El
árbol democrático
Hace algún tiempo, en este mismo
espacio, confesé con rubor disimulado (porque mis lectores no me ven) mi
tradicional ignorancia en materia de árboles y plantas. Hago lo que puedo para
que la misma vaya disminuyendo, y en algunos casos, el conocimiento de ciertas especies
procede de circunstancias culturales que van mucho más allá de la botánica o la
biología. Sin duda, uno de estos casos es el tejo, un árbol muy estrechamente
unido a la cultura de algunos pueblos de España (sobre todo en el norte) y de
otros países europeos. Ese factor cultural e histórico se relaciona en cierto
modo con alguna de sus características físicas: es venenoso (aunque no su
fruto), y puede tener propiedades alucinógenas; su madera es robusta, tiene una
gran longevidad. Los cántabros, antes de caer en manos de los romanos, se
envenenaban con una infusión de tejo. Luego, el tejo se ha vinculado a actos
religiosos y civiles, y así algunos acompañan a iglesias, mientras a la sombra
de otros se han tomado decisiones vecinales, a través del concejo abierto, o
incluso judiciales.
Afortunadamente, a pesar de no pocas
amenazas, todavía pueden hoy contemplarse tejos con relativa facilidad, sobre
todo en Asturias y Cantabria. Incitado por el gran interés de mi hijo en el
tema, el pasado mes de agosto he estado en la Braña de los Tejos, acaso un
lugar sagrado de los cántabros, y sin duda uno de los sitios con mayor
concentración de ejemplares de tejo en España, al que se accede a través de un
hermoso paseo desde Lebeña o desde San Pedro de Bedoya, en la Liébana. Ese
mismo día, en la tarde, rendimos una nueva visita a la fabulosa iglesia
mozárabe de Lebeña, donde pudimos escuchar de la guía que hace más de mil años,
el conde de Lebeña decidió que, al lado de la iglesia que ordenó construir,
hubiera un olivo (símbolo del sur, de donde era su esposa), y un tejo. El
primero aún perdura, el segundo fue arrasado por un temporal en 2007, pero uno
de sus esquejes espera para su reimplantación. Además nos expusieron la curiosa
teoría de que la expresión “tirar los tejos” tenía que ver con la costumbre de
algunos hombres de arrojar ramitas cerca de la mujer que les atraía, en las
reuniones bajo el árbol (luego he comprobado que hay otras teorías al
respecto). Pero lo que más me ha impulsado a escribir este artículo ha sido el
comentario de mi hijo que, sabiendo que me atrae más el derecho político que la
botánica, me destacó dos ejemplos de la vinculación del tejo con algunos
momentos “estelares” de la historia de la democracia. Por un lado, no puede ser
casualidad que el parlamentarismo viniera a nacer en el reino de León, en el
cual estaba tan arraigada la costumbre de reunirse a adoptar decisiones comunes
celebrando un concejo a la sombra del tejo. La tradición nos dice que lo
acordado bajo el tejo “es sagrado”. Y por otro lado, el pie del tejo de Anker,
a orillas del Támesis (que más tarde fue testigo de los amores entre Enrique
VIII y Ana Bolena), firmó el rey Juan la Carta Magna. Argumentos más que
suficientes para señalar la vinculación “democrática” del tejo. Y debo terminar
con una recomendación bibliográfica: “La cultura del tejo”, de Ignacio
Abella.
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