jueves, 24 de octubre de 2019

40 años del Tribunal Constitucional

40 años del Tribunal Constitucional



Mis lectores más asiduos sin duda conocen que tengo cierta afición a los aniversarios de determinados eventos o circunstancias, pero no es por la mera curiosidad del recuerdo de lo pasado, sino más bien porque me gusta detenerme en el comentario de todo aquello que nos hace entender lo que hoy somos. Si este entendimiento se refiere a nuestra realidad jurídico-política, a nuestro sistema de separación de poderes, derechos fundamentales y a nuestro Estado autonómico, el papel de nuestro Tribunal Constitucional es incuestionablemente decisivo. Por eso creo que tiene sentido recordar que el 25 de octubre de 1979 entraba en vigor la Ley Orgánica 2/1979, del Tribunal Constitucional. Así que, aunque la efectiva constitución de este órgano constitucional tuvo que esperar a 1980, y no encontramos sus primeras sentencias hasta 1981, podemos decir que, desde su “creación legislativa” han pasado cuatro décadas, durante los cuales su contribución en todos los aspectos antes mencionados ha sido notoria, hasta el punto de que no me parece exagerado señalar que ha sido uno de los grandes artífices de nuestra democracia y de nuestro modelo de Estado, en la medida en que ha ido aplicando y desarrollando un diseño que nace en nuestra norma suprema. 

Por supuesto, y como en todas las instituciones, no cabe soslayar los problemas y aspectos mejorables del Tribunal Constitucional, por los cuales puede ser justamente criticado, aun cuando no todos ellos dependen exclusivamente de él. Entre ellos está el reparto de “cuotas” entre los partidos en la designación de los miembros nombrados por las Cámaras parlamentarias, ciertas críticas sobre la “dependencia política” o politización en algunas decisiones destacadas, el retraso en ese mismo nombramiento de magistrados, la perversión de la reforma según la cual se daba entrada a las Comunidades Autónomas en la propuesta de los magistrados designados por el Senado y, sobre todo, los retrasos en la solución de los asuntos que le llegan; aunque en este último aspecto se ha mejorado algo desde la aplicación de la reforma de 2007, en algunos casos sigue siendo inexplicable (baste el ejemplo de la ley de salud sexual y reproductiva de 2010, que va camino de una década esperando el pronunciamiento del TC). Con todo, han sido muchas más las luces que las sombras, y creo que entre las primeras hay que destacar su decisivo papel en la interpretación y desarrollo de los derechos fundamentales, así como en la aplicación del complicado modelo de Estado autonómico derivado de la Constitución, incluyendo, por supuesto, su labor clave en la garantía de la aplicación de la norma fundamental frente al abrupto quebrantamiento de esta emprendido desde hace al menos cinco años por las instituciones de Cataluña, a pesar de que en 2010 el propio TC acudió a la técnica de la interpretación conforme (acaso en exceso) para salvar la constitucionalidad de gran parte de los preceptos impugnados del Estatuto de 2006. Algunos le han achacado que no haya sido capaz de resolver el llamado “problema catalán”, pero baste decir a eso que, como escribió Otto Bachof, corresponde al Tribunal Constitucional la solución jurídica a controversias políticas, que es exactamente lo que ha hecho. La respuesta política a esos problemas políticos debe más bien proceder de otros poderes del Estado. En suma, creo todo que ha ido mucho mejor con el TC de lo que hubiera ido sin él, y es justo reconocerlo.

(Fuente de la imagen:https://www.tribunalconstitucional.es/es/Paginas/default.aspx )

jueves, 17 de octubre de 2019

Si no lo consiguieron...

Si no lo consiguieron…




            No comentaré propiamente “la sentencia”, ya hay muy abundantes opiniones de juristas mucho más expertos que yo. Lo importante es que esta se ha publicado después de un proceso con todas las garantías, por un tribunal imparcial, y como parte de un Estado de Derecho que funciona. Pero me gustaría detenerme en una idea relacionada con todo lo sucedido en aquellos aciagos días de 2017, como consecuencia de un largo proceso iniciado años atrás. Porque ciertamente hubo fuerza y violencia, además de un abrupto quebrantamiento del ordenamiento constitucional; y desde luego parece que esa violencia no resultó suficiente para alcanzar el objetivo de la independencia, pues es notorio que esta ni se produjo, ni probablemente estuvo cerca de producirse. Dejaré de lado también la cuestión de si tiene sentido que el legislador penal establezca un delito que nunca puede castigarse (si no alcanza su objetivo no se produce, y si lo alcanza… la soberanía española, y con ella el Código penal, no alcanzaría a imponerse sobre un nuevo Estado). Lo más importante, y que va más allá del ámbito jurídico penal, es recordar por qué la independencia de Cataluña no se produjo en aquel momento.

