miércoles, 26 de agosto de 2015

Ciudades de Iberoamérica: Cartagena de Indias

Ciudades de Iberoamérica: Cartagena de Indias





            Mis más antiguos lectores recordarán aquella serie de artículos titulada “ciudades de Latinoamérica”, que inicié hace años y luego he ido completando esporádicamente, nunca como una guía de lugares, sino tal vez de recuerdos y de sensaciones. Resultaba una omisión imperdonable –que ahora subsanaré- el no haber incluido en la misma a Cartagena de Indias. Dice la canción de “La Habana es Cádiz con más negritos, Cádiz es La Habana con más salero”. Pero en Cartagena de Indias pensé que esa relación (todo lo discutible que se quiera, pero de algún modo existente) es en realidad triangular, y el otro vértice es Cartagena de Indias. Pensaba en esto cuando, desayunando en mi hotel en Bocagrande divisaba toda la línea costera y las cúpulas de las iglesias al fondo, como en Cádiz se divisa la catedral desde las playas de la vertiente atlántica,  y con cierta analogía con el archiconocido malecón habanero. De alguna manera, estas tres ciudades simbolizan como pocas las intensas relaciones culturales entre España y las ciudades hispanas de América, y muy especialmente entre algunas ciudades andaluzas y las ciudades coloniales del Caribe. Hoy, además, estas ciudades compiten por el liderazgo de la marcha, la música, la alegría y el ambiente. Es literalmente imposible aburrirse en ninguna de estas ciudades. Pero Cartagena destaca en mi opinión por su estilo y su elegancia. Siendo clásica, es a la vez moderna. La música de sus locales, lejos de agotarse en los típicos ritmos caribeños, incluye una amplísima gama de estilos y compases. La ciudad colonial está cuidada y limpia, pasear por sus calles, ya sea andando o en uno de los típicos coches de caballos, es un espectáculo singular y permanente, y puede hacerse de forma segura. Cartagena es un lujo para los sentidos, un estallido de color, de música y de sabor.

            Hay además muchos otros alicientes en esta maravillosa ciudad colombiana. Las excelentes playas de Bocagrande; la posibilidad de disfrutar de preciosos recorridos por sus islas, como Isla del Rosario, donde se puede practicar “esnórquel”, que como ustedes saben ese este buceo que hasta los menos intrépidos en esto de las aguas marinas nos atrevemos a experimentar, disfrutando así de preciosas vistas de peces de colores que casi es posible tocar. Otro maravilloso espectáculo, que si bien puede practicarse en muchos lugares, tiene en esas aguas una de sus más afortunadas ubicaciones. Y cómo no hablar de la historia de esta ciudad, que ha dejado sus huellas en las numerosas iglesias y fortificaciones, que nos hablan de un lugar  estratégico, situado en uno de los más codiciados enclaves del Caribe. De una de las “llaves” más ambicionadas por los ingleses en su objetivo de partir en dos el inmenso imperio español, algo que estuvo a punto de suceder y que solo logró impedir el valor de los cartageneros (colombianos y españoles) a las órdenes de Blas de Lezo. Hoy el Castillo de San Felipe de Barajas nos recuerda esa y otras historias, en las que se puede profundizar gracias al excelente Museo de la Marina. Iglesias y conventos como la de San Pedro Claver, y otros edificios como la Alcaldía Mayor o la Casa de la Inquisición, nos recuerdan su pasado colonial y su carácter profundamente hispano. Pero si tengo que elegir un momento y un lugar, me quedo con la puesta de sol en el Café del Mar, un lugar estratégicamente ubicado en la muralla de la ciudad. Una experiencia inolvidable  que permanecerá siempre en mi archivo mental… y fotográfico.

             

jueves, 20 de agosto de 2015

Elogio de la siesta

Elogio de la siesta


          
La siesta es, sin duda, una gran aportación española a la historia de la humanidad y, como es sabido, la misma palabra ha sido objeto de exportación a otros idiomas. “To have an afternoon nap” no tiene ni por asomo la misma consistencia y rotundidad que “echarse una siesta”, ya que esta última expresión encierra su propio fundamento, sentido, esencia y teleología, y por ello toda traducción que quiera hacerse de la palabra “siesta” resultará inexacta. Quizá por ello la siesta ha sido demasiadas veces mal entendida, y por ello se la ha intentado desterrar de nuestras prácticas diarias, habiéndola considerado algunos una práctica residual de un pueblo de vagos y holgazanes. Pero esa visión resultaría totalmente errónea y sesgada. La siesta bien entendida tiene un sentido. He leído que hasta algunas empresas norteamericanas y japonesas han decidido implantar un ratito de siesta para sus trabajadores después del almuerzo, al haber comprobado que ese breve descanso mejora su productividad. En realidad, la siesta nunca ha sido una práctica destinada a descansar más de la cuenta o a posibilitar la holganza de las personas, sino algo que ha permitido distribuir de mejor modo la carga de actividad de cada día, especialmente en países de climas con veranos muy calurosos, en los que la actividad se hacía realmente difícil en las horas “de la siesta”. Hoy, un conjunto de factores parecen conjurarse para erradicar la siesta, desde los horarios continuados y la globalización horaria (algo que perjudica especialmente a España, con la misma hora oficial que países mucho más al este, pero con un retraso de más de dos horas en nuestra hora solar), hasta la generalización de los aires acondicionados. Pero una y otra vez la siesta se resiste a desaparecer, manteniendo su importante función vital. Yo, que lamentablemente la tengo casi abandonada durante todo el año, recupero con gusto esta práctica en las vacaciones, al menos algunos días. Y así la siesta se convierte en uno de los atractivos de un buen verano.




