jueves, 26 de enero de 2017

De sueños y estrellas

De sueños y estrellas



            Los Ángeles es una ciudad curiosa. En realidad es una gran aglomeración de zonas residenciales, bastante anodina, con un pequeño centro no particularmente destacable. Pero allí está Hollywood, la meca del cine, y además los diversos escenarios de la ciudad nos han sido tantas veces mostrados por el séptimo arte que ya forman parte del imaginario colectivo. Por eso es, de alguna manera, la ciudad de las estrellas. Perfecta para albergar una historia de gente cotidiana que tiene sueños. Sueños que parecen irrealizables, tal vez ser una estrella del cine, o abrir un club de jazz puro en un local mítico. Por eso “La ciudad de las estrellas. La La Land” acierta al elegir este escenario. Pero, a diferencia de otras películas, se centra en su vertiente más cotidiana. No Hollywood, sino un atasco, un aparcamiento a la salida de una fiesta… Desde luego, este es solo el primero de muchos aciertos de esta obra maestra. No soy nada aficionado al musical, y pocos están entre mis favoritos; quizá no mencionaría ninguno realmente destacable desde “Grease”. Pero “La La Land” supera a cualquier otro, para reconciliarnos con la palabra CINE con mayúsculas. Está claro que está llamada a formar parte destacada de este noble arte. Reconozco que ya soy fan de este largometraje que me ha llegado al corazón, y eso quiere decir que el conjunto me parece maravilloso, pero voy a intentar desgranar con argumentos el porqué de estas afirmaciones.


            Es clásica, en realidad tiene parte de tributo a los musicales de siempre, en cinemascope, pero también es increíblemente moderna y actual, de manera que no puede considerarse una mera revisión, actualización o “remake” de nada, sino una película original y novedosa. Tiene, así, todas las virtudes de muchos musicales, pero no sus defectos más comunes. Virtudes: es alegre, optimista, tiene unas canciones preciosas, unos bailes espectaculares que no vemos desde Fred Astaire y Ginger Rogers. Defectos habituales que no tiene: no se abusa de las piezas musicales, y estas, lejos de cortar el desarrollo argumental, se insertan en él con naturalidad, buscando los escenarios más cotidianos e inesperados (el atasco, el aparcamiento), pero también los más inverosímiles, introduciendo esos toques de imaginación y fantasía imprescindibles. O, para ser más exactos, transmitiéndonos los pensamientos y las sensaciones de los protagonistas en un momento dado, y por ello a nadie va a extrañar que bailen entre las estrellas, por ejemplo. Y además se evita caer en el defecto más habitual de muchos musicales, como es la superficialidad. Hay una historia de amor simple, pero su desarrollo y conclusión nos transmiten un mensaje. Sin contar nada a los que no la hayan visto, puedo decir que ese mensaje no es el previsible: “los sueños se pueden hacer realidad”, sino algo más complejo, que nos hacen reflexionar sobre lo que en la vida nos podemos dejar por el camino para hacer realidad nuestros sueños, o sobre cómo esos sueños nunca se materializan tal y como los habíamos imaginado. Claro que ese mensaje no tendría la fuerza que tiene sin el excelente trabajo del guionista-director Damiel Chazelle, que ya tiene un lugar entre los grandes, y de los dos protagonistas, Emma Stone y Ryan Gostling, seguramente no los actores más famosos ni más atractivos a priori, pero sí perfectos para representar a dos personas normales que sueñan. Además, el comienzo es espectacular, y el final… original. Podría seguir glosando sus virtudes, pero no me queda más espacio. Todos los premios que le den, los merece, es el tipo de cine que permanecerá. Es sublime.

(fuente de la imagen: http://la.curbed.com/maps/la-la-land-filming-locations)

miércoles, 18 de enero de 2017

El grajo

El grajo


            Una de dos: o llevo varios días viviendo un prolongadísimo déjà vu, o todos los años, más o menos por estas fechas, una ola de frío siberiano invade la Península, acompañada de los típicos comentarios sobre el frío que hace, sin olvidar las opiniones de los más “gallitos” sobre que no hace tanto frío, y un buen elenco de chistes y bromas, en especial sobre la minimización del frío siberiano, ya sea en comparación con “nuestro” calor sevillano, o con el frío de Ávila o Huesca, que son las auténticas “centrales del frío”, respecto a las cuales el inmenso territorio del este ruso es una mera sucursal. En los últimos años, las nuevas tecnologías contribuyen de forma notoria al chiste y el chascarrillo, y en esta ocasión el protagonismo parece que se lo han llevado las bromas sobre el conocido refrán castellano que hace referencia al grajo y al frío, pues es sabido que si esta ave vuela bajo, hace un frío de algo que rima, y si se posa en los balcones, pues el frío es de los que rima con mejillones (por no hablar de la intensidad del frío, cuando vuela rasante...), así que si el grajo va andando, cabe pensar que habremos superado el récord de bajas temperaturas de la historia castellana. Aunque seguramente algunos de nuestros mayores puedan (o ya no sé si decir “podamos”) corroborar que esto no es nada en comparación con el “frío de verdad” que hacía en los años de nuestra ya lejana infancia. Por lo demás, en nuestras ciudades la existencia del grajo viene a ser una mera suposición, con lo cual la posibilidad de verlo volando bajo, en nuestro balcón (si es que tenemos balcón), o andando, es bastante remota.  


