miércoles, 25 de noviembre de 2015

25 años de Facultad

25 años de Facultad

            Hace algunos días la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo conmemoraba, en un acto sencillo pero solemne, los 25 años de su creación. He sido testigo de todos ellos, primero como alumno, y luego como becario, profesor ayudante, profesor titular y catedrático; también como vicedecano… e incluso después como padre de alumno. Admito que mi opinión no dejará de resultar subjetiva, pero creo que no es aventurado afirmar lo mucho que ha evolucionado positivamente desde su fundación, y lo mucho que ha supuesto para la formación de los juristas, administradores de empresas y gestores públicos en la provincia y en la región. Fui alumno de la primera promoción de esta Facultad en el año 1990/1991 (de la que formó parte también el presidente Emiliano García-Page). Lo confieso: algunos dudábamos de que el traspaso de los estudios universitarios que desde décadas existían en Toledo en forma de colegio universitario amparado por la Universidad Complutense, a una universidad nueva y quizá desconocida entonces en el exterior, como la de Castilla-La Mancha, fuese a resultar positivo. Pero pronto el temor desapareció, al comprobar que dicho traspaso supuso la llegada a Toledo de gran número de catedráticos y profesores titulares, frente al anterior predominio de ayudantes y asociados (aunque algunos de estos también fueron, sin dudarlo, excelentes docentes). Y un poco después, al ver cómo al fin encontrábamos una sede adecuada, o por mejor decir incomparable y única, como es la del convento de San Pedro Mártir, al que poco después se unió el de Madre de Dios. A mí esto ya me tocó vivirlo como profesor, lo que además supuso el tránsito de unas mesas comunes de trabajo en el edificio de Padilla, a un despacho propio…

            Pero si las instalaciones dan un incuestionable valor a la Facultad, un activo fundamental es el profesorado, y obviamente no me refiero a quien esto escribe, sino sobre todo a los entonces jóvenes pero ya excelentes catedráticos que llegaron con su creación. Lo he dicho muchas veces, porque es una opinión sincera: no encuentro un privilegio mayor que el de haber sido primero alumno, y más tarde compañero, de profesores de tanto nivel académico y humano como Luis Prieto, Luis Ortega, Feliciano Barrios, Ángel Carrasco, o por supuesto mi maestro Eduardo Espín. Desde luego, tristemente en este capítulo hay un recuerdo especial para los colegas que ya no están físicamente entre nosotros, aunque desde luego su espíritu siempre nos va a acompañar: entre otros, aquí quiero volver a mencionar al inolvidable Luis Ortega, de quien tanto he aprendido, y a Timoteo Martínez Aguado y Felipe Centelles, amigos y compañeros en aquel equipo decanal que me permitió vivir experiencias que tanto han contribuido a mi forma de ser como universitario y como persona. En cualquier caso, es obvio que nada tendría sentido sin los alumnos de la Facultad, que año tras año han respondido a la oferta académica en número próximo a los dos millares, lo que demuestra la pujanza de los estudios que se ofrecen, en noble y directa competencia con muchas universidades madrileñas. En fin, en el emotivo acto de hace unos días fue un placer escuchar al rector Miguel Ángel Collado, a todos los ex rectores, a la viceconsejera y al decano Pedro J. Carrasco, y recordar en sus palabras el trabajo de muchos para que hoy la Facultad sea lo que es y tenga el futuro que tiene. Fue una ocasión única, porque aunque si Dios quiere me gustaría celebrar los 50 años, si bien lo pienso en ese momento ya estaré jubilado…




jueves, 19 de noviembre de 2015

Lo que simboliza Francia

Lo que simboliza Francia



            En una escena de la película “Casablanca”, la mayoría de los asistentes al café Rick´s cantan al unísono “La marsellesa”, algo que los nazis consideraron intolerable. La primera vez que vi esa película (y en cierta medida, las muchas más que la he vuelto a ver) me emocioné con esa escena, y sentí el himno francés como algo propio. Obviamente, la causa no estaba, ni mucho menos, en una mayor simpatía hacia Francia que hacia Alemania, sino en una clara preferencia por lo que en esa escena simbolizaba el himno: los valores de libertad, igualdad y fraternidad, frente al totalitarismo nazi. En estos días en que muchos nos hemos sentido tan cercanos al pueblo francés, he vuelto a tener una sensación parecida, y me he vuelto a emocionar al ver cómo los parlamentarios y el presidente de la República entonaban en Versalles, con la máxima solemnidad, “La marsellesa”, o incluso más al ver cómo todo el estadio londinense de Wembley cantaba el himno francés en el partido amistoso entre las dos selecciones. Y por supuesto, no dudé ni un instante al poner en mi perfil de Facebook el fondo de la bandera azul, blanca y roja que representa a nuestro país vecino, durante siglos rival o enemigo, hoy totalmente aliado y amigo. Sin embargo, algunos no han tardado en criticar a la red social por ofrecer la posibilidad de utilizar la bandera francesa, pero no las de otros lugares en los que diariamente mueren personas víctimas de las más variadas formas de violencia o injusticia; e incluso han cuestionado por excesivas estas actitudes de condolencia,  simpatía o temor, argumentando que no se entiende por qué se da mucha más importancia a estas víctimas que a otras a las que parecemos ignorar.

