El desayuno
“Sé
que la familia es lo primero, pero ¿no debería ir después del desayuno?”. Esta
cita de Jeff Lindsay pone de relieve la importancia de la primera comida del
día. Por eso el desayuno debe seguir su propio rito y hacerse a conciencia. Es
buen momento para pensar y adaptarse lentamente al día que comienza, por eso
alguien dijo algo así como que hay que desconfiar de la gente muy locuaz en el
desayuno. Está bien intentar empezar el día con buena actitud y hasta con
cierto humor, lo que resulta grosero es exhibirlo. Dicen que hay que desayunar
de modo más fuerte y cenar más ligeramente. Puede ser, pero mi cuerpo no es
capaz de ingerir en ese momento del día mucho más allá de lo que eso que
solemos llamar “desayuno continental”: fruta, una tostada de pan con
mantequilla y mermelada, y desde luego, un café bien cargado con un poco de
leche. Y por este orden. Antes de eso, el mundo no existe. Después de eso, ya
soy persona. Por eso, cuando en un hotel tengo incluido el desayuno bufet, y
veo esos embutidos, tal vez incluso jamón ibérico, quesos o carnes, tengo esa
extraña sensación de pensar “¡qué bueno tendría que estar esto a su hora!”. Los
ingleses, desde el otro lado del Canal de La Mancha, presumen de desayunar
bien, con los huevos fritos, pasados por agua, o de cualquier modo, y el
beicon. Se ve que hay gente para todo. Aunque mi mayor asombro se ha producido
en nuestro país hermano, lindo y querido, de México, donde he comprobado
reiteradamente, y sin ningún género de dudas, que algunas personas son capaces
de desayunar no solo frijoles refritos, sino incluso enchiladas, entre otras
delicatessen, sin duda excelentes, pero a mi juicio más adecuadas para otro
momento de la jornada.
Con
todo, creo que en el desayuno, tanto o más importante que el qué, es el cómo.
Ya he destacado la importancia del silencio. Por supuesto, si hay más personas,
se recomienda dar los buenos días, e incluso se permite, en un alarde de
cortesía, preguntar si han descansado bien. Pero no hay necesidad de pasar de
ahí. Uno puede haberse ido de juerga la noche anterior con los amigos o
familiares, haber dicho (o hecho) todo tipo de tonterías hasta las tantas, pero
la mañana siguiente, si se desayuna con ellos, no hay necesidad de repasarlo.
Día nuevo, contador a cero. Y ya. Por la noche muchos creen ser muy jóvenes,
pero eso no tiene mérito. Lo que tiene valor es madrugar como un joven y
comenzar el día como tal. Después del café, todo es posible. Muchos se creen
muy jóvenes por la noche, pero parecen viejos a la mañana siguiente. Dicho
esto, un buen desayuno, además del silencio, puede venir acompañado por un
periódico. Es quizá el único momento del día en el que las noticias pueden
recibirse con cierta flema y distancia. Además, hay que relativizar. Alguien
dijo que la única verdad que contienen los periódicos es la fecha… y pronto
pasa a ser falsa. Hoy, en la Galaxia Internet, ningún periódico compite con la
inmediatez de la Red, ya que en realidad nos ofrecen las noticias… de ayer,
pero con fecha de hoy. Pero acaso encontremos alguna opinión sensata y
sosegada. El periódico merece una oportunidad en el desayuno. Y en fin, el
último elemento del desayuno ideal, es el que más suele faltar: tiempo.
Desayunar con calma es el mayor lujo. Pero hoy eso es demasiado difícil, lo que
obliga casi siempre a alterar el rito, comprimir el proceso, estropearlo un
poco todo. Pero a esa situación escapan los fines de semana… y las vacaciones. En
este mes de agosto, pocos placeres hay comparables al de levantarse más tarde y
desayunar tranquilo. Al aire libre. Y en silencio. Incluso sin periódico,
escuchando solo a los pajaritos. Salud.
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