martes, 24 de septiembre de 2013

La RAE


La RAE

            Se cumplen en estas fechas trescientos años de la fundación de la Real Academia de la Lengua. A mi juicio, es este uno de los felices aniversarios en cuyo comentario me perece la pena detenerse. Como es sabido, las reales academias nacen imbuidas del espíritu ilustrado con la finalidad de fomentar el estudio, conocimiento y difusión de diversos aspectos culturales, y en el caso de la RAE, su finalidad venía reflejada en ese lema según el que “limpia, fija y da esplendor” al idioma castellano. Aunque es obvio que en tres siglos la institución ha podido pasar por mejores y peores épocas, creo que si se intenta hacer un análisis global, este ha de ser altamente positivo. Se puede decir que sin su labor (realizada en los últimos tiempos en plena coordinación con las academias correspondientes en otros países hispanohablantes) es seguro que hoy nuestro idioma gozaría de menos unidad y coherencia, y quien lo habla o escribe tendría mucha menor seguridad. Globalmente, la RAE ha sabido llevar a buen puerto una labor delicadísima, ya que tiene que alcanzar un punto de equilibrio razonable y a veces muy complejo entre su esencial misión de establecer la norma que debe regir la forma de hablar y de escribir el castellano, y recoger los cambios que en el idioma se van produciendo y consolidando como consecuencia de su uso mayoritario (que eventualmente puede ir en contra de esa norma pautada por la propia Academia…). Y aunque a veces sus criterios son ignorados, ya sea por desconocimiento o de forma intencionada, por quienes hablan o escriben en el idioma de Cervantes (incluso, aunque resulte increíble, en ocasiones quienes tienen que hacer las normas jurídicas no siguen determinadas pautas de la Academia), en general creo que sus criterios son respetados, y desde luego gozan del mayor prestigio.



            Hoy, la RAE ha sabido adaptarse a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, y afrontar la evolución de nuestro idioma. Los instrumentos que ofrece son numerosos y altamente rigurosos, desde el Diccionario de la Lengua al Panhispánico de dudas (ambos pueden consultarse gratuitamente en línea), pasando por la Ortografía o la Gramática. Además, su servicio telemático de consultas funciona muy bien, aunque a en alguna ocasión la respuesta a la cuestión haya sido un poco inquietante (ejemplo: pregunté si era preceptivo omitir el acento en los pronombres demostrativos y en “solo” según preceptúa la nueva Ortografía y me dijeron más o menos que esa norma… no está teniendo mucho éxito; y yo digo, ¿entonces que hay que hacer?). Hacia el futuro, no son pocos los retos que plantea la segunda lengua más hablada del mundo como lengua materna, aunque como idioma de comunicación estemos aún a años luz del inglés: la propia expansión y variedad de nuestro idioma, la invasión –no siempre justificada- de anglicismos, la búsqueda de una mayor implantación en internet y un mayor uso técnico y comercial de nuestro idioma… Pero es seguro que con instituciones como la RAE, hacer frente a esas situaciones resultará algo menos difícil.


miércoles, 18 de septiembre de 2013

García de Enterría


García de Enterría

         Se nos acaba de ir quien ha sido uno de los mejores juristas españoles: el  cántabro Eduardo García de Enterría. En Derecho Administrativo, lo ha sido todo en las últimas décadas: la gran mayoría de los administrativistas actuales se inscriben en su “escuela”, y su vasta producción académica abarca los más variados aspectos de esta disciplina (incluyendo un manual que cualquier jurista conoce, escrito junto al profesor Tomás Ramón Fernández), aunque probablemente el “hilo conductor” o fundamento último de su obra esté en las consecuencias del Estado de Derecho y del principio de legalidad para la Administración. Pero la obra de Eduardo García de Enterría trasciende claramente el ámbito jurídico-administrativo, constituyendo una referencia insoslayable también en el Derecho Constitucional. Como ha dicho recientemente el propio Tomás Ramón Fernández, aunque García de Enterría no redactase ninguno de los artículos de nuestra Constitución, muchos de ellos son tributarios de las ideas y doctrinas que él propugnó. Desde esta perspectiva, contribuyó decisivamente a que toda una generación de juristas entendiéramos las consecuencias profundas del valor normativo de la Constitución. Es conocido el muy interesante debate doctrinal que mantuvo al respecto con Pablo Lucas Verdú: al artículo de este autor titulado “El Derecho Constitucional como Derecho Administrativo” contestó Enterría con otro cuyo significativo título decía “El Derecho Constitucional como Derecho”. En todo caso, su mejor referencia para explicar el significado jurídico de la Constitución y de la Justicia Constitucional (y al tiempo para “traer” a España la doctrina y jurisprudencia norteamericana, entonces casi desconocida) sigue siendo el excelente libro “La Constitución como norma y el Tribunal Constitucional”. Por lo demás, hay que destacar su muy merecida condición de Académico de la Lengua, orgullo para todos los juristas.

