jueves, 28 de julio de 2022

Despiértenme las aves

 

Despiértenme las aves

 


         Nunca he sido muy dado al corporativismo, y por otro lado, siendo realista, es evidente que en mi profesión, como en todas, hay de todo: gente más trabajadora, y otra más dada a implicarse lo justito, o a buscar e intensificar los momentos de holganza. Pero puedo decir muy claramente que la media general está muy alejada de cierta idea relativamente extendida de que los profesores tenemos unas larguísimas y tranquilas vacaciones, que coincidirían con las de los alumnos. No es solo que exámenes, tefegés, tefeemes, tesis y demás, prolongan la actividad de la mayoría. Es también que, más allá de la actividad docente, suele existir una actividad investigadora y de trasferencia, más o menos extensa, que a más de uno nos ha tenido no pocos veranos enfrascados, sin vacaciones o con estas mucho más abreviadas de lo que cabría esperar:  la propia tesis, las mil y una acreditaciones, los concursos para el acceso a las más variadas categorías de la carrera universitaria, alguna conferencia que aceptamos en un momento de debilidad, aquel trabajo para la obra colectiva que hay que entregar y ya no puede esperar más, o la corrección de pruebas para que el libro salga a tiempo, entretienen de forma más o menos intensa, según los casos, nuestro período estival. Así que noches de canícula y mosquitos alrededor del flexo no son infrecuentes, y a veces se obstinan en cerrar el paso a las de relajación, paseo o fiesta.




            Dicho lo anterior… si al menos el ritmo de la docencia y de las mil y una gestiones burocráticas baja realmente, cabe aspirar a la ansiada tranquilidad. Y aunque no creo que lleguemos al nirvana, sí al menos se puede confiar en disfrutar de una vida algo más retirada, menos preocupada por las cosas cotidianas, en la que todo se relativice. Y mientras paseo cerca del mar o por el monte, escuchando gaviotas, chovas, colirrojos o jilgueros, pueden resonar también en mi cabeza (ya saben mis lectores la utilidad que le doy a haber aprendido poesías de memoria) aquellos versos de Fray Luis: “Despiértenme las aves,/ con su cantar sabroso no aprendido/ no los cuidados graves/ de que es siempre seguido/ el que al ajeno arbitrio está atenido”. Y es entonces cuando se comprende perfectamente que la verdadera felicidad no depende del reconocimiento de los demás, sino que nace como consecuencia de haber logrado experimentar la satisfacción de la paz interna, como se apunta en la misma Oda: “¿Qué presta a mi contento/ si soy del vano dedo señalado/ si, en busca deste viento/ ando desalentado/ con ansias vivas, con mortal cuidado?” Tranquilas vacaciones a quienes las inician en estas fechas.





(Fuente de las imágenes: https://www.biografiasyvidas.com/biografia/l/leon_fray_luis.htm y archivo propio)

jueves, 21 de julio de 2022

Ciudades de España: Santander

Ciudades de España: Santander




            No sé si hay ránquines de elegancia en las ciudades españolas, pero si existen, no dudo de que Santander ha de estar en la parte alta de cualquiera de ellos. Junto a su hermosa bahía, el mar, el clima, las edificaciones… todo contribuye a esa característica. Y creo que desde luego las personas, tanto sus habitantes como la mayoría de sus visitantes, contribuyen a realzar esta cualidad. A pesar de ser una ciudad costera con fabulosas playas, en Santander no se pasea de cualquier modo. En el Paseo de Pereda nadie camina hecho un pingo (lo que no quiere decir que haya que arreglarse como para ir a la ópera, aunque algunas… casi lo parece). E incluso en la misma orilla de las playas del Sardinero, algunos locales tradicionalmente prohibían la entrada en traje de baño. Los ejemplos serían innumerables. Los jardines de Piquío son una deliciosa coquetería junto al mar, la península de la Magdalena, con su palacio sede de los cursos de verano de la UIMP, es una pequeña joya que deleita los sentidos; la limpieza suele ser una de las características de esta ciudad, y los mismos escaparates de las tiendas son inequívocas muestras de estilo.