            Y es así como he ido estableciendo una tipología de las siestas, todas ellas dignas de respeto y de experimentación. Según la duración, las siestas van desde la “cabezadita” de unos minutos hasta la siesta “gorda” -que diría el “Fumi de Morata”-, de la que uno puede llegar a levantarse con jet lag. Siguiendo el criterio de la intensidad, comenzamos con la cabezadita liviana y minúscula, que he visto practicar a algunos con gran arte en público, durante las conferencias (normalmente las conferencias de otro, pero he llegado a ver casos en los que uno se duerme ligeramente mientras habla…); y de ahí terminaríamos de nuevo en la siesta con desubicación espacio-temporal. Según el lugar, aunque conozco a algunas personas que son capaces de dormir unos minutos de pie, la tipología más habitual empieza en la silla, y termina en la cama de la alcoba, pasando por el sillón y  el sofá. La práctica de la siesta de sofá es toda una ciencia, y para ser completamente placentera requiere una mesita auxiliar para los pies o, ya en el caso óptimo, poder tumbarse, pero eso a su vez necesita que el sofá tenga la longitud idónea y que su brazo tenga la altura adecuada, o bien la utilización del cojín para la cabeza, dejando de lado el brazo y recogiendo algo las piernas. La experimentación nos dará siempre las pautas correctas para la elección del tipo de siesta. Pero a la cabeza de todas las siestas sigue estando aquella a la que Camilo José Cela llamaba la siesta de “pijama, padrenuestro y orinal”.

Fuentes de las imágenes: http://www.mundosenior.es/portal/page/portal/MundoSenior/Noticias/Siesta-en-verano-si-pero-con-matices
http://lastruquideasdenuria.com/beneficios-de-la-siesta/

jueves, 13 de agosto de 2015

Cantábrico

Cantábrico




         Aunque no sueles mostrar ese azul marino intenso y limpio propio del Mediterráneo, yo prefiero ese festival de tonos grises, verdes y azules, reflejos de tus cielos, tus montes y tus fondos. Prefiero esos cielos casi siempre plomizos, brumosos, nublados, imponentes y amenazantes, rara vez despejados y lisos. Aunque a tu lado no es fácil encontrar días y noches cálidos, yo me quedo con este clima, suave en temperatura pero inestable por definición, en el que es posible en el mismo día disfrutar (sí, disfrutar) de la lluvia y del orvallo, del viento y de la brisa, del fresco y del calor, de las nubes y de ese sol que, no siendo tan omnipresente como en otros lugares, es mucho más bienvenido cuando durante un rato aparece para hacer brillar con esa intensidad única los verdes prados y las húmedas montañas. Aunque sé que tus aguas son más frías que las de otras costas, y sigo sin entender a los lugareños y a aquellos visitantes que salen del baño exclamando “¡qué buena está el agua!” (dudo si en un alarde de audacia o presunción, o más bien en un intento de infundir ánimo y moral a los que dubitativamente permanecemos en la orilla, pero en todo caso creo que objetivamente la veracidad de esa afirmación suele resultar bastante cuetionable), al final siempre disfruto de este baño tonificante que despeja y despierta los sentidos. Prefiero las tranquilas aldeas de tus riberas, en las que puedes encontrar lo básico, a las grandes urbes que todo lo ofrecen y en las que todo está realmente lejos. Me quedo con tus prados, tus imponentes acantilados, tus playas, tus ríos y rías, tus vacas… Prefiero tus montañas, modestas en altura pero imponentes en aspecto y duras en fisonomía, a ninguna otra, y quiero quedarme siempre al pie de estos urrieles que los marineros bautizaron como “Picos de Europa” porque desde muchas millas mar adentro les avisaban (supongo que en los escasos días despejados) de la proximidad de la costa.


