jueves, 26 de diciembre de 2013

Música de mi vida: canciones navideñas

Música de mi vida: canciones navideñas



            Para quienes hemos crecido en nuestro ámbito cultural, y yo creo que con independencia de las creencias de cada uno, la Navidad viene siempre unida a luces y a música. Estas fiestas, en las que de alguna manera la familia y los seres queridos ocupan más nuestra atención, son inimaginables sin canciones, y es probablemente por ello entre nuestros recuerdos de infancia aparecen siempre las Navidades y estas van unidas a determinadas canciones. En España el protagonismo lo han tenido siempre nuestros clásicos villancicos, que resisten muy bien el paso del tiempo. Y, desde luego, son muchos de ellos los que forman parte con derecho propio de la “música de mi vida”. Desde el “Noche de paz” hasta el “Tamborilero”, desde el “Adeste fideles” hasta “Los peces en el río”, desde el “Ay del chiquirritín” al “Campana sobre campana”, desde ese precioso villancico asturiano titulado “En el portalín de piedra” a las clásicas coplillas del “Ande, ande, ande, la marimorena”, que en mi familia siempre hemos sabido improvisar sobre la marcha.




            Aunque si tengo que elegir entre villancicos en español y canciones navideñas de origen anglosajón no dudaría en quedarme en los primeros, para ser sincero he de reconocer que el cine y los discos han provocado que también algunas hermosas canciones navideñas en inglés formen hoy parte de mi vida. Para mí, de niño Papá Nöel o Santa Claus era un ser del que solo sabía por las películas, y aunque como muchos aquí he procurado y logrado que mis hijos se decanten claramente por los Reyes Magos, al final (como creo que ha pasado en muchos hogares con padres de mi generación) también el gordinflón de rojo ha pasado a veces por mi casa y algo les ha dejado a mis hijos, y claro, nadie le hace ascos a un regalo. Bueno, esto es solo un símbolo que ejemplifica que más o menos de su mano han entrado en mi vida muchas canciones, algunas realmente bonitas. Así que hay aquí una larga lista que comienza por este alegrísimo tema, mitad en español mitad en inglés, titulado “feliz Navidad”, y que han cantado entre tantos otros desde Boney M. a José Feliciano. Y también tengo que destacar aquí el “Jingle Bells”, así como el “Jingle Bell Rock”, “Santa Claus is coming to town”, o “All I want for christmas is you”, encantadora y alegre canción que tan bien queda en boca de Mariah Carey. En fin, que unas y otras, pero también “otros clásicos” como “Burdo rumor”, “La Planeta”, Sabina al completo, Víctor Manuel y tantos más, han formado siempre parte de los “cantos revorianos” navideños en los que los más meramente aficionados acompañamos a los expertos de la familia, con guitarra o con todos los instrumentos que se nos ocurra improvisar. Y no decimos ni pío a la SGAE…       

jueves, 12 de diciembre de 2013

Congresos, libertad de expresión y apoyo público


Congresos, libertad de expresión y apoyo público

 

            Las cuestiones científicas y sociales más trascendentes suelen ser objeto de amplios debates doctrinales. Por ello siempre he pensado que, a la hora de organizar un congreso, jornada, seminario o simposio (queda bien la variedad terminológica, pero creo que nadie, salvo algún burócrata recalcitrante, sabe distinguir con nitidez estos conceptos) tan importante como la calidad y el nivel académico de los ponentes, es la pluralidad en las tendencias, perspectivas, opiniones y criterios científicos que se expresan en el evento de que se trate siempre pensando, en primer lugar, en el prestar el mejor servicio intelectual a los destinatarios de la oferta académica. Si me apuran, si yo voy a organizar y exponer, casi prefiero que los ponentes invitados tengan una opinión diferente a la mía, pues no tiene mucho sentido que todos vengan a decir lo mismo. Dicho lo cual, en un Estado democrático la libertad de expresión debe ser un pilar fundamental, así que cada uno puede opinar lo que quiera sobre las más varadas cuestiones, existiendo incluso (con ciertos límites), lo que podríamos llamar “derecho a equivocarse”. Ni siquiera está prohibido ser sectario, dogmático, radical, tendencioso, retorcido, o todo ello a la vez. Tampoco es ilegal anteponer intereses políticos o cuestiones ideológicas sobre los parámetros de neutralidad e imparcialidad exigibles a todo científico. E incluso si alguien tiene esas características y esas preferencias, se puede juntar con otros pocos que sean como él y organizar un foro o lo que quiera.