            Al respecto me gustaría opinar lo siguiente: es evidente que todas las vidas humanas tienen el mismo valor, y aunque es humanamente comprensible que sintamos con más intensidad el dolor de las víctimas más cercanas por tantos motivos (no en vano “prójimo” deriva de próximo), no estará mal que esto sirva para que seamos conscientes de que hay mucho dolor injusto en muchos lugares del mundo. Pero si todas las vidas tienen el mismo valor, no lo tienen a mi juicio todas las ideas, y sería por ello incorrecto poner al mismo nivel la democracia y los derechos, por un lado, y la pura barbarie, por otro. Lo que hace en mi opinión justificable que esta ola de solidaridad y de condolencias que ha recorrido occidente haya sido especialmente intensa, es que los atentados del pasado 13 de noviembre no solo han segado la vida de muchas personas y han generado un conjunto de víctimas directas o indirectas, sino que suponen un ataque frontal a los valores de democracia y derechos, representados en esta ocasión por Francia, como antes lo fueron por Estados Unidos, Reino Unido, España o Turquía, entre otros. Occidente habrá cometido más de un error –y quizá la mayor parte de ellos se hayan producido precisamente por no ser coherente con los valores que inspiran nuestra civilización-, pero no es en absoluto responsable de estos atentados. Más bien es la víctima. Y ante la permanente amenaza de ataque inminente, defenderse no es una posibilidad sino un deber. No es venganza, sino legítima defensa. Es “luchar” –acaso en sentido literal- por nuestros derechos. Demasiadas veces Europa ha sido incapaz de unirse para defender los valores comunes. Como representa el ejemplo de Wembley, hoy la mayoría de los ciudadanos europeos (y en buena lógica esto debería aplicarse a todo el mundo), se sienten unidos por el dolor y por esos valores.  Hay que actuar en consecuencia.

(fuente de la imagen: http://mundoactualidad.net/imagen-con-mensaje/descargar-bandera-de-francia-de-luto-gratis/) 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Constitución y elecciones

Constitución y elecciones




            El debate sobre la posible reforma electoral ha tenido durante los últimos años una indudable importancia dentro de los temas políticos y sociales, y esto es algo que en Castilla-La Mancha se ha percibido de manera especialmente intensa, debido a la sucesión de reformas electorales y a los correspondientes pronunciamientos del Tribunal Constitucional. El análisis de la cuestión desde la perspectiva constitucional es muy importante, pero tiene su propio marco y características, y no es bueno abusar de la Constitución, y mucho menos tratar de constitucionalizar las posturas políticas particulares, por muy legítimas y razonables que puedan parecer. En realidad, la norma suprema establece solo los parámetros básicos del sistema electoral del Congreso y del Senado, y unos principios muy generales para los sistemas autonómicos, así como un breve inciso dedicado a las elecciones locales. De esta manera, el ámbito de actuación del legislador (tanto estatal, como autonómico, como estatutario) es sin duda amplio. Como he escrito varias veces, el Derecho Constitucional no es el arte de lo óptimo, sino de lo admisible. Por eso, cuando de la norma fundamental y de la jurisprudencia constitucional se deriva claramente un amplio margen para la interpretación o desarrollo de los principios constitucionales, uno puede llegar a pronosticar con bastantes posibilidades de acierto lo que dirá el Tribunal Constitucional cuando se pronuncie sobre normas que desde luego no vulneran frontalmente esos márgenes constitucionales. Pocas veces me he atrevido a pronosticar públicamente lo que puede decir el Tribunal Constitucional en un recurso determinado, pero cuando lo he hecho, debo decir que casi siempre he acertado (y cuando no ha sido así, había algo novedoso, diferente o cuestionable en la decisión, que la hacía menos previsible). El caso es que, aunque esté feo que yo lo diga, acerté cuando escribí que el Tribunal declararía la constitucionalidad de la reforma estatutaria de Castilla-La Mancha, y posteriormente de la reforma de la ley electoral.



