Ciudades de Iberoamérica: Cartagena de
Indias
Mis
más antiguos lectores recordarán aquella serie de artículos titulada “ciudades
de Latinoamérica”, que inicié hace años y luego he ido completando
esporádicamente, nunca como una guía de lugares, sino tal vez de recuerdos y de
sensaciones. Resultaba una omisión imperdonable –que ahora subsanaré- el no
haber incluido en la misma a Cartagena de Indias. Dice la canción de “La Habana
es Cádiz con más negritos, Cádiz es La Habana con más salero”. Pero en
Cartagena de Indias pensé que esa relación (todo lo discutible que se quiera,
pero de algún modo existente) es en realidad triangular, y el otro vértice es
Cartagena de Indias. Pensaba en esto cuando, desayunando en mi hotel en
Bocagrande divisaba toda la línea costera y las cúpulas de las iglesias al
fondo, como en Cádiz se divisa la catedral desde las playas de la vertiente
atlántica, y con cierta analogía con el
archiconocido malecón habanero. De alguna manera, estas tres ciudades
simbolizan como pocas las intensas relaciones culturales entre España y las
ciudades hispanas de América, y muy especialmente entre algunas ciudades
andaluzas y las ciudades coloniales del Caribe. Hoy, además, estas ciudades
compiten por el liderazgo de la marcha, la música, la alegría y el ambiente. Es
literalmente imposible aburrirse en ninguna de estas ciudades. Pero Cartagena
destaca en mi opinión por su estilo y su elegancia. Siendo clásica, es a la vez
moderna. La música de sus locales, lejos de agotarse en los típicos ritmos
caribeños, incluye una amplísima gama de estilos y compases. La ciudad colonial
está cuidada y limpia, pasear por sus calles, ya sea andando o en uno de los
típicos coches de caballos, es un espectáculo singular y permanente, y puede
hacerse de forma segura. Cartagena es un lujo para los sentidos, un estallido
de color, de música y de sabor.
Hay
además muchos otros alicientes en esta maravillosa ciudad colombiana. Las
excelentes playas de Bocagrande; la posibilidad de disfrutar de preciosos
recorridos por sus islas, como Isla del Rosario, donde se puede practicar
“esnórquel”, que como ustedes saben ese este buceo que hasta los menos
intrépidos en esto de las aguas marinas nos atrevemos a experimentar,
disfrutando así de preciosas vistas de peces de colores que casi es posible
tocar. Otro maravilloso espectáculo, que si bien puede practicarse en muchos
lugares, tiene en esas aguas una de sus más afortunadas ubicaciones. Y cómo no
hablar de la historia de esta ciudad, que ha dejado sus huellas en las
numerosas iglesias y fortificaciones, que nos hablan de un lugar estratégico, situado en uno de los más
codiciados enclaves del Caribe. De una de las “llaves” más ambicionadas por los
ingleses en su objetivo de partir en dos el inmenso imperio español, algo que
estuvo a punto de suceder y que solo logró impedir el valor de los cartageneros
(colombianos y españoles) a las órdenes de Blas de Lezo. Hoy el Castillo de San
Felipe de Barajas nos recuerda esa y otras historias, en las que se puede
profundizar gracias al excelente Museo de la Marina. Iglesias y conventos como
la de San Pedro Claver, y otros edificios como la Alcaldía Mayor o la Casa de
la Inquisición, nos recuerdan su pasado colonial y su carácter profundamente
hispano. Pero si tengo que elegir un momento y un lugar, me quedo con la puesta
de sol en el Café del Mar, un lugar estratégicamente ubicado en la muralla de
la ciudad. Una experiencia inolvidable
que permanecerá siempre en mi archivo mental… y fotográfico.