miércoles, 23 de septiembre de 2015

Everest

Everest


        
    Algunos opinamos que, con frecuencia, cuando una película se basa en un libro, o narra los mismos hechos que un libro, suele resultar preferible la lectura que la visión del largometraje, y si esa lectura se ha hecho con antelación, la película tiende a decepcionar, porque es difícil que compita con el libro en profundidad. Pero esa idea es una mera tendencia que no siempre se cumple.  La recién estrenada “Everest”, más que basarse en un libro, describe unos acontecimientos reales sobre los cuales se han publicado al menos dos monografías escritas por supervivientes. Se trata de la gran tragedia del año 1996 en la montaña más alta del mundo, provocada por la coincidencia de varias expediciones en un mismo día en cuya tarde, para colmo, un gran temporal se precipitó sobre la montaña. Y los dos libros, que yo leí hace tiempo, son “Mal de altura”, de Jon Krakauer, periodista estadounidense que participó en una de las expediciones, y “Everest 1996”, escrita por el gran alpinista ruso Anatoli Bukreev (en colaboración con Weston DeWalt). Ambos están publicados en España por la editorial Desnivel, y en este último, Brukreev, que fallecería un año después en el Annapurna, replica algunas de las afirmaciones de Krakauer, aunque yo más bien diría que el debate se centra en las causas y motivos que podrían justificar ciertas actuaciones.


            Con el precedente de estas lecturas, y de las críticas no demasiado positivas que había podido leer sobre el largometraje que ahora se estrena, acudí a verlo sin grandes aspiraciones. Elegí ver la película en 3D, y sinceramente, creo que ha merecido la pena. Puede que, como señalan algunos comentaristas, sea una película que carece de una clara perspectiva o finalidad, al no profundizar demasiado en ninguna de las posibles dimensiones: ni en la denuncia de la sobreexplotación del Everest, ni en los motivos que llevan a aficionados no profesionales a pagar elevadísimas cifras por alcanzar la cima, ni en la psicología de los personajes, o en la valoración moral de sus actos. Pero todo eso (que de todos modos está presente en cierta medida) ya centró los minuciosos debates de los libros antes mencionados. La película  de Baltasar Kormákur, acaso consciente de que en esos terrenos no puede competir con la profundidad de un análisis escrito, se centra en la simple descripción de unos hechos reales. Para algunos puede resultar un poco “fría” o plana, pero yo creo que es un mérito el eludir recrearse en la sensiblería o el dramatismo, y limitarse a describir una historia que, en sí misma, es suficientemente potente como para no dejar indiferente al espectador, hacerle emocionarse en alguno de los momentos, y que él mismo se plantee la cuestión de cómo nuestras reglas morales habituales pueden cambiar en estas situaciones extremas. Y sobre todo en 3D, “Everest” tiene la grandísima virtud de trasladar al espectador al impresionante escenario de los acontecimientos que describe. Para esa inmensa mayoría que acaso jamás pisemos la cima ni las laderas del techo del mundo, ver esta película puede ser una experiencia que al menos nos aproxime visualmente a lo que allí puede contemplarse. Y no solo visualmente… yo en algún momento tuve incluso frío mientras “esperaba” al pie del escalón Hillary. 

(fuente de la imagen: http://www.filmaffinity.com/es/film514809.html )

jueves, 17 de septiembre de 2015

Un día perfecto

 Un día perfecto


            Cuando de una película se dice que es no fácil de clasificar en un género determinado, no siempre se trata de expresar una virtud o una cualidad positiva. A veces esa consideración pone de relieve una característica que la hace menos atractiva para los aficionados a determinados géneros, o simplemente le resta sustancia o la hace más confusa. Pero en otras ocasiones, esa circunstancia le puede dar un interés adicional, cuando el largometraje sabe reunir distintas facetas y combinarlas de una manera constructiva y positiva.  A mi juicio, este es el caso de “Un día perfecto”, la última cinta del director español Fernando León de Aranoa. No es una película bélica, aunque se desarrolla en un escenario y ambiente claramente bélico, como es el de la antigua Yugoslavia en los años 90 del pasado siglo. No es un drama, aunque refleja situaciones realmente dramáticas, como la que vive la población de esa zona en la que el odio, el enfrentamiento y el miedo han reinado durante demasiado tiempo; y también la de unos cooperantes que, con una inconcebible escasez de medios, han de afrontar el reto de sacar un cadáver de un pozo en 24 horas, ya que alguien lo arrojó en ese lugar como acto de sabotaje, para que se pudriera y dejase sin abastecimiento de agua a la zona. No es, desde luego, una comedia, pero el sentido del humor está tan presente que es difícil no reír en muchos de los pasajes de la película.