           


  A pesar de que ahora en los veranos la ciudad tiende a saturarse con los visitantes, la verdad es que conserva cierto aire tranquilo. En los años 20 del siglo XX compartió con San Sebastián el liderazgo del glamur de aquellos “baños de ola”, aunque la nobleza bien se cuidaba de usar las sombrillas para que la piel no se oscureciera. Hoy, afortunadamente, las vacaciones en la playa resultan mucho más accesibles, a pesar de las dificultades de la coyuntura económica… pero Santander conserva no poco de ese aire tranquilo y de ese estilo singular. Ciudad ideal para el baño, para el paseo tranquilo, pero también para el disfrute cultural y, ¡cómo no! parte de este es la gastronomía: excelentes pescados que pueden degustarse de mil formas variadas y dan lugar a guisos como el famoso sorropotún; carnes de primera calidad, y extraordinarios cocidos (el montañés, el lebaniego entre otros) hacen de Cantabria una de las sublimaciones del panorama gastronómico español. En cuanto a la cultura, aunque el famoso incendio de 1942 destruyó arte importante de la ciudad, todavía se conservan monumentos de interés, destacando su catedral; y hay que añadir, además, los edificios más modernos que albergan eventos culturales de importancia, como el Auditorium o, más recientemente, el interesante Centro Botín, cuya arquitectura -como ahora se suele decir- “dialoga” con la bahía.  En fin, para el paseo hay mil opciones agradables, pero me atrevo a recomendar, para los más valientes, la preciosa senda costera que, partiendo del Faro de Cabo Mayor, recorre unos 30 kilómetros hasta llegar a Boo de Piélagos. Una ciudad única. 

  

jueves, 14 de julio de 2022

Inteligencia artificial y función judicial

 Inteligencia artificial y función judicial



 

            En los últimos tiempos se viene abriendo camino la idea de que, entre tantas otras funciones, los mecanismos de inteligencia artificial estarían pronto habilitados para sustituir a los jueces humanos, ofreciendo a los conflictos jurídicos una respuesta siempre objetiva y automática. Como mínimo, estos mecanismos simplificarían la labor del juez ofreciendo parámetros tendentes a garantizar la corrección de sus decisiones. Por supuesto, una primera impresión podría llevarnos a pensar que esta opción tendría enormes ventajas. Si pudiéramos asegurar que una máquina puede ofrecer la solución correcta, estaríamos de momento conjurando los perniciosos efectos de los siempre indeseables (y a veces demasiado frecuentes) errores humanos. Eso sin contar con la gran ventaja que supone la eliminación de sesgos subjetivos, marcados por las preferencias del juez, o por sus peculiares convicciones ideológicas, políticas, morales o religiosas, que no tienen que imponerse nunca a la aplicación estricta del derecho. Estos sesgos pueden ser inconscientes, pero tampoco cabe descartar que en algún caso se utilicen de manera intencionada o perversa orientando la decisión judicial a fines políticos o de otro tipo, por encima de la aplicación del derecho. Por lo demás, el ejercicio de la función jurisdiccional se agilizaría enormemente, resultando innecesario el sistema de recursos, que tiene como presupuesto la posibilidad de que se adopten soluciones erróneas. Se alcanzaría así la posibilidad de hacer real ese viejo aforismo de “da mihi factum, dabo tibi ius”, pero de una manera automática y además totalmente segura. 

