El camino
En los últimos días he tenido la
ocasión de recorrer diversos caminos, y también me he cruzado con cientos de
peregrinos. Caminar es bueno por muchas razones, y no tengo duda de que ayuda a
la salud física y a la psicológica, facilita la tranquilidad de espíritu y la
introspección. Pero creo que además contribuye a mejorar la empatía con otras
personas, y especialmente con otros caminantes. Quienes se dedican al
montañismo extremo han descrito numerosas situaciones en las que las personas
dan lo mejor de sí para ayudar a cualquier otro, incluso para salvar su vida.
Aunque también pueden verse ejemplos de lo peor, y sobre todo, todos los que
realizan esas actividades saben que, en los casos extremos, el estado de
necesidad justifica incluso el que cada uno se preocupe de salvarse a sí mismo
y abandone a los demás. Sin llegar en absoluto a esas situaciones límite, hay
una cierta solidaridad y una cierta empatía entre los caminantes de todo tipo. El
camino es muchas veces más importante que la propia meta a la que se intenta
llegar, y aunque cada uno tenga sus motivos u objetivos, precisamente
compartimos ese camino.
Es costumbre muy usual que los
caminantes se saluden cuando se cruzan, aunque no se conozcan de nada. Puede
ser un simple “hola”, un saludo breve, tal vez un simple gesto con la mano,
pero también puede ser un comentario sobre el tiempo u otras circunstancias del
camino. En las calles de nuestras ciudades eso no se ve nunca, y aunque es
verdad que la cantidad de personas con las que nos cruzamos en la ciudad
explica que el saludo continuo pueda resultar hasta molesto, creo que hay algo
más en ese saludo espontáneo. Es, en realidad, el reflejo de un sentimiento de
respeto e identificación con el semejante, tal vez una manera de expresar
disponibilidad para el apoyo. De hecho, es también usual, sobre todo en las
subidas o en los itinerarios de ida y vuelta,
el que los caminantes que se cruzan pregunten al que vuelve cuánto
queda, o por dónde sigue el camino. Y siempre cabe esperar una respuesta amable
y completa, aunque a veces esa respuesta pueda reducir las dificultades del
tramo que queda, bien para dar ánimo, bien porque el que vuelve quiere presumir
de haber avanzado mucho en poco tiempo… Claro que en los caminos (empezando por
los muchos caminos de Santiago, que en nuestro país son por tantos motivos
emblemáticos) también encontramos detalles y actitudes mucho menos
reconfortantes con la condición humana, pero en general creo que la amabilidad
y la cercanía, y la disponibilidad a ayudar, son la regla. Lo que me pregunto
es por qué no trasladamos ese espíritu al más importante camino, que es el
camino de nuestras vidas. Las mismas personas que muestran su lado más amable
cuando se cruzan en un camino, no dudan en increparse y gritarse si cuando se
cruzan tienen en sus manos el volante de su coche y se ocasiona la menor
incidencia de la que creen (casi por definición) responsable al otro. Lo mismo
podríamos decir del trabajo, o de la vida cotidiana en la ciudad. De la
política, ni hablo. Algunos han reprochado a algunos de nuestros representantes
el que se hayan tomado unos días de vacaciones. A mí, la verdad, eso me parece
normal. Lo que no entiendo es que, lejos de volver más descansados y con un
espíritu más amable y constructivo, algunos sigan instalados en la beligerancia
verbal y la más absoluta negatividad. En fin, creo que nunca deberíamos olvidar
que todos somos compañeros en el camino de la vida, compartimos sentimientos,
propósitos y dificultades.