Everest
1953
Aunque para algunos siempre quedará la
duda de si Andrew Irving y George Mallory consiguieron coronar la montaña más
alta del mundo en la expedición de 1924, oficialmente la primera escalada con
éxito al Everest sigue siendo la que 29 años después protagonizaron el
neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, de la que el pasado 29
de mayo se cumplieron 60 años. El récord parecía insuperable, pero la historia
posterior de las escaladas a este coloso de 8.848 metros es la historia de
nuevos records, ya sean globales o parciales: en 1975 Junko Tabei es la primera
mujer en escalarlo, en 1978 Reinhold Messner y Peter Habeler realizan la
primera ascensión sin oxígeno, en 1980, el propio Messner realiza la primera en
solitario y sin oxígeno, y Martín Zabaleta se convierte en el primer español en
coronar la mítica cima, llamada en nepalés Sagarmatha, y en chino Chomolungma.
Y así sucesivamente…
Se diría que el Everest no tiene ya
casi secretos, y que la mejora de los medios técnicos, materiales y personales,
así como de las previsiones meteorológicas, lo han hecho accesible a cualquier
persona con capacidad física media y económica elevada, aunque sin experiencia
en la escalada. Algunos datos parecen avalar esta idea. Más de 4.000 personas
han logrado culminar con éxito la ascensión desde aquella primavera de 1953, y
hoy, por unas decenas de miles de dólares, ciudadanos de todo el mundo forman
parte de expediciones en grupos cada vez más numerosos y con mayor porcentaje
de éxito. Pero el panorama no parece tan halagüeño: como pone de releieve el
último número de la revista National Geographic, a veces se forman cuellos de
botella que hacen que numerosos grupos deban esperar durante horas soportando temperaturas
bajísimas junto al escalón Hillary (hace un año se superó el récord de personas
en la cumbre un mismo día, con más de 200), y la seguridad dista muchísimo de
ser absoluta, pues cualquier percance que rompa las previsiones puede costarle
a uno la vida. Tanto es así que los cadáveres se van acumulando en el camino
año tras año, así como también los desechos humanos en algunos puntos,
configurando un panorama no tan idílico como cabría imaginar. Yo, que siempre
he tenido gran afición por la épica de la montaña, aunque a efectos prácticos
no he pasado del senderismo en Picos, Gredos, Pirineos o Alpes, he podido acaso
soñar con estar en la cima del mundo y saber qué se siente. Pero sé
perfectamente que eso no se materializará nunca. No me importa: de algún modo,
yo también estuve allí… el 29 de mayo de 1953.
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