         
   De todos modos, sabiendo cuáles son los márgenes y opciones constitucionales, los especialistas pueden, como es obvio, expresar preferencias en materia de reforma electoral, entrando en lo “preferible” desde la perspectiva de los objetivos que consideran más importantes, los principios que crean que deben enfatizarse, o lo que consideren más adecuado en términos de democracia, representatividad, proporcionalidad, estabilidad, o cualesquiera otro fines legítimos. Ambas perspectivas (el marco constitucional y las posibilidades de reforma) se abordan en las Jornadas sobre Justicia Constitucional y Elecciones que los días 12 y 13 se celebran en la Facultad de Ciencias Jurídicas de Toledo. Participan algunos de los mejores especialistas, desde magistrados del Tribunal Supremo, miembros de la Junta Electoral, hasta catedráticos de la Universidad de Castilla-La Mancha y de otras Universidades españolas, considerando tanto la perspectiva estatal como la de los sistemas electorales autonómicos (entre otros, intervienen los autores de dos de los libros más completos sobre sistemas electorales autonómicos, como son Joan Oliver Araujo y Tomás Vidal Marín). Yo, que no tengo ese grado de especialización en la materia, haré una modesta y breve contribución al tema, que no voy a contar aquí, entre otras cosas porque no me queda ya espacio… 

jueves, 5 de noviembre de 2015

El centro

El centro


            Algunos dicen que el centro político no existe. Que eso que llamamos “centro” es en realidad una amalgama de ideologías diversas, y por tanto una posición política incoherente, vacía o carente de un perfil propio. En mi opinión, para empezar y aunque pueda resultar sorprendente, no siempre la coherencia es la mayor virtud en política. Si entendemos por coherencia “actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan” (2ª acepción de la palabra en el diccionario de la Academia), podríamos decir que los nazis fueron coherentes… con su idea de la superioridad de la raza aria. Y esta coherencia, al partir de una premisa errónea y perniciosa, tuvo nefastas consecuencias. Así que, para empezar, la coherencia requiere que unos principios “correctos” o “positivos”. Pero resulta que en el mundo de las ideas políticas, existen principios y valores que nuestras sociedades pueden considerar más o menos positivos, pero que en la práctica pueden entrar en contradicción, o al menos se sitúan en cierta situación dialéctica o de tensión. Acaso el ejemplo más claro sea el de los principios de libertad y de igualdad. Está comprobado que la máxima libertad de todos en todo hace inviable la igualdad real; de hecho, suele acrecentar las desigualdades, pues sin control o corrección, los ricos tienden a ser más ricos, y los pobres más pobres. Pero la imposición de la igualdad total en todos los resultados choca con la libertad humana: si todos tuviéramos que tratar igual a todos, no podríamos favorecer a nuestra iglesia o a nuestras asociaciones preferidas, si fuera el caso. Además, si el resultado es que todos vamos a tener siempre lo mismo, desaparece todo incentivo a la libre iniciativa. Por ello ser “radical”, o sea defender un principio desde la raíz como fundamento de una sociedad o de la convivencia, supone casi siempre minusvalorar o ignorar otros igualmente importantes. 


            Creo que nuestra historia contemporánea ha puesto de relieve demasiadas veces los inconvenientes de la radicalidad, y quizá por ello las democracias más avanzadas se caracterizan por la alternancia de mayorías parlamentarias (y de gobiernos) moderadas y relativamente “centradas”. Porque  en los temas importantes, la cuestión esencial es el énfasis y la mayor incidencia de unos u otros principios, dentro de los que nuestras sociedades consideran admisibles, o incluso positivos y los incorporan en sus constituciones. Por eso creo que, si debatimos en términos sensatos y razonables, deberían estar superados dilemas como los de liberalismo-socialismo, mercado-intervencionismo, privado-publico, generación de riqueza-distribución de la riqueza, Estado de derecho-democracia, por poner solo algunos ejemplos. La fórmula “Estado social y democrático de derecho” está para intentar resolver esas tensiones. Los debates  interesantes son, por ejemplo, los relativos a cuál es la intensidad deseable del mercado, cuáles son las prestaciones sociales convenientes y sostenibles, cuál es la carga fiscal adecuada en cada momento y cómo debe distribuirse. Es decir, cuál debe ser en cada momento el resultado de la ponderación entre libertad e igualdad. Ser de centro es situar estos debates (e incluso otros como los de centralización-descentralización, libertad religiosa-laicidad, entre otros) en el marco de la ponderación entre principios razonables.

(fuente de la imagen: http://politicaparaprincipiantes.com/2013/07/15/que-diablos-significa-estar-en-el-centro-politico/)