Monitorizados
Muchos analistas de los
avances tecnológicos coinciden en predecir que, en un futuro próximo, viviremos
totalmente monitorizados. Diversos sensores analizarán continuamente nuestras
constantes vitales, permitiéndonos conocer cualquier alteración de las mismas.
Ello nos ayudará, por un lado, a conocer mejor el comportamiento de nuestro
cuerpo, programando ejercicios y entrenamientos adecuados, y adoptando las
medidas preventivas que se precisen para mejorar nuestro estado de salud. Pero
además, por otro lado, podremos saber con antelación los síntomas de posibles
patologías o alteraciones graves, de manera que podrán “activarse las alarmas”
que posibiliten la adopción de los protocolos necesarios para afrontar esas
alteraciones, lo que en algunos casos puede llegar a salvar vidas. Por poner un
ejemplo, muchos infartos podrían tratarse mucho mejor si horas o minutos antes
de desencadenarse supiéramos que el proceso se está iniciando o puede iniciarse
de manera inminente. En el futuro, los sensores que nos monitorizarán podrán
comunicar directamente con los servicios médicos necesarios para afrontar
cualquier posible urgencia de salud. De este modo, y por expresarlo
gráficamente, no seremos nosotros los que llamemos a urgencias, sino que serán
los médicos de urgencias los que nos avisen e indiquen el modo de proceder
cuando se haya detectado algún tipo de alteración grave que requiera actuación
inmediata. Puede que algunos lectores piensen que todo esto es un poco
exagerado, o que solo podría producirse en un futuro muy lejano. Pero ya a día
de hoy existen diversos sensores, incluso relojes, que nos controlan el ritmo
cardíaco, las calorías consumidas, las horas de ejercicio o el tiempo que hemos
pasado de pie. Y veo que mi teléfono inteligente de cuya marca no haré
publicidad, tiene una aplicación que permite hacer un seguimiento (supongo que
para quien tenga los accesorios o sensores adecuados) de la frecuencia
respiratoria y cardíaca, la temperatura corporal o la tensión arterial, e
incluso puede analizar el sueño, si es convenientemente monitorizado. Así que
el panorama descrito líneas arriba no parece estar tan alejado.
Ante este fabuloso panorama, siempre
nos toca llegar a los juristas (y a los filósofos, entre otros) a señalar que
toda cara tiene su cruz, y que todo avance tiene sus riesgos. Toda tecnología,
desde las puntas de lanza hasta los últimos avances, puede servir para realizar
una aportación positiva o para amenazar nuestros derechos. Cuando nuestra salud
sea objeto de total monitorización, el Estado (o incluso terceros, como las
empresas médicas o de seguros) tendrán plano acceso a nuestros datos de salud.
Una utilización inadecuada de los mismos podría provocar numerosos perjuicios,
y en todo caso nuestra intimidad quedará mucho más expuesta, al igual que
nuestros datos personales. Por lo demás, habremos dado un paso más en nuestra
dependencia de las máquinas, y cualquier fallo de la tecnología puede
ocasionarnos daños irreparables. Tendremos una confianza razonable en que
recibiremos un aviso cuando algo no vaya bien, y nuestra vida dependerá de que
la tecnología funcione adecuadamente para activar el protocolo correspondiente.
Las empresas creadoras de la tecnología, y en su caso las prestadoras de
servicios sanitarios o el propio Estado, tendrán que responder de aquellos
funcionamientos inadecuados que generen resultados lesivos. Y, en resumen,
seremos (aparentemente) más felices, pero menos libres.
(Fuentes de las imágenes: http://hugoerre.com/como-monitorizar-la-pagina-web-de-la-competencia-social-media-intelligence/ y https://aspgems.com/blog/jlafora/nuestras-herramientas-de-monitorizacion)
(Fuentes de las imágenes: http://hugoerre.com/como-monitorizar-la-pagina-web-de-la-competencia-social-media-intelligence/ y https://aspgems.com/blog/jlafora/nuestras-herramientas-de-monitorizacion)
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