jueves, 6 de agosto de 2015

Monitorizados

Monitorizados






         Muchos analistas de los avances tecnológicos coinciden en predecir que, en un futuro próximo, viviremos totalmente monitorizados. Diversos sensores analizarán continuamente nuestras constantes vitales, permitiéndonos conocer cualquier alteración de las mismas. Ello nos ayudará, por un lado, a conocer mejor el comportamiento de nuestro cuerpo, programando ejercicios y entrenamientos adecuados, y adoptando las medidas preventivas que se precisen para mejorar nuestro estado de salud. Pero además, por otro lado, podremos saber con antelación los síntomas de posibles patologías o alteraciones graves, de manera que podrán “activarse las alarmas” que posibiliten la adopción de los protocolos necesarios para afrontar esas alteraciones, lo que en algunos casos puede llegar a salvar vidas. Por poner un ejemplo, muchos infartos podrían tratarse mucho mejor si horas o minutos antes de desencadenarse supiéramos que el proceso se está iniciando o puede iniciarse de manera inminente. En el futuro, los sensores que nos monitorizarán podrán comunicar directamente con los servicios médicos necesarios para afrontar cualquier posible urgencia de salud. De este modo, y por expresarlo gráficamente, no seremos nosotros los que llamemos a urgencias, sino que serán los médicos de urgencias los que nos avisen e indiquen el modo de proceder cuando se haya detectado algún tipo de alteración grave que requiera actuación inmediata. Puede que algunos lectores piensen que todo esto es un poco exagerado, o que solo podría producirse en un futuro muy lejano. Pero ya a día de hoy existen diversos sensores, incluso relojes, que nos controlan el ritmo cardíaco, las calorías consumidas, las horas de ejercicio o el tiempo que hemos pasado de pie. Y veo que mi teléfono inteligente de cuya marca no haré publicidad, tiene una aplicación que permite hacer un seguimiento (supongo que para quien tenga los accesorios o sensores adecuados) de la frecuencia respiratoria y cardíaca, la temperatura corporal o la tensión arterial, e incluso puede analizar el sueño, si es convenientemente monitorizado. Así que el panorama descrito líneas arriba no parece estar tan alejado.


            Ante este fabuloso panorama, siempre nos toca llegar a los juristas (y a los filósofos, entre otros) a señalar que toda cara tiene su cruz, y que todo avance tiene sus riesgos. Toda tecnología, desde las puntas de lanza hasta los últimos avances, puede servir para realizar una aportación positiva o para amenazar nuestros derechos. Cuando nuestra salud sea objeto de total monitorización, el Estado (o incluso terceros, como las empresas médicas o de seguros) tendrán plano acceso a nuestros datos de salud. Una utilización inadecuada de los mismos podría provocar numerosos perjuicios, y en todo caso nuestra intimidad quedará mucho más expuesta, al igual que nuestros datos personales. Por lo demás, habremos dado un paso más en nuestra dependencia de las máquinas, y cualquier fallo de la tecnología puede ocasionarnos daños irreparables. Tendremos una confianza razonable en que recibiremos un aviso cuando algo no vaya bien, y nuestra vida dependerá de que la tecnología funcione adecuadamente para activar el protocolo correspondiente. Las empresas creadoras de la tecnología, y en su caso las prestadoras de servicios sanitarios o el propio Estado, tendrán que responder de aquellos funcionamientos inadecuados que generen resultados lesivos. Y, en resumen, seremos (aparentemente) más felices, pero menos libres.

(Fuentes de las imágenes: http://hugoerre.com/como-monitorizar-la-pagina-web-de-la-competencia-social-media-intelligence/ y https://aspgems.com/blog/jlafora/nuestras-herramientas-de-monitorizacion)

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