            Tuve la oportunidad de estudiar Derecho Administrativo con el magnífico manual de García de Enterría y Tomás Ramón Fernández, y aunque estas cosas no siempre se valoran en toda su dimensión cuando uno es estudiante, años después sigo recurriendo al mismo (obviamente, en ediciones más actualizadas que he ido adquiriendo) para aproximarme al análisis de muchos asuntos jurídicos. Por lo demás, considero el libro antes mencionado sobre la Constitución como norma como uno de los que más me han ayudado a aprender Derecho Constitucional y más han contribuido a mi “afición-pasión” por este sector de la Ciencia Jurídica. Luego conocí al maestro en un curso en Santander. He leído muchos otros libros suyos, sin olvidar algunos ajenos al ámbito jurídico, como puede ser un precioso libro sobre la Liébana, esa comarca de la que él procedía y que a mí me encanta. Siempre que puedo voy a Potes, ese hermoso lugar en el que el insigne jurista será enterrado.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Orgullosos de Madrid

Orgullosos de Madrid

            No soy madrileño, pero creo que nuestra capital es una gran ciudad que, junto a  los problemas y defectos que se quieran señalar, tiene grandes valores y atractivos. Y estoy convencido de que la ciudad estaba (y está) perfectamente preparada para organizar unos juegos olímpicos, y de que la candidatura que presentaba era sólida y podría haber resultado elegida. Obviamente, eso significa que quienes han representado dicha candidatura no han logrado convencer a los miembros del COI, cuyas motivaciones a la hora de votar pueden obedecer a las más variadas y caprichosas circunstancias. Pero más allá de eso, de poco se puede acusar a los representantes de la candidatura de Madrid 2020, quienes han hecho su trabajo correctamente. Habrá que pensar despacio si merece la pena que la capital de España vuelva a optar a la organización de unos juegos olímpicos, y tomar las decisiones que procedan.



            Pero parece que en ocasiones los españoles tendemos a la exageración, tanto en los elogios como en las críticas. Quizás, si con esta misma presentación Madrid hubiera resultado elegida, hoy estaríamos diciendo que todo fue perfecto. Pero como no se logró el objetivo, todo son críticas, que curiosamente se centran no en los años de trabajo, preparación y presentación de la candidatura, sino fundamentalmente en la exposición del último día en Buenos Aires (que se produjo cuando probablemente ya estaba todo decidido). Se destaca así la poca capacidad de convicción sobre el despegue económico de España, la supuesta falta de contundencia en la respuesta a las preguntas sobre el dopaje, y, sobre todo, el peculiar inglés de la alcaldesa de Madrid. Algún medio ha venido a decir que solo el Príncipe de Asturias estuvo a un excelente nivel, mientras que “los políticos” estuvieron mediocres. Aunque estoy totalmente de acuerdo con la primera parte de esa afirmación, la segunda me parece una generalización y simplificación totalmente injusta. El sentido del humor es una excelente cualidad española, y puede que el acento inglés de Ana Botella no sea muy ortodoxo y permita más de una broma, pero al menos se atrevió, y me gustaría saber cuántos de los que critican lo hablan mejor. Aunque no es ese el tema, somos muchos los españoles que tenemos que mejorar nuestra pronunciación. Sin ir más lejos, el nombre de nuestra capital es impronunciable para la mayoría. Los más escrupulosos dicen “Madridde”, pero quizá la mayoría pronuncia “Madriz”, sin que falten muchos que dicen “Madrí”, y otros, “Madrit”. Casi nadie es capaz de decir perfectamente “Madrid”, pero somos muchos los que estamos orgullosos de nuestra capital y del esfuerzo olímpico que la misma ha venido haciendo, y que en algún momento tendrá sin duda su recompensa.     

jueves, 5 de septiembre de 2013

Música de mi vida: Miguel Ríos


Música de mi vida: Miguel Ríos

 

         Si el tocadiscos fue un objeto de veneración en mi casa familiar, qué decir de lo que sucedió años después cuando entró en el hogar el primer radiocasete. Era relativamente grande, gris y, como todos los casetes, permitía avanzar rápidamente las canciones, rebobinar, pausar y, desde luego, grabar. Así que pude ir empezando mi colección de cintas, primero muy exigua, con los años algo más extensa. Aun conservo -junto a los pocos discos de vinilo que fueron propiamente míos- aquellas cintas de casete, y repasando encuentro una buena muestra de lo que escuchaba en los años 80 y tal vez primeros 90: aparte de los grupos mencionados en otros “miraderos”, por ejemplo, Bruce Springsteen, Phil Collins, algo de Beatles, O.M.D., Elton John, Mike Oldfield, Bob Marley, The Housemartins, Madonna, Mecano, Víctor Manuel, Sabina, Juan Luis Guerra… Pero recuerdo perfectamente que mi primera cinta, y sin duda la más escuchada, era el “Rock & Ríos”, aquel excelente doble disco en directo de Miguel Ríos.

