jueves, 13 de agosto de 2015

Cantábrico

Cantábrico




         Aunque no sueles mostrar ese azul marino intenso y limpio propio del Mediterráneo, yo prefiero ese festival de tonos grises, verdes y azules, reflejos de tus cielos, tus montes y tus fondos. Prefiero esos cielos casi siempre plomizos, brumosos, nublados, imponentes y amenazantes, rara vez despejados y lisos. Aunque a tu lado no es fácil encontrar días y noches cálidos, yo me quedo con este clima, suave en temperatura pero inestable por definición, en el que es posible en el mismo día disfrutar (sí, disfrutar) de la lluvia y del orvallo, del viento y de la brisa, del fresco y del calor, de las nubes y de ese sol que, no siendo tan omnipresente como en otros lugares, es mucho más bienvenido cuando durante un rato aparece para hacer brillar con esa intensidad única los verdes prados y las húmedas montañas. Aunque sé que tus aguas son más frías que las de otras costas, y sigo sin entender a los lugareños y a aquellos visitantes que salen del baño exclamando “¡qué buena está el agua!” (dudo si en un alarde de audacia o presunción, o más bien en un intento de infundir ánimo y moral a los que dubitativamente permanecemos en la orilla, pero en todo caso creo que objetivamente la veracidad de esa afirmación suele resultar bastante cuetionable), al final siempre disfruto de este baño tonificante que despeja y despierta los sentidos. Prefiero las tranquilas aldeas de tus riberas, en las que puedes encontrar lo básico, a las grandes urbes que todo lo ofrecen y en las que todo está realmente lejos. Me quedo con tus prados, tus imponentes acantilados, tus playas, tus ríos y rías, tus vacas… Prefiero tus montañas, modestas en altura pero imponentes en aspecto y duras en fisonomía, a ninguna otra, y quiero quedarme siempre al pie de estos urrieles que los marineros bautizaron como “Picos de Europa” porque desde muchas millas mar adentro les avisaban (supongo que en los escasos días despejados) de la proximidad de la costa.


Aunque encuentro el encanto a todos los lugares, en ningún sitio como en este siento tan claramente que soy parte de la tierra y de la naturaleza. Es un sentimiento de pertenencia distinto al que los humanos solemos experimentar: no es que este lugar me pertenezca, sino que yo pertenezco a él. Puede que este mar no sea el “Nostrum”, pero forma parte esencial de nuestra geografía y de nuestra historia, y yo lo siento como el más cercano. Siendo España y Francia los únicos países a la vez atlánticos y mediterráneos, en nuestros vecinos parece predominar el carácter atlántico, mientras que en España destaca aparentemente el rasgo mediterráneo. Pero nuestra esencia, también en esto, es radicalmente mixta, y le debemos tanto al Mediterráneo que nos trajo la civilización, como al Atlántico y al Cantábrico, que han sido también protagonistas de nuestra historia como soportes de nuestra relación con los países del norte, y de nuestro esencial vínculo americano. El Cantábrico es, si bien se piensa, el único mar exclusivamente español, pues es el nombre que recibe el océano en nuestra costa norte, pero solo en estas tierras de “indianos” se entiende que, más que separarnos de nadie, ha sido un vehículo que ha enlazado para siempre nuestra cultura con la de los países hermanos de Hispanoamérica, posibilitando durante siglos el viaje de ida y vuelta entre una y otra orilla del “charco”. Y todo esto se siente de alguna manera en uno de estos días en los que el agua y el cielo se funden en este gris inconfundible…

           
           


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