Aunque encuentro el encanto a todos los lugares, en ningún sitio como en este siento tan claramente que soy parte de la tierra y de la naturaleza. Es un sentimiento de pertenencia distinto al que los humanos solemos experimentar: no es que este lugar me pertenezca, sino que yo pertenezco a él. Puede que este mar no sea el “Nostrum”, pero forma parte esencial de nuestra geografía y de nuestra historia, y yo lo siento como el más cercano. Siendo España y Francia los únicos países a la vez atlánticos y mediterráneos, en nuestros vecinos parece predominar el carácter atlántico, mientras que en España destaca aparentemente el rasgo mediterráneo. Pero nuestra esencia, también en esto, es radicalmente mixta, y le debemos tanto al Mediterráneo que nos trajo la civilización, como al Atlántico y al Cantábrico, que han sido también protagonistas de nuestra historia como soportes de nuestra relación con los países del norte, y de nuestro esencial vínculo americano. El Cantábrico es, si bien se piensa, el único mar exclusivamente español, pues es el nombre que recibe el océano en nuestra costa norte, pero solo en estas tierras de “indianos” se entiende que, más que separarnos de nadie, ha sido un vehículo que ha enlazado para siempre nuestra cultura con la de los países hermanos de Hispanoamérica, posibilitando durante siglos el viaje de ida y vuelta entre una y otra orilla del “charco”. Y todo esto se siente de alguna manera en uno de estos días en los que el agua y el cielo se funden en este gris inconfundible…

           
           


jueves, 6 de agosto de 2015

Monitorizados

Monitorizados






         Muchos analistas de los avances tecnológicos coinciden en predecir que, en un futuro próximo, viviremos totalmente monitorizados. Diversos sensores analizarán continuamente nuestras constantes vitales, permitiéndonos conocer cualquier alteración de las mismas. Ello nos ayudará, por un lado, a conocer mejor el comportamiento de nuestro cuerpo, programando ejercicios y entrenamientos adecuados, y adoptando las medidas preventivas que se precisen para mejorar nuestro estado de salud. Pero además, por otro lado, podremos saber con antelación los síntomas de posibles patologías o alteraciones graves, de manera que podrán “activarse las alarmas” que posibiliten la adopción de los protocolos necesarios para afrontar esas alteraciones, lo que en algunos casos puede llegar a salvar vidas. Por poner un ejemplo, muchos infartos podrían tratarse mucho mejor si horas o minutos antes de desencadenarse supiéramos que el proceso se está iniciando o puede iniciarse de manera inminente. En el futuro, los sensores que nos monitorizarán podrán comunicar directamente con los servicios médicos necesarios para afrontar cualquier posible urgencia de salud. De este modo, y por expresarlo gráficamente, no seremos nosotros los que llamemos a urgencias, sino que serán los médicos de urgencias los que nos avisen e indiquen el modo de proceder cuando se haya detectado algún tipo de alteración grave que requiera actuación inmediata. Puede que algunos lectores piensen que todo esto es un poco exagerado, o que solo podría producirse en un futuro muy lejano. Pero ya a día de hoy existen diversos sensores, incluso relojes, que nos controlan el ritmo cardíaco, las calorías consumidas, las horas de ejercicio o el tiempo que hemos pasado de pie. Y veo que mi teléfono inteligente de cuya marca no haré publicidad, tiene una aplicación que permite hacer un seguimiento (supongo que para quien tenga los accesorios o sensores adecuados) de la frecuencia respiratoria y cardíaca, la temperatura corporal o la tensión arterial, e incluso puede analizar el sueño, si es convenientemente monitorizado. Así que el panorama descrito líneas arriba no parece estar tan alejado.


            Ante este fabuloso panorama, siempre nos toca llegar a los juristas (y a los filósofos, entre otros) a señalar que toda cara tiene su cruz, y que todo avance tiene sus riesgos. Toda tecnología, desde las puntas de lanza hasta los últimos avances, puede servir para realizar una aportación positiva o para amenazar nuestros derechos. Cuando nuestra salud sea objeto de total monitorización, el Estado (o incluso terceros, como las empresas médicas o de seguros) tendrán plano acceso a nuestros datos de salud. Una utilización inadecuada de los mismos podría provocar numerosos perjuicios, y en todo caso nuestra intimidad quedará mucho más expuesta, al igual que nuestros datos personales. Por lo demás, habremos dado un paso más en nuestra dependencia de las máquinas, y cualquier fallo de la tecnología puede ocasionarnos daños irreparables. Tendremos una confianza razonable en que recibiremos un aviso cuando algo no vaya bien, y nuestra vida dependerá de que la tecnología funcione adecuadamente para activar el protocolo correspondiente. Las empresas creadoras de la tecnología, y en su caso las prestadoras de servicios sanitarios o el propio Estado, tendrán que responder de aquellos funcionamientos inadecuados que generen resultados lesivos. Y, en resumen, seremos (aparentemente) más felices, pero menos libres.

(Fuentes de las imágenes: http://hugoerre.com/como-monitorizar-la-pagina-web-de-la-competencia-social-media-intelligence/ y https://aspgems.com/blog/jlafora/nuestras-herramientas-de-monitorizacion)