martes, 23 de junio de 2015

Felipe VI, un rey moderno

Felipe VI, un rey moderno


            Lo he escrito muchas veces: yo soy monárquico… para España, porque creo que hoy la monarquía solo tiene sentido en aquellos Estados que por razones históricas han hecho de ella un símbolo o una seña de identidad, y siempre que el monarca se limite pa ese papel simbólico, unido a la “auctoritas” que le pueden dar su posición y su actuación, y la capacidad de influencia de quien puede “ser consultado, animar y advertir”. Pero lo que yo crea no tiene ninguna importancia, ya que si España es una monarquía parlamentaria es porque la Constitución, obra del pueblo soberano actuando como poder constituyente, quiso reconocer esa forma de la jefatura del Estado, como tributo a nuestra historia, y atribuyó el monarca ese papel simbólico, representativo y moderador. Siendo esto así, el rey se somete al pueblo soberano, que determina su posición, y que en cualquier momento puede decidir la modificación de la jefatura del Estado, mediante la reforma constitucional. Por lo demás, la separación del rey de la toma de decisiones políticas, su neutralidad y papel simbólico, la transparencia en todo lo que rodea a la Corona, y en definitiva lo que se ha llamado “racionalización” de la monarquía, admiten diversos grados, y aun dentro de lo que permite nuestra Constitución, pueden intensificarse mas o menos en función de la regulación legal, de la práctica o de la propia actuación del monarca.


            En este sentido, y ahora que se ha cumplido un año de la proclamación de Felipe VI, creo que es justo destacar lo mucho que el nuevo monarca ha hecho para que la monarquía sea más transparente, menos privilegiada, mas austera y más acorde con las exigencias de nuestra sociedad. Ya en su mensaje de proclamación reiteró su deseo de lograr una monarquía renovada para un tiempo nuevo, y desde entonces han sido muchos los detalles que han puesto de relieve su voluntad de intensificar la transparencia, la austeridad, la cercanía a los ciudadanos y la ausencia de privilegios. Desde la sencillez y cercanía de la mayoría de sus intervenciones y apariciones públicas (cabe citar como ejemplo la inauguración del curso académico en la Universidad de Castilla-La Mancha, en Toledo), hasta sus sucesivos discursos públicos (por ejemplo el de Nochebuena), pasando por la forma de celebrar la primera Comunión de su hija, o la reciente retirada del título de duquesa de Palma a su hermana, toda su actuación parece girar en torno a los mismos pilares: transparencia, austeridad, cercanía. Todo ello en un contexto en el que algunas reformas normativas han incidido en la misma línea (por ejemplo la inclusión de la Corona en la ley de transparencia), aunque queda todavía bastante por hacer en este terreno (así, una interpretación más restrictiva de la prerrogativa de la inviolabilidad, o desde luego la supresión de la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión). Es obvio que, por mucho que la monarquía se racionalice, en este punto no puede competir con la República, que es la forma mas racional de establecer el acceso a la jefatura del Estado. Pero también lo es que, si la monarquía encuentra su legitimidad en la Constitución y en su aceptación (también en el día a día) por el pueblo soberano, esta línea de actuación es positiva porque contribuye a afianzar la institución y a que la misma sea, como demuestran las encuestas, más aceptada y valorada por la población.    

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