El caso es que con esta combinación un tanto extraña (y con riesgo de ser altamente explosiva, si se me permite aquí la metáfora) de elementos aparentemente contradictorios, como guerra, drama, relaciones humanas, humor…, se consigue en mi opinión un producto realmente original y atractivo. Quizá porque no hay exceso en ninguno de ellos: no se oculta la realidad, pero la película evita regodearse en las situaciones más crudas, desagradables o sangrientas. Hay –y esta es una de las principales virtudes- mucho humor, a veces sutil y a veces más explícito, pero siempre inteligente, nunca grosero, nunca negro (siendo como es obvio muy elevado el riesgo de haber caído en excesos de este tipo), y probablemente con un fin determinado, que es hacer más soportable la dura situación. Nunca se trivializa, pero tampoco se quiere extremar el dramatismo de la situación. Los personajes no son buenos o malos, ni mucho menos unidimensionales; son seres humanos, cada uno con sus objetivos, aspiraciones y situaciones vitales, que han ido a confluir en ese duro escenario y en esa difícil situación. Es, en fin, una visión de cómo es la vida misma en ese contexto extremo, acaso no meramente descriptiva, pero en la que el narrador no valora ni juzga excesivamente. Es un pedazo de una escena, que no tiene un principio ni un final nítido, porque ¿creen ustedes que hay un desenlace feliz o trágico, triste o satisfactorio? Naturalmente dejaré sin contestar esta pregunta… Pero no puedo terminar sin aludir al magnífico trabajo de los actores, como Benicio del Toro, Tim Robbins, Olga Kurylenko o Mèlanie Thierry, algunos estrellas consagradas y otros no tan conocidos, pero que conforman un equipo ideal para una obra realmente coral, con la que Fernando León supera a mi juicio el que hasta ahora había sido su mayor éxito, “Los lunes al sol”.  

(fuente de la imagen: http://www.filmaffinity.com/es/film577820.html )

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El poder de una imagen

El poder de una imagen



Dicen que una imagen vale más de mil palabras, pero parece increíble que después de miles de muertos, y centenares de miles de perseguidos y desplazados, haya sido la imagen del niño fallecido en una playa turca la que parece haber provocado más de un cambio de posicionamiento (al menos verbalmente) en gobiernos e instancias oficiales, y sobre todo una toma de conciencia colectiva en la opinión pública europea, sobre la magnitud y gravedad de la situación. Es, sin duda, una imagen triste y profundamente conmovedora, que a nadie con sentimientos puede dejar indiferente. Pero es solo un símbolo de una situación cuyas dimensiones cualitativas y cuantitativas son muy superiores. Es habitual entre los fotógrafos el debate sobre lo que se debe o no fotografiar o sobre en qué medida una foto es prioritaria y oportuna, y entre los periodistas, sobre cuándo debe publicarse. En este caso, y en mi modesta opinión, si la foto ha servido para remover conciencias, corazones y hasta entrañas sobre una grave situación que a todos nos atañe, bien publicada está. Porque seguramente para muchos, y no me refiero solo ni especialmente a los gobiernos, esta foto haya sido el detonante para que se pregunten qué se puede hacer para parar esto.


               Lo anterior no es obstáculo para que sean rechazables las reacciones demagógicas, tergiversadas o extremas que también pueden producirse aprovechando que la foto ha puesto los sentimientos de la mayoría a flor de piel. Es insensible e inhumano permanecer indiferentes o ajenos a esta realidad considerándola algo ajeno; es incluso cínico aprovechar esta circunstancia para afirmar que Europa es el paraíso deseado en materia de bienestar, y además jactarse de ello; pero también es demagógico y descabellado afirmar que Europa, o algunos de sus líderes políticos, hipócritas por naturaleza, son los responsables de esta situación, y por tanto los que han acabado con la vida del niño. Conviene tener corazón y cabeza, y que ambos vayan en la medida de lo posible de la mano. Así al natural sentimiento de compasión por los que sufren, se le puede unir el razonamiento según el cual todo ser humano tiene dignidad y merece un respeto a sus derechos en cualquier situación. Y además, el conocimiento de que el derecho aplicable en los países civilizados dispone que, en estos casos de persecución política, el acogimiento no es una alternativa, sino la única opción adecuada. Dicho esto, cuando hablamos de millones de personas, la razón impone que la necesaria urgencia en la actuación más inmediata que permita salvar las vidas y preservar la dignidad, venga acompañada del diseño de un proceso ordenado que permita responder adecuadamente a la situación, repartiendo de forma razonable los esfuerzos que ello supone. Y en fin, todo esto será un mero “parche” si no viene acompañado de las medidas necesarias para afrontar el origen del grave problema. Al igual que la emigración económica seguirá existiendo mientras haya pobreza y desigualdad, los perseguidos huirán mientras se sientan gravemente amenazados. Y en este caso la amenaza se hace llamar Estado Islámico, y todavía es muy poco lo que Occidente ha hecho al respecto.        