 

            Sin embargo… no creo que mejorásemos en nada. Aun admitiendo que cada vez es más difícil identificar el elemento inequívocamente humano que nos distingue de las máquinas dotadas de inteligencia artificial -o de otros seres autónomos-… creo que ese elemento específicamente humano existe y nunca debe desaparecer. Desde el punto de vista de los fundamentos, ese elemento está en la dignidad, valor sin duda ambiguo y de difusas fronteras, pero esencial. Y desde la perspectiva de la adopción de la “decisión correcta”, más allá de señalar que es este un concepto cuestionable cuya propia definición será habitualmente una labor humana, creo que hay dos factores que impiden esa sustitución del ser humano por la máquina. Uno es un elemento moral, consustancial de algún modo al derecho. Otro, esa capacidad humana para distinguir las circunstancias de cada caso más allá de factores reglados, aunque sí mediante factores susceptibles de motivación. Podemos hablar de equidad o, en términos más amplios, de empatía, pero -sin negar sus riesgos- es una cualidad específicamente humana. 

 

 

(Fuente de la imagen: https://iat.es/tecnologias/inteligencia-artificial/derecho/ )

miércoles, 6 de julio de 2022

La memoria

 

La memoria

 


            La memoria es una de las más importantes facultades humanas. Y eso suele apreciarse, de forma tan clara como lamentable, cuando se empieza a perder. Las personas que, por edad o enfermedad, empiezan a perder la memoria, de algún modo empiezan a dejar de ser ellas mismas, y solo en la medida en que logran preservar los recuerdos más permanentes y más firmemente grabados, que son los de la juventud y la infancia, se mantiene de forma visible la identidad. De algún modo somos, primero de todo, lo que somos capaces de recordar. Por lo demás, mi madre siempre me repetía aquello de “lo que bien se aprende, tarde se olvida”, y afortunadamente eso se cumple, así que hoy es un placer aprender o repasar letras de canciones o poemas con ella.  En cambio, no puedo ver con buenos ojos esas tendencias, cada vez más acentuadas, a minusvalorar o directamente abandonar el aprendizaje memorístico en la escuela.

            Ninguno de los argumentos que suelen utilizarse para justificar este abandono del aprendizaje memorístico resulta convincente. En primer lugar, ya desde hace mucho tiempo se viene destacando que es mucho más adecuado aprender los contenidos razonando y entendiendo, que memorizando. Pero esto, que sin duda puede ser cierto en algunos casos, deja de serlo en muchos otros. Está bien que los alumnos sepan que la multiplicación es una suma de sumandos iguales, pero ello no justificaría que no memoricen las tablas de multiplicar. En un chiste alguien decía que se había aprendido la guía de teléfonos de Madrid, y cuando le preguntaban: “¿de memoria?” respondía: “no hombre, razonando”. Buscando ejemplos más creíbles y prácticos, no tiene ningún sentido intentar aprender un poema o una oración sin utilizar la memoria (otra cosa es, obviamente, la necesidad de entender lo que se memoriza); porque este tipo de textos necesita un aprendizaje literal. En segundo lugar, el otro gran argumento que se utiliza contra la memoria es la accesibilidad inmediata de casi cualquier contenido que se quiera aprender, gracias a internet y a las tecnologías. Ya cuando empezaron a popularizarse las primeras calculadoras algunos apuntaban que dejaba de tener sentido aprender ciertas operaciones. Pero solo desde una consideración errónea de lo que es “útil” alguien podría defender que no tiene sentido hoy aprender aquello que podemos localizar a golpe de clic desde nuestro móvil o un ordenador. Gracias a que memoricé aquellas poesías, aquellas canciones, aquellas oraciones, y a que intento seguir aprendiendo algunas nuevas (aunque compruebo que la edad cada vez hace más difícil ese aprendizaje, tan cómodo y sencillo en la infancia), hoy puedo disfrutar de recordarlas en la calma de un paseo por el campo, mientras hago ejercicio, o me pueden ayudar en una noche de insomnio…   

(Fuente de la imagen: https://elpais.com/ciencia/el-hacha-de-piedra/2021-10-24/la-memoria-el-olvido-y-la-pildora-de-agua.html )