Felipe VI, un rey moderno
Lo
he escrito muchas veces: yo soy monárquico… para España, porque creo que hoy la
monarquía solo tiene sentido en aquellos Estados que por razones históricas han
hecho de ella un símbolo o una seña de identidad, y siempre que el monarca se
limite pa ese papel simbólico, unido a la “auctoritas” que le pueden dar su
posición y su actuación, y la capacidad de influencia de quien puede “ser
consultado, animar y advertir”. Pero lo que yo crea no tiene ninguna
importancia, ya que si España es una monarquía parlamentaria es porque la
Constitución, obra del pueblo soberano actuando como poder constituyente, quiso
reconocer esa forma de la jefatura del Estado, como tributo a nuestra historia,
y atribuyó el monarca ese papel simbólico, representativo y moderador. Siendo
esto así, el rey se somete al pueblo soberano, que determina su posición, y que
en cualquier momento puede decidir la modificación de la jefatura del Estado,
mediante la reforma constitucional. Por lo demás, la separación del rey de la
toma de decisiones políticas, su neutralidad y papel simbólico, la
transparencia en todo lo que rodea a la Corona, y en definitiva lo que se ha
llamado “racionalización” de la monarquía, admiten diversos grados, y aun
dentro de lo que permite nuestra Constitución, pueden intensificarse mas o
menos en función de la regulación legal, de la práctica o de la propia
actuación del monarca.
En
este sentido, y ahora que se ha cumplido un año de la proclamación de Felipe
VI, creo que es justo destacar lo mucho que el nuevo monarca ha hecho para que
la monarquía sea más transparente, menos privilegiada, mas austera y más acorde
con las exigencias de nuestra sociedad. Ya en su mensaje de proclamación reiteró
su deseo de lograr una monarquía renovada para un tiempo nuevo, y desde
entonces han sido muchos los detalles que han puesto de relieve su voluntad de
intensificar la transparencia, la austeridad, la cercanía a los ciudadanos y la
ausencia de privilegios. Desde la sencillez y cercanía de la mayoría de sus
intervenciones y apariciones públicas (cabe citar como ejemplo la inauguración
del curso académico en la Universidad de Castilla-La Mancha, en Toledo), hasta
sus sucesivos discursos públicos (por ejemplo el de Nochebuena), pasando por la
forma de celebrar la primera Comunión de su hija, o la reciente retirada del
título de duquesa de Palma a su hermana, toda su actuación parece girar en
torno a los mismos pilares: transparencia, austeridad, cercanía. Todo ello en
un contexto en el que algunas reformas normativas han incidido en la misma
línea (por ejemplo la inclusión de la Corona en la ley de transparencia),
aunque queda todavía bastante por hacer en este terreno (así, una
interpretación más restrictiva de la prerrogativa de la inviolabilidad, o desde
luego la supresión de la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión).
Es obvio que, por mucho que la monarquía se racionalice, en este punto no puede
competir con la República, que es la forma mas racional de establecer el acceso
a la jefatura del Estado. Pero también lo es que, si la monarquía encuentra su
legitimidad en la Constitución y en su aceptación (también en el día a día) por
el pueblo soberano, esta línea de actuación es positiva porque contribuye a
afianzar la institución y a que la misma sea, como demuestran las encuestas,
más aceptada y valorada por la población.