            No fue, a mi juicio, porque se tratase de una “ensoñación” poco menos que imposible. Los hechos demuestran, y no hace falta irse demasiado atrás en el tiempo, que algunos Estados se independizan de otros, y no siempre (en realidad, muy pocas veces) esa independencia se consigue sin acudir a posiciones de fuerza. Si la independencia no se consiguió, fue por circunstancias totalmente ajenas a quienes la impulsaron de forma ilegal e ilegítima. Fue por una combinación de muchos otros factores. Fue porque el Tribunal Constitucional vino anulando todos y cada uno de los pasos que, en términos jurídicos, se habían dado hacia la independencia, y adoptando las medidas necesarias para imponer esa nulidad. Fue porque inmediatamente se instó la acción judicial, precisamente con la presentación por el Fiscal General del Estado de las querellas que ahora se han resuelto. Fue porque el Gobierno, con el apoyo del Senado, aplicó el artículo 155 desarticulando con ello todo el entramado de dirección de ese quebrantamiento constitucional. Fue porque las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad impusieron el orden. Fue porque el rey pronunció un discurso crucial, y porque seguramente confortados por las palabras del jefe del Estado, esa (al menos) mitad de catalanes que quieren seguir en España se dejaron ver como nunca. Fue porque, aunque quizás el Estado no había sabido dar la “batalla” del relato de los hechos en el plano internacional, si hizo bien su papel a nivel institucional, de manera que NADIE en el mundo reconoció aquella declaración de independencia. Fue porque, por una vez, todos los poderes y la mayoría de ciudadanos que apostamos por un proyecto común en un Estado democrático de Derecho remamos al unísono en la misma dirección. Los que impulsaron la independencia por la vía unilateral y rupturista hicieron todo lo que estaba a su alcance para conseguirla. Y, como muy claramente han dicho, lo volverán a intentar, y si no se vuelven a dar todas esas circunstancias, lo podrían conseguir. La “ensoñación” es pensar que, por algún tipo de razón poco menos que sobrenatural, la independencia no se puede dar.

(Fuente de las imágenes: https://www.lavanguardia.com/politica/20181118/452992682677/tribunal-supremo-1-o-proces-credibilidad-tedh-carles-puigdemont-oriol-junqueras.html y https://www.elperiodico.com/es/politica/20191014/sentencia-proces-catalunya-cataluna-resumen-7680705 ).

jueves, 10 de octubre de 2019

Puy du Fou

Puy du Fou



            Aunque había oído y leído las más variadas opiniones sobre Puy du Fou, este parque temático histórico que abrirá en Toledo en 2021, no he querido opinar hasta no ver este “anticipo” consistente en el espectáculo “el sueño de Toledo” que durante estas semanas se ha podido contemplar. Creo haberme expresado correctamente al decir que se trata de un “parque temático histórico” que de momento nos ha mostrado un “espectáculo”. No hay que esperar, por tanto, un museo, una obra de investigación histórica, ni siquiera exactamente una recreación histórica. Sabiendo lo que es, por lo que ya hemos visto y por lo que cabe imaginar, mi opinión es que estamos ante algo fabuloso, excelente, cuidadosamente preparado, muy sorprendente, y que va a generar un impacto extraordinariamente positivo en nuestra ciudad y en nuestra región. Estéticamente es precioso, impactante pero no excesivo, elegante y, por supuesto, verdaderamente espectacular. En cuanto al contenido, constituye una maravillosa evocación de la historia de Toledo, también de nuestros mitos y leyendas; o quizá sería mejor decir de la historia de España vista desde Toledo, o colocando a nuestra ciudad en el centro. Sin merma del rigor, y sin entrar en polémicas, apela a nuestros sentimientos como comunidad, ya que no hay nación ni sociedad cuyo ser no se base en la historia, pero también en los mitos y leyendas. 

            Como con todas las cosas positivas que Toledo ha logrado en las últimas décadas, no han faltado las críticas, ni las visiones pesimistas de los habituales aguafiestas (como, por ejemplo, cuando algunos decían que el tren de alta velocidad a Madrid sería un fracaso porque resultaba innecesario, estando tan cerca). En el caso de Puy de Fou, desde que se anunció no han faltado las críticas por mil motivos: supuestos impactos medioambientales, posibles costes de todo tipo, o incluso por la actitud decididamente favorable de la administración local y autonómica. Por no decir críticas sobre el rigor histórico, carentes de todo sentido si se entiende de lo que se trata. También están, desde luego, aquellos a los que solo pensar en que hay una “empresa” que pueda obtener un “beneficio” les produce urticaria. Basta tener una mínima visión para comprender que los costes, en todos los terrenos mencionados, son inexistentes o insignificantes, en comparación con los extraordinarios beneficios que el parque aportará a nuestra ciudad. Por supuesto, hay detalles que mejorar, pero en general estamos ante algo realmente “histórico” para Toledo. Me hubiera gustado, desde luego, que una empresa española se “hubiera atrevido” en todos los sentidos, a hacer algo así. Pero lo ha hecho Puy du Fou (aunque quizá podría haber adaptado algo el nombre para su sede española…), así que enhorabuena a ellos, a todos los que han apoyado el proyecto, y por extensión, a todos los toledanos. 