(Fuente de la imagen: http://www.hispantv.com/newsdetail/Sociedad/55473/turquia-nino-sirio-ahogado-crisis-inmigrantes-foto)

miércoles, 2 de septiembre de 2015

El árbol democrático

El árbol democrático


            Hace algún tiempo, en este mismo espacio, confesé con rubor disimulado (porque mis lectores no me ven) mi tradicional ignorancia en materia de árboles y plantas. Hago lo que puedo para que la misma vaya disminuyendo, y en algunos casos, el conocimiento de ciertas especies procede de circunstancias culturales que van mucho más allá de la botánica o la biología. Sin duda, uno de estos casos es el tejo, un árbol muy estrechamente unido a la cultura de algunos pueblos de España (sobre todo en el norte) y de otros países europeos. Ese factor cultural e histórico se relaciona en cierto modo con alguna de sus características físicas: es venenoso (aunque no su fruto), y puede tener propiedades alucinógenas; su madera es robusta, tiene una gran longevidad. Los cántabros, antes de caer en manos de los romanos, se envenenaban con una infusión de tejo. Luego, el tejo se ha vinculado a actos religiosos y civiles, y así algunos acompañan a iglesias, mientras a la sombra de otros se han tomado decisiones vecinales, a través del concejo abierto, o incluso judiciales.


            Afortunadamente, a pesar de no pocas amenazas, todavía pueden hoy contemplarse tejos con relativa facilidad, sobre todo en Asturias y Cantabria. Incitado por el gran interés de mi hijo en el tema, el pasado mes de agosto he estado en la Braña de los Tejos, acaso un lugar sagrado de los cántabros, y sin duda uno de los sitios con mayor concentración de ejemplares de tejo en España, al que se accede a través de un hermoso paseo desde Lebeña o desde San Pedro de Bedoya, en la Liébana. Ese mismo día, en la tarde, rendimos una nueva visita a la fabulosa iglesia mozárabe de Lebeña, donde pudimos escuchar de la guía que hace más de mil años, el conde de Lebeña decidió que, al lado de la iglesia que ordenó construir, hubiera un olivo (símbolo del sur, de donde era su esposa), y un tejo. El primero aún perdura, el segundo fue arrasado por un temporal en 2007, pero uno de sus esquejes espera para su reimplantación. Además nos expusieron la curiosa teoría de que la expresión “tirar los tejos” tenía que ver con la costumbre de algunos hombres de arrojar ramitas cerca de la mujer que les atraía, en las reuniones bajo el árbol (luego he comprobado que hay otras teorías al respecto). Pero lo que más me ha impulsado a escribir este artículo ha sido el comentario de mi hijo que, sabiendo que me atrae más el derecho político que la botánica, me destacó dos ejemplos de la vinculación del tejo con algunos momentos “estelares” de la historia de la democracia. Por un lado, no puede ser casualidad que el parlamentarismo viniera a nacer en el reino de León, en el cual estaba tan arraigada la costumbre de reunirse a adoptar decisiones comunes celebrando un concejo a la sombra del tejo. La tradición nos dice que lo acordado bajo el tejo “es sagrado”. Y por otro lado, el pie del tejo de Anker, a orillas del Támesis (que más tarde fue testigo de los amores entre Enrique VIII y Ana Bolena), firmó el rey Juan la Carta Magna. Argumentos más que suficientes para señalar la vinculación “democrática” del tejo. Y debo terminar con una recomendación bibliográfica: “La cultura del tejo”, de Ignacio Abella.