25 años de Facultad
Hace algunos días la Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo conmemoraba, en un acto sencillo pero
solemne, los 25 años de su creación. He sido testigo de todos ellos, primero como
alumno, y luego como becario, profesor ayudante, profesor titular y catedrático;
también como vicedecano… e incluso después como padre de alumno. Admito que mi
opinión no dejará de resultar subjetiva, pero creo que no es aventurado afirmar
lo mucho que ha evolucionado positivamente desde su fundación, y lo mucho que
ha supuesto para la formación de los juristas, administradores de empresas y
gestores públicos en la provincia y en la región. Fui alumno de la primera
promoción de esta Facultad en el año 1990/1991 (de la que formó parte también
el presidente Emiliano García-Page). Lo confieso: algunos dudábamos de que el
traspaso de los estudios universitarios que desde décadas existían en Toledo en
forma de colegio universitario amparado por la Universidad Complutense, a una
universidad nueva y quizá desconocida entonces en el exterior, como la de
Castilla-La Mancha, fuese a resultar positivo. Pero pronto el temor
desapareció, al comprobar que dicho traspaso supuso la llegada a Toledo de gran
número de catedráticos y profesores titulares, frente al anterior predominio de
ayudantes y asociados (aunque algunos de estos también fueron, sin dudarlo,
excelentes docentes). Y un poco después, al ver cómo al fin encontrábamos una
sede adecuada, o por mejor decir incomparable y única, como es la del convento
de San Pedro Mártir, al que poco después se unió el de Madre de Dios. A mí esto
ya me tocó vivirlo como profesor, lo que además supuso el tránsito de unas
mesas comunes de trabajo en el edificio de Padilla, a un despacho propio…
Pero si las instalaciones dan un
incuestionable valor a la Facultad, un activo fundamental es el profesorado, y
obviamente no me refiero a quien esto escribe, sino sobre todo a los entonces
jóvenes pero ya excelentes catedráticos que llegaron con su creación. Lo he
dicho muchas veces, porque es una opinión sincera: no encuentro un privilegio
mayor que el de haber sido primero alumno, y más tarde compañero, de profesores
de tanto nivel académico y humano como Luis Prieto, Luis Ortega, Feliciano
Barrios, Ángel Carrasco, o por supuesto mi maestro Eduardo Espín. Desde luego,
tristemente en este capítulo hay un recuerdo especial para los colegas que ya
no están físicamente entre nosotros, aunque desde luego su espíritu siempre nos
va a acompañar: entre otros, aquí quiero volver a mencionar al inolvidable Luis
Ortega, de quien tanto he aprendido, y a Timoteo Martínez Aguado y Felipe
Centelles, amigos y compañeros en aquel equipo decanal que me permitió vivir
experiencias que tanto han contribuido a mi forma de ser como universitario y
como persona. En cualquier caso, es obvio que nada tendría sentido sin los
alumnos de la Facultad, que año tras año han respondido a la oferta académica
en número próximo a los dos millares, lo que demuestra la pujanza de los
estudios que se ofrecen, en noble y directa competencia con muchas
universidades madrileñas. En fin, en el emotivo acto de hace unos días fue un
placer escuchar al rector Miguel Ángel Collado, a todos los ex rectores, a la
viceconsejera y al decano Pedro J. Carrasco, y recordar en sus palabras el
trabajo de muchos para que hoy la Facultad sea lo que es y tenga el futuro que
tiene. Fue una ocasión única, porque aunque si Dios quiere me gustaría celebrar
los 50 años, si bien lo pienso en ese momento ya estaré jubilado…