martes, 21 de noviembre de 2017

Oro

Oro


            Casi siempre que comento una película en esta sección, es porque quiero recomendarla en algún sentido. De lo contrario, ni me molesto en escribir el comentario. Sin embargo, todo tiene sus excepciones. “Oro” es una película que prometía. Está inspirada de algún modo en hechos históricos que sin duda tienen interés y resultan incluso muy sorprendentes, como es la aventura de Lope de Aguirre, aunque ya hayan sido abordados por la literatura (Ramón J. Sender) y el propio cine (Herzog en “Aguirre, la ira de Dios” y Saura en “El Dorado”). Y la combinación de un texto de Pérez Reverte y el trabajo cinematográfico de Díaz Yanes había dado buenos resultados en “Alatriste”. Motivos suficientes para ir a verla. Para mí esa decisión fue un error, aunque desde luego cada uno puede juzgar por sí mismo. La película no me gustó y no aporta nada.


            No se trata ya de su mayor o menor fidelidad a la historia. Su inspiración es un hecho poco frecuente durante la conquista de América, protagonizado por un personaje también singular. No fue en absoluto normal romper con la Corona durante la conquista, y de ahí lo llamativo del caso de Lope de Aguirre. Pero admitiendo esa singularidad (y por tanto no tomándola como una descripción de algo habitual), podría haber estado enormemente interesante si ayudase a entender. Si fuera capaz de transmitir algo. Pero no lo logra. No hay un mínimo trabajo de la psicología de los personajes. No parecen locos (como acaso se volvió Lope de Aguirre). Tampoco simplemente la “fiebre del oro” explica su comportamiento, pues un mínimo sentido práctico y de supervivencia les llevaría a comportarse de otro modo. Se trata simplemente de cien minutos de españoles matándose entre sí sin motivo aparente, y de paso matando también a algún indígena. No falta, desde luego, el cura perverso, fanático y mujeriego al que todos desprecian. Y no hay más. Nadie respeta nada, y no existe no ya el menor rasgo de épica, sino ni siquiera código alguno que explique algún comportamiento. Pérez Reverte suele crear personajes sórdidos que no son ejemplo de virtudes, pero en todos ellos (desde Alatriste al comisario autoritario de “El asedio”) hay algo de nobleza profunda, un cierto código de conducta cuyo respeto les redime, al menos en parte. Aquí (al menos en la película) no hay nada de eso. Lástima de ocasión perdida para haber logrado un producto de algún interés.  

(Fuente de la imagen: http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-241495/)

jueves, 16 de noviembre de 2017

Chiquito

Chiquito


           
¡Qué sería de nuestras vidas sin el humor! El humor es conveniente en casi todas las ocasiones. Incluso se diría que es particularmente necesario en las situaciones de crisis, pues es un medio que puede ayudar muy bien a afrontar las dificultades. En España, desde que me alcanza la memoria (que es la más o menos desde la transición) siempre hemos tenido humoristas de nivel, desde Gila a Tip y Coll, y poco después Martes y Trece o Cruz y Raya. Hoy, el género del monólogo nos ha traído a algunos humoristas excelentes, como Goyo Jiménez, Luis Piedrahita o Eva Hache, pero el humorista total solo lo veo encarnado en Florentino Fernández o el gran José Mota (a quien ya dediqué un comentario en su día, y sugiero como doctor honoris causa de nuestra Universidad), sin olvidar humoristas con múltiples vertientes como Santiago Segura. Pero Chiquito… era acaso el más exclusivo e irrepetible de todos.


Actuando de algún modo como enlace entre estas generaciones de la transición y los 80, por un lado, y nuestro siglo XXI, por otro, “Chiquito de la Calzada” rompió moldes. Su verdadero nombre era Gregorio Sánchez Fernández, había nacido en 1932 y dedicado casi toda su vida al cante flamenco, destacando como palmero, hasta que a los 62 años empezó su actividad televisiva que le hizo de inmediato famoso en toda España por su inconfundible estilo. Se trataba simplemente de contar chistes, muchos de los cuales, para ser sinceros, harían poca gracia en boca de cualquier otro. Pero contados por Chiquito (o quizá habría que decir más correctamente “escenificados” por Chiquito) toda España se moría de risa. Sus inconfundibles andares y sus expresiones repetidas nos encandilaron a todos. Una fórmula aparentemente simple, pero exclusiva. En los últimos años, Chiquito había desaparecido de la escena pública, y cuentan que quedó muy apenado tras el fallecimiento de su inseparable esposa Pepita en 2012. Ahora nos ha dejado él, pero quedarán sus expresiones inolvidables, pronunciadas como él hacía (“finstro”, “pecadorrr de la pradera”, “al ataquerr”…). Si no existiera, habría que inventarlo… pero es irremplazable, y por ello nuestro humor queda un poco huérfano. Campofrío ha hecho la mejor propuesta, al pedir al rey que lo nombre “Conde Mor” (que es un lugar de Galicia), por la “gloria de tu madre”. D.E.P. Chiquito, “hasta luego Lucas”.

(Fuente de la imagen: http://www.elmundo.es/andalucia/2017/10/15/59e37dbf268e3e73318b45ea.html)

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Aun cuando...

Aun cuando…



            El Derecho no es una ciencia exacta y, por suerte o por desgracia, en este ámbito casi todo es susceptible de diversas interpretaciones y valoraciones. Toda resolución judicial es susceptible de crítica, jurídica y política. Desde el punto de vista de la libertad de expresión, incluso las opiniones más disparatadas tienen amparo, y en aras del derecho de defensa casi todo se permite. Pero en una sociedad que aspira a un debate maduro, hay que valorar muy negativamente las opiniones desprovistas de un mínimo fundamento o argumentación. Yo, aunque creo que es muy interesante el debate jurídico sobre las resoluciones que han acordado recientemente la prisión provisional de algunos ex consejeros del Gobierno catalán, no voy a entrar ahora en esa cuestión. Voy a dar por buenas, a los solos efectos dialécticos, las críticas jurídicas que se les han formulado, para poner de relieve que ninguna de ellas permite sostener que España no es un Estado democrático, o que tiene baja calidad democrática, es franquista u otras lindezas del estilo.


            Aun cuando admitiéramos que el Ministerio Fiscal actúa al servicio del Gobierno, su actuación no vincula en absoluto a los jueces, así que no existe base alguna para cuestionar la independencia de estos. Y aun cuando diéramos por cierto que la prisión provisional es desproporcionada, ello no permitiría hablar de presos políticos. Porque aun cuando aceptásemos que no había base suficiente para imputar el delito de rebelión, permanecen otras imputaciones igualmente graves. Y aun cuando defendiéramos que no había riesgo de fuga (a pesar de que medio Gobierno se había fugado ya) ni de reincidencia (aunque las propias declaraciones de los exconsejeros apuntaban a lo contrario), ello no sería obstáculo para que tengamos que reconocer, si pretendemos ser mínimamente objetivos, que el auto de prisión provisional es una resolución judicial legítima, fundada en derecho, y como tal plenamente respetable. Y, por cierto, susceptible de revisión, en la vía judicial, constitucional y europea. Se puede criticar e instar estas vías de recurso, precisamente porque España es un Estado democrático en el que cabe la libertad de expresión, y están plenamente vigentes las garantías procesales. Pretender descalificar la calidad democrática de España con ese argumento me parece una tergiversación interesada e indigna, que solo busca dañar nuestra imagen.