tan compleja, excelente en su genialidad, totalmente insoportable y para nada modélica en su trato a los demás.     

(Fuente de la imagen: http://www.soydemac.com/conoce-el-reparto-de-la-pelicula-de-universal-de-steve-jobs/)

jueves, 14 de enero de 2016

A vueltas con los juramentos

A vueltas con los juramentos




            Las recientes tomas de posesión del presidente de la Generalidad de Cataluña y de los diputados y senadores han vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre las fórmulas de juramentos o promesas admisibles. A mí este tema me ha interesado desde hace muchos años, debe ser porque fui Boy Scout, y aparte de nuestra temprana promesa que nunca he olvidado, teníamos como primera ley la de que “el Scout cifra su honor en ser digno de confianza”, de manera que siempre he dado enorme valor a la palabra dada. Sin embargo, en los aspectos civiles, y en contra de lo que creo que es más habitual, a pesar de que soy creyente prefiero prometer en lugar de jurar, precisamente porque creo que el sentido religioso del juramento debe reservarse para otras cuestiones, o incluso, como nos dice Jesús, es mejor no jurar. El caso es que, para el acceso a la mayor parte de los cargos públicos, la mayoría de los ordenamientos jurídicos exigen la formulación de una promesa o juramento solemne, vinculados casi siempre al cumplimiento leal de las obligaciones del cargo y al respeto a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico. Nuestro Tribunal Constitucional primeramente estableció la constitucionalidad de esta exigencia en el caso del acceso a cargos representativos, entendiendo que no obligaba a estar de acuerdo con toda la Constitución, pero sí a respetar que toda reforma de la misma ha de seguir los cauces establecidos en los artículos 166 y siguientes de la propia norma fundamental; pero añadió años más tarde el matiz de que en su emisión puede añadirse a la fórmula establecida algún inciso que resulte explicativo pero no condicione el sentido del juramento (por ejemplo, “por imperativo legal”). En un trabajo que publiqué hace más años de los que me gustaría reconocer, valoré esa jurisprudencia como un compromiso razonable entre el acatamiento a la Constitución y las libertades de ideología y participación política, aunque ya advertí de que ello suponía un riesgo para la solemnidad y el rigor que necesariamente deben acompañar a estos actos.

            Lo de estas últimas tomas de posesión, sin embargo, ha sido casi un espectáculo circense. Cada uno juraba a su manera, y quizá solo ha faltado alguien que añadiera “¡Aúpa Atleti!”, pongo por caso. No estoy en modo alguno seguro de que todas estas fórmulas hayan cumplido el requisito establecido por el Tribunal Constitucional de que cualquier añadido que se haga al “sí, prometo” o “sí, juro” no puede restringir o condicionar el sentido del acatamiento, entre otras cosas porque no estoy en absoluto seguro de que todos los que pretenden cambiar la Constitución estén plenamente comprometidos con la idea de que la única vía para a hacerlo es el propio procedimiento constitucional, ya que tal vez algunos prefieren que todo nuestro sistema constitucional implosione o reviente, o en cualquier caso no tendrán reparo en conseguir sus objetivos políticos quebrantando (que no reformando) la norma suprema. En cualquier caso, y dado que tampoco hay que prestar demasiada atención a aquello que busca precisamente llamar la atención, convendría estudiar las vías para implantar una fórmula realmente única o solemne, y si esto no resulta posible, quizá sea preferible suprimir un requisito que ya no significa nada y que muchos utilizan como un turno para sintetizar, torpemente o mediante un simple eslogan, sus objetivos políticos, más o menos rupturistas. Para eso las normas prevén muchas otras posibilidades y muchos otros momentos.  

Otros escritos míos anteriores sobre el tema:
·         http://www.congreso.es/est_revistas/, hay que ir al número 28 de la Revista, correspondiente a 1993, páginas 121 ss.

