Reformar
para mejorar
Las recientes movilizaciones populares en
lugares tan distantes como Turquía y Brasil, y por motivos aparentemente tan
dispares, se suman a las acontecidas últimamente en diversos países de características
muy diferentes, cuyo antecedente próximo pueda encontrarse acaso en las
iniciadas en España en mayo de 2011. Probablemente es muy difícil valorar todos
estos movimientos de forma conjunta, pero no creo que sea demasiado aventurado
pensar que todos ellos reflejan un cierto descontento (cuando no total) con el
funcionamiento de las instituciones en Estados que generalmente son
considerados democráticos. Aunque no es fácil precisar en cada caso qué
pretenden exactamente estos movimientos, sí parece que expresan una necesidad
de justicia social, así como de ciertos cambios para asegurar una mayor participación ciudadana, aunque en
algunos casos parecería que la propuesta es más bien una ruptura total con los
modelos de democracia representativa. En mi opinión, tan erróneo sería asumir
esas propuestas rupturistas que supondrían la destrucción del modelo más
avanzado y mejor articulado de democracia que el mundo ha conocido, como
ignorar por completo la llamada a la reflexión y a la reforma democrática que
estos movimientos claramente sugieren.
Las medidas para profundizar en la
democracia y para que la participación popular no se limite a una llamada
puntual cada cuatro años son varias y últimamente bastante reiteradas: sistemas
electorales equilibrados, fortalecimiento de la posibilidad de utilización de
formas de democracia directa o semidirecta como el referéndum o la iniciativa
popular (aunque en esta la decisión final queda en manos de los legítimos
representantes)… Sin embargo, aceptando
que un modelo de democracia directa ni es viable en sociedades complejas ni es
necesariamente mejor que un sistema representativo bien articulado, creo que
las reformas más importantes son las que tienden a acercar a representantes y
representados dando a estos mayor posibilidad de intervenir: por ejemplo, profundizar
en la democracia interna de los partidos políticos, establecer listas abiertas
o al menos desbloqueadas, posibilitar acaso la revocación de ciertos cargos, y
sobre todo implantar fórmulas (y hoy las nuevas tecnologías pueden ofrecer
enormes posibilidades en este terreno) para que exista una comunicación real y
bidireccional entre el votante y los parlamentarios. En suma, no hay que
olvidar que aunque la democracia significa sin duda la toma de decisiones
siguiendo el criterio de la mayoría, también requiere inexorablemente el
respeto a las minorías y la posibilidad de que estas participen en pie de
igualdad, siempre dentro de la ley y utilizando el libre ejercicio de los
derechos fundamentales.