De Reyes Magos y cabalgatas
Lo que la mayoría llamamos “Reyes
Magos” es una fiesta que tiene como origen y fundamento creencias religiosas,
realidades históricas remotas y envueltas entre leyendas, y sobre todo, el
enorme peso de una tradición multisecular. Los Evangelios no hablan de “reyes”,
ni afirman que fueran tres, ni mucho menos su raza; se refieren solo a unos
magos de oriente, que siguiendo la estrella llegaron hasta el niño al que
consideraban el Mesías, y le ofrecieron como presentes oro, incienso y mirra. Pero
pronto la tradición fue completando aquellos acontecimientos con otros
elementos, hasta dar lugar a la escena que hoy la mayoría reconocemos como
símbolo de esta festividad. Muchos estudiosos y teólogos han estudiado los
elementos históricos, bíblicos y tradicionales de la Epifanía de Jesús, entre
ellos Joseph Ratzinger (cuyo libro no dejó de generar cierta polémica al
cuestionar el origen oriental de los magos, apuntando que puede que procedieran
de Andalucía…). Lo que se cree que son sus reliquias se encuentran en la
catedral de Colonia. El caso es que, como toda conmemoración con un fuerte
elemento tradicional, esta fiesta está abierta al cambio, a la evolución y a la
adaptación de la realidad del momento en que se celebra, y de esta manera, a
los Reyes Magos, al igual que a la Virgen, San José o Jesús, los podemos ver
ataviados con trajes propios de distintas épocas y lugares, o con caracteres
físicos de las más diversas etnias o latitudes.
Todo eso se entiende perfectamente.
De la misma manera que es incuestionable que, en un Estado no confesional que
reconoce la libertad religiosa, cada uno es muy libre de celebrar las fiestas
como quiera, o de no celebrarlas. Sin embargo, parece fuera de lugar que los
poderes públicos organicen eventos para celebrar la fiesta, que rompen por
completo con su sentido tradicional, común y querido por la mayoría de la
población, con el mero pretexto de erradicar el más mínimo vestigio religioso. Ahora
todo es una especie de Halloween o de carnaval (otras dos fiestas, por cierto,
que tampoco existirían ni podrían entenderse sin su sentido religioso
originario y tradicional). Si bien el Estado no tiene religión oficial, y en
consecuencia los poderes públicos deben mantener una actitud neutral en temas
religiosos y no pueden dar un sentido oficial a las fiestas de este tipo
(aunque sí reconocerlas, como se hace en España), también es verdad que dichos
poderes están constitucionalmente obligados (art. 16.3) a tener en cuenta las
creencias religiosas de la sociedad española, actuando en consecuencia. Pero
aquí ni siquiera se trata de eso. Me parece notorio que la mayoría de los
españoles quieren celebrar una fiesta de Reyes Magos con regalos enmarcados en
su contexto habitual y tradicional, y ello es totalmente independiente de sus
creencias religiosas, hasta el punto de que muchos no creyentes transmiten
igualmente a sus hijos esa tradición. Que en nuestra cultura, hoy
predominantemente laica, hay elementos de origen religioso es algo tan
innegable como imborrable, e intentar eliminarlos por completo sería tan inútil
y estaría tan condenado al fracaso como el intento de la revolución francesa
por cambiar los nombres de los meses por Brumario, Nivoso, Pluvioso, etc. Está bien
celebrar los valores de libertad, igualdad y fraternidad, pero hacerlo el día 6
de enero sustituyendo a los Reyes Magos por algo así como Divas Republicanas
(por poner uno solo de los muchos ejemplos estrambóticos), es una chorrada
monumental que probablemente busca provocar, y que si bien ya no provoca a casi
nadie, sí que incomodará a muchos, pues impide una fiesta común como la mayoría
desea. Feliz año nuevo a todos.
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