Fuentes de las imágenes:

http://www.rtve.es/alacarta/videos/especiales-informativos/juramento-del-rey-felipe-vi-ante-cortes-generales/2622781/

http://sobreconceptos.com/juramento



jueves, 7 de enero de 2016

De Reyes Magos y cabalgatas

De Reyes Magos y cabalgatas


            
Lo que la mayoría llamamos “Reyes Magos” es una fiesta que tiene como origen y fundamento creencias religiosas, realidades históricas remotas y envueltas entre leyendas, y sobre todo, el enorme peso de una tradición multisecular. Los Evangelios no hablan de “reyes”, ni afirman que fueran tres, ni mucho menos su raza; se refieren solo a unos magos de oriente, que siguiendo la estrella llegaron hasta el niño al que consideraban el Mesías, y le ofrecieron como presentes oro, incienso y mirra. Pero pronto la tradición fue completando aquellos acontecimientos con otros elementos, hasta dar lugar a la escena que hoy la mayoría reconocemos como símbolo de esta festividad. Muchos estudiosos y teólogos han estudiado los elementos históricos, bíblicos y tradicionales de la Epifanía de Jesús, entre ellos Joseph Ratzinger (cuyo libro no dejó de generar cierta polémica al cuestionar el origen oriental de los magos, apuntando que puede que procedieran de Andalucía…). Lo que se cree que son sus reliquias se encuentran en la catedral de Colonia. El caso es que, como toda conmemoración con un fuerte elemento tradicional, esta fiesta está abierta al cambio, a la evolución y a la adaptación de la realidad del momento en que se celebra, y de esta manera, a los Reyes Magos, al igual que a la Virgen, San José o Jesús, los podemos ver ataviados con trajes propios de distintas épocas y lugares, o con caracteres físicos de las más diversas etnias o latitudes.


            Todo eso se entiende perfectamente. De la misma manera que es incuestionable que, en un Estado no confesional que reconoce la libertad religiosa, cada uno es muy libre de celebrar las fiestas como quiera, o de no celebrarlas. Sin embargo, parece fuera de lugar que los poderes públicos organicen eventos para celebrar la fiesta, que rompen por completo con su sentido tradicional, común y querido por la mayoría de la población, con el mero pretexto de erradicar el más mínimo vestigio religioso. Ahora todo es una especie de Halloween o de carnaval (otras dos fiestas, por cierto, que tampoco existirían ni podrían entenderse sin su sentido religioso originario y tradicional). Si bien el Estado no tiene religión oficial, y en consecuencia los poderes públicos deben mantener una actitud neutral en temas religiosos y no pueden dar un sentido oficial a las fiestas de este tipo (aunque sí reconocerlas, como se hace en España), también es verdad que dichos poderes están constitucionalmente obligados (art. 16.3) a tener en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española, actuando en consecuencia. Pero aquí ni siquiera se trata de eso. Me parece notorio que la mayoría de los españoles quieren celebrar una fiesta de Reyes Magos con regalos enmarcados en su contexto habitual y tradicional, y ello es totalmente independiente de sus creencias religiosas, hasta el punto de que muchos no creyentes transmiten igualmente a sus hijos esa tradición. Que en nuestra cultura, hoy predominantemente laica, hay elementos de origen religioso es algo tan innegable como imborrable, e intentar eliminarlos por completo sería tan inútil y estaría tan condenado al fracaso como el intento de la revolución francesa por cambiar los nombres de los meses por Brumario, Nivoso, Pluvioso, etc. Está bien celebrar los valores de libertad, igualdad y fraternidad, pero hacerlo el día 6 de enero sustituyendo a los Reyes Magos por algo así como Divas Republicanas (por poner uno solo de los muchos ejemplos estrambóticos), es una chorrada monumental que probablemente busca provocar, y que si bien ya no provoca a casi nadie, sí que incomodará a muchos, pues impide una fiesta común como la mayoría desea. Feliz año nuevo a todos.