            Siendo todo esto bastante tedioso, se comprende no obstante que hablemos de ello cada vez que hace frío. Aunque resulte paradójico, las conversaciones sobre el frío son idóneas para “romper el hielo”, como lo son todas las del tiempo. Lo que se entiende menos, y es sin embargo cada vez más frecuente, es el amplio despliegue informativo que la mayor parte de los medios dedican al asunto. No se trata solo de los espacios monográficos sobre el tiempo, que han pasado de ser una parte de los informativos, a convertirse en programas autónomos, en los que ya no se habla de frío, calor, anticiclones y borrascas, sino de ciclogénesis explosivas, frentes ocluidos y capas altas de la atmósfera, que suena mucho más técnico, a la vez que alarmante. Es que además, aparte del monográfico el tiempo se cuela en el informativo general, ocupando porcentajes desproporcionados de su contenido. Si la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro, no entiendo muy bien qué es lo reseñable en el hecho de que, en enero, haga un frío que pela en los Pirineos, los Picos de Europa, Sierra Nevada o las mesetas castellanas (en Murcia la cosa puede ser diferente). Pues nada, ahí mandan a un reportero a pasar frío “in situ” y a contárnoslo con detalle, así como a preguntar a los paisanos qué opinan del asunto. Cabría pensar que es buena noticia esto, pues si nos entretenemos con ello, es que nada grave está pasando. Pero no, puede haber terremotos, ataques terroristas, desgracias con decenas de muertos, que nunca falta el reportero demostrando el frío de Soria. Quiero romper una lanza a favor de los reporteros, que tanto para las noticias del tiempo como para cualesquiera otras, tienen que informar a pie de calle exhibiendo el último repertorio de abrigos o plumas del Decathlon, cuando quizá podrían decir lo mismo desde un estudio u oficina, poniendo un fondo de imagen adecuado. Pero bueno, quizá alguno logre finalmente grabar en vídeo al grajo que anda…  

(Fuente de la imagen: http://berceo-salamanca-spanish-courses.blogspot.com.es/2013/01/spanish-proverb-refran-meteorologico.html)

jueves, 12 de enero de 2017

Del iPhone... al Internet de las cosas

Del iPhone… al Internet de las cosas


       
     No recuerdo muy bien cómo era mi vida antes del iPhone. Tengo algunos flashes borrosos, de los que deduzco que, si quería llamar, usaba ya un teléfono móvil; si quería hacer fotos, una cámara; si deseaba consultar informaciones o hacer alguna que otra gestión, tenía un ordenador con conexión a Internet; si me apetecía ver un vídeo, ponía el DVD, e incluso si se me antojaba escuchar música, ya tenía un reproductor de mp3. Si necesitaba luz, buscaba una linterna, si quería orientarme, una brújula, y si tenía que hacer cálculos, iba por la calculadora. Diría que todo esto forma parte de un pasado remoto y con cierto encanto (con las ventajas e inconvenientes de poder estar relativamente “desconectado” y aislado), previo al momento en que llegó el smartphone para hacer todo eso… y mucho más. Pero resulta que no, que en estos días hemos conmemorado solamente 10 años desde la aparición del iPhone (y yo no fui, desde luego, de los primeros en tenerlo). Quizá no sea del todo justo decir que con Apple nació el smartphone (ni el ratón, ni las tabletas, ni…), pero sí fue el iPhone el que mejor materializó y popularizó la idea del dispositivo total, desplazando en muy poco tiempo a los anteriores terminales avanzados, que resultaron ser menos funcionales y cómodos, con sus pequeñas pantallas, sus teclados físicos, sus punteros. El iPhone era totalmente táctil, totalmente intuitivo en su funcionamiento, se podía manejar con una mano… y era precioso y elegante. Su presentación, su diseño, su embalaje… nada se descuidaba. La comunicación entre el ser humano y la máquina inteligente empezó a ser algo bonito y amable. “Alguien” nos acompañaba siempre y nos ayudaba ante cualquier necesidad. Y ni siquiera tenía instrucciones, ni las necesitaba. Ante este hecho, se minimizaron sus desventajas, como la imposibilidad de utilizar un pendrive, de introducir una tarjeta para ampliar la memoria, o la ausencia de algo parecido a un “explorador de archivos”.  Luego vendrían algunos complementos sin los cuales el dispositivo no sería lo que hoy conocemos, y especialmente los millones de aplicaciones que han ampliado casi hasta el infinito su utilidad y la sencillez de su manejo.

            Pero las cosas cambian a velocidad de vértigo en este mundo, y una década después, ya desaparecido ese genio odioso y admirable a partes iguales llamado Steve Jobs, principal responsable de la “creación” de un concepto absolutamente novedoso, otras compañías han desarrollado, perfeccionado, y eventualmente abaratado la “creación”, mientras nadie ha creado algo radicalmente nuevo. Así que seguimos funcionando con el mismo “invento”, eso sí, muy crecido y desarrollado. De momento el smartphone sigue ocupando un gran protagonismo en nuestras vidas, pero ya se vislumbran las posibles novedades que las cambiarán en los próximos años: el “Internet de las cosas” permitirá que todos los dispositivos, desde los coches hasta los frigoríficos, sean realmente “inteligentes” e interactúen entre ellos, y también con nosotros. El dispositivo personal no se sabe si será algo mucho más pequeño que pueda conectarse a cualquier pantalla, o proyectar imágenes en el aire, con las cuales podremos interactuar con ayuda de nuestras manos, nuestros ojos, nuestra voz, o todo ello. O un simple chip que llevemos ya incorporado a nuestro cuerpo. Lo que sea, ojalá que podamos verlo y sea positivo, o al menos sepamos superar sus riesgos y amenazas, porque por muy fácil que sea el uso de una tecnología, lo difícil es saber utilizarla con responsabilidad.   

(Fuente de la imagen: http://computerhoy.com/noticias/moviles/hoy-cumplen-10-anos-del-lanzamiento-del-primer-iphone-apple-56692)