(Fuente de la imagen: https://www.atrapalo.com/entradas/puy-du-fou-espana-el-sueno-de-toledo_e4835358/ )

jueves, 3 de octubre de 2019

Amenábar y Unamuno

Amenábar y Unamuno




            He sido un gran admirador del cine de Alejandro Amenábar, aunque la verdad sea dicha, esa admiración ha ido decreciendo, de manera paralela a (en mi modesta opinión) el valor de sus trabajos. Como en artículos anteriores, a lo largo de los años, he ido escribiendo sobre casi todas sus películas, no me extenderé ahora en ello. Basta decir que “Tesis” me pareció un magnífico ensayo cinematográfico sobre el “éxito” de la violencia audivisual; “Abre los ojos” una verdadera obra maestra; “Los otros” una gran largometraje, al que comparé con el mejor Hichtcock; “Mar adentro” es una buena muestra de cómo se pueden narrar unos hechos tomando partido activo por un personaje o por una posición, y sin dejar de hacer una muy buena película de autor (aunque reconozco que ya me resultó demasiado poco creíble que el cura pudiera resultar en la realidad tan sumamente patético como en la película). En todo caso, la recomiendo siempre que se plantea en mis clases o charlas el debate sobre la eutanasia. Sin embargo, con “Ágora” empecé a perder el interés en este director, porque me pareció que, si se trata de reflejar hechos históricos o más o menos reales, ahí se pasaba ya de la legítima interpretación o incluso toma de postura, al sectarismo más sesgado, con desprecio notorio al más elemental rigor histórico, quedando como única cualidad la gran calidad visual de la obra. Con estos antecedentes, “Mientras dure la guerra” despertaba todavía en mí el indudable interés del personaje de Unamuno, pero he de reconocer que lo he perdido al ver el tipo de promoción que director y actor protagonista han querido hacer de la película. 

            Porque si Amenábar es un director al que he admirado, Unamuno es, directamente, uno de mis escritores favoritos del siglo XX. Empecé a leer sus novelas con menos de 12 años (“Niebla” fue la primera), y creo haber leído la mayoría de sus obras tanto en ese género novelístico, como en el del ensayo o en la poesía. La comparación es incluso ridícula, entre creadores de diferentes épocas y de géneros que en principio poco tendrían que ver. Pero no puedo dejar de pensar, como mero ejemplo, en el profundo respeto que el novelista vasco mostró siempre por las creencias religiosas que, sin embargo, nunca compartió, a pesar de su profunda inquietud intelectual en la materia, que para él era fundamental. Por el contrario, Amenábar se ha limitado, en su filmografía, a retratar de forma ridiculizada y despectiva aquello que no comparte, y probablemente no entiende. Sin embargo, no me quería centrar en eso, sino en la cuestión política. Unamuno sufrió en sus propias carnes la intolerancia y el fanatismo, y despreció la falta de libertad y de democracia, pero en realidad nunca fue sectario ni extremista, y se situó mucho más cerca de esa “tercera España” incomprendida por ambos bandos. Frente a ello, está ese intento sesgado de promoción que han hecho Amenábar y Karra Elejalde, intentando demostrar la actualidad de los hechos reflejados en la película por la vía de señalar que hoy estamos igual que en 1936. Con todo, ese intento, que en mi caso ha conseguido el objetivo contrario al pretendido, ha tenido la virtualidad de provocar en mí la idea de imaginar lo que pensaría o diría hoy Miguel de Unamuno, si viviera. Y creo que sería crítico con esta sociedad y con el poder político, porque siempre lo fue, iba en su carácter y en su espíritu. Pero de lo que estoy seguro es de que jamás suscribiría la idea de que no nos hemos movido “ni un milímetro” desde 1936, como afirmó sin mayor fundamento Elejalde; ni, por supuesto, afirmaría jamás que vivimos en la España que quería Franco, como se ha permitido señalar el que fuera gran promesa de nuestra dirección cinematográfica. Precisamente porque Unamuno vivió la radicalización, la intolerancia, el fanatismo, y por supuesto el golpe de Estado que dieron origen a nuestra guerra civil, sabría perfectamente señalar las diferencias mayúsculas que, en mi opinión -y creo sinceramente que en la de cualquier observador mínimamente objetivo y mínimamente informado- existen entre el régimen franquista y la etapa de democracia y progreso inaugurada tras nuestro texto constitucional de 1978. 

(Fuente de las imágenes: https://elpais.com/cultura/2018/05/26/actualidad/1527313017_552955.html y https://www.biografiasyvidas.com/biografia/u/unamuno.htm )