 

            No recuerdo cómo lo compré (probablemente sería con el dinero de algún regalo de cumpleaños, pues los presupuestos eran siempre bastante escasos en la adolescencia), pero durante algún tiempo fueron mis dos únicas cintas, y las escuché una y mil veces. Además aquel concierto era en esa época muy reproducido en la radio, en discotecas, en aquellas fiestas memorables que los de COU organizaban en el polideportivo del colegio… Me aprendí de memoria todas las letras, y aún hoy las recuerdo perfectamente (y de vez en cuando vuelvo a escucharlo, ahora en versión digital). Desde el archiconocido “Bienvenidos”, hasta el “Blues del autobús”, “Santa Lucía”, “Reina de la noche”, “Los viejos rockeros nunca mueren”, “Al Andalus” o, por supuesto, el gran éxito de aquella versión del “Himno a la alegría”, u otras versiones de canciones que popularizó Miguel Ríos en aquel concierto, como “Mueve tus caderas”, “Maneras de vivir” o “Mis amigos dónde estarán”. Lo mejor es que me sabía perfectamente hasta las palabras y gritos del rockero granadino, a las que contestaba el público enfervorizado (y, por supuesto, todos los aficionados a este disco): “eeeeeeh, aaaah” “eh, eh, eh”, “ ship ship ship”, o incluso las frases como “qué pasa, qué pasa, no me digáis que os he cogido en bragas”, dicho sea con disculpas y en transcripción literal... Luego compré otros discos de Miguel Ríos (me gustó bastante “El rock de una noche de verano”), e incluso le escuché en directo en un buen concierto en la Plaza de Toros de Toledo en las fiestas de no recuerdo qué año, pero el Rock & Ríos sigue siendo mi concierto favorito.

Música de mi vida: los primeros discos


Música de mi vida: los primeros discos

 

            Cuando yo era niño (pienso que esto debía ser más o menos cuando se aprobó  nuestra Constitución, que yo tampoco he votado, o incluso antes), en casa de mis padres había un tocadiscos. Creo que era de mi hermano mayor, pero pronto se convirtió en una especie de objeto de veneración para todos. Yo, que siendo el quinto de seis hermanos no tenía entonces mucha capacidad de mandar o decidir (luego tampoco es que esa capacidad se haya incrementado demasiado, pero esa es otra cuestión), me limitaba a escuchar lo que se ponía. Por lo demás, las opciones no eran muchas, pues aparte de un disco de Antoñita Moreno que a nadie le gustaba realmente pero allí estaba, yo lo único que recuerdo son dos discos: uno de Nat King Cole, y otro, el doble elepé en directo de Paco Ibáñez en el Olympia de París. Como puede suponer el lector, escuché ambos infinitas veces, y ambos me marcaron de algún modo. Debió ser por esta época, o incluso algo después, cuando fundé junto a mi hermano menor el Grupo “Jaén”, en el que cantábamos básicamente música marista, aunque también incorporamos algunas canciones de José Luis Perales (“Navidad es Navidad” era una de la que “bordábamos”, sobre todo en el emotivo momento de la voz en off con fondo de música: “y extasiada ante el Cristo que nace, una madre reza por el hijo, que lejos de su casa sentirá tristeza…”).  Ese grupo llegó a grabar alguna cinta, que fue por un tiempo número 1 en nuestra vivienda, mientras Jaén llegó a ser el más famoso y escuchado de la escalera.

 


            Volviendo a “Nat King Cole en español” y Paco Ibáñez (¡buena mezcla!), gracias al primero aprendí esas canciones melódicas que pasan de generación en generación, esas hermosas baladas que luego escuché a tantos otros grupos. Me encantaban todas: “Piel canela”, “Aquellos ojos verdes”, “Quizás”, “Cachito”, “Capullito de alhelí”, y pienso que en mi actual gusto por muchas canciones románticas  (prometo o amenazo con dedicar al tema otro “Miradero”), tiene mucho que ver aquel disco en el que Nat King Cole cantaba con esa voz tan suave.  En cuanto a Paco Ibáñez, baste decir que con aquel disco -que como más tarde entendí fue símbolo de un estilo y de toda una época- aprendí poesía, y quizá también de ahí me vino esa afición por memorizar poemas (todavía a día de hoy algunos días compito con mi mujer para ver quién se sabe más). Junto a Paco Ibáñez canté a Góngora, Quevedo, el Arcipreste de Hita, Jorge Manrique, Antonio Machado, Rafael Alberti, Blas de Otero,  José Agustín Goytisolo, Luis Cernuda, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, entre tantos otros. Jamás olvidaré esos poemas, y jamás olvidaré tampoco aquel disco memorable.