 


            Pero en tal caso, dos consecuencias deberían producirse. Primero, que el grupo de sectarios se exponen, como es obvio, a ser juzgados por la libertad de expresión de los demás, y en particular a la crítica y el rechazo de la comunidad científica, de tal manera que un evento regido por los propósitos que acabo de mencionar será habitualmente valorado negativamente y considerado carente de rigor, seriedad científica, y valor académico. Y segundo, que nunca debería emplearse dinero público para financiar este tipo de eventos carentes de los mínimos requisitos científicos exigibles. Las reflexiones anteriores son aplicables al congreso que se celebra estos días bajo el título “España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)” y que ha adquirido una injusta e inmerecida difusión nacional. Creo que, desde el título hasta el propósito declarado lo convierten en un evento tendencioso, absolutamente prescindible e irrelevante; y sin cuestionar el rango y calidad académica de los intervinientes, lo obvio es que su carácter sesgado conlleva la falta del más mínimo pluralismo. Su rigor científico ya ha sido por cierto rechazado por los historiadores más solventes, y creo que no habría que prestarle la más mínima atención. Si no fuera, claro, por el apoyo de las instituciones catalanas que el mismo ha merecido. Que es lo que me parece inadmisible.             

viernes, 6 de diciembre de 2013

Cambiar el "chip"

Cambiar el “chip”


            Como cada año por estas fechas, recordamos el proceso que dio lugar a la Constitución de 1978, y repetimos una vez más la palabra “consenso”, considerándolo la verdadera clave de esa especie de “milagro” que permitió que la inmensa mayoría de los ciudadanos y de las fuerzas políticas se pusieran de acuerdo en lo esencial. Y sí, están muy bien los documentales, los debates, las declaraciones, las entrevistas, las imágenes de archivo, y recordar aquella época en la que España asombró al mundo, pero estará todavía mejor extraer las enseñanzas de aquello en este momento actual, así como de cara al futuro. Por eso creo que en este trigésimo quinto aniversario de nuestra norma fundamental, más que repetir lo mismo de siempre y seguir viviendo de recuerdos y nostalgias de un espíritu que hoy parece imposible de recuperar, convendría poner el acento en otros aspectos que quizá hoy interesen más a los españoles.


            Yo creo que convendría hacer un poco de pedagogía sobre algunas cuestiones. La primera, que la Constitución es de todos, la hayan votado o no, y que el hecho de que ya seamos probablemente mayoría los españoles que por edad no pudimos participar en el referéndum de aquel 6 de diciembre, no es per se un argumento para reformar la carta magna (¿qué pasaría entonces con los estados que tienen, con pocas reformas, la misma Constitución desde hace muchas más décadas, incluso siglos como es el caso de los Estados Unidos?), dado que la misma recoge precisamente aquellos principios que deben quedar por encima del juego de las mayorías, y refleja una expresión de voluntad del pueblo soberano que solo puede ser sustituida por otro acuerdo con similar grado de aceptación y apoyo. Dicho lo cual, también conviene explicar que, manteniendo los principios esenciales, hay cuestiones que conviene ir reformando para actualizarlas y adecuarlas a nuestra realidad actual, y en las que la evolución y desarrollo vía normativa o jurisprudencial no da más de sí. El Senado o la sucesión en la Corona son probablemente los puntos más reiteradamente señalados como aspectos necesitados de reforma, pero no los únicos, y desde luego la distribución territorial del poder también es susceptible de actualización para mejorarla y “cerrar” cuestiones que el Constituyente dejó abiertas. Y es obvio que puede haber muchas posturas incluso contradictorias en este punto, pero si la mayoría tiene claro lo que ha de mejorarse, también conviene recordar que el consenso en el diseño concreto no suele ser nunca el presupuesto de salida, sino el punto de llegada. El consenso no es algo que aparezca como por arte de magia, sino que hay que buscarlo (¡qué fácilmente se encontró, por cierto, en 1992 y 2011!). Quizá conviene que nos cambiemos ya el “chip”, y no queramos seguir viviendo de contar las “batallitas” que muchos ni siquiera llegamos a librar, y nos pongamos a considerar que es lo que necesita la Constitución para mantenerse y que sus principios y preceptos puedan seguir siendo compartidos mucho tiempo más.