Elogio de la siesta
La
siesta es, sin duda, una gran aportación española a la historia de la humanidad
y, como es sabido, la misma palabra ha sido objeto de exportación a otros
idiomas. “To have an afternoon nap” no tiene ni por asomo la misma consistencia
y rotundidad que “echarse una siesta”, ya que esta última expresión encierra su
propio fundamento, sentido, esencia y teleología, y por ello toda traducción
que quiera hacerse de la palabra “siesta” resultará inexacta. Quizá por ello la
siesta ha sido demasiadas veces mal entendida, y por ello se la ha intentado
desterrar de nuestras prácticas diarias, habiéndola considerado algunos una
práctica residual de un pueblo de vagos y holgazanes. Pero esa visión resultaría
totalmente errónea y sesgada. La siesta bien entendida tiene un sentido. He
leído que hasta algunas empresas norteamericanas y japonesas han decidido
implantar un ratito de siesta para sus trabajadores después del almuerzo, al
haber comprobado que ese breve descanso mejora su productividad. En realidad,
la siesta nunca ha sido una práctica destinada a descansar más de la cuenta o a
posibilitar la holganza de las personas, sino algo que ha permitido distribuir
de mejor modo la carga de actividad de cada día, especialmente en países de
climas con veranos muy calurosos, en los que la actividad se hacía realmente
difícil en las horas “de la siesta”. Hoy, un conjunto de factores parecen
conjurarse para erradicar la siesta, desde los horarios continuados y la
globalización horaria (algo que perjudica especialmente a España, con la misma
hora oficial que países mucho más al este, pero con un retraso de más de dos
horas en nuestra hora solar), hasta la generalización de los aires
acondicionados. Pero una y otra vez la siesta se resiste a desaparecer,
manteniendo su importante función vital. Yo, que lamentablemente la tengo casi
abandonada durante todo el año, recupero con gusto esta práctica en las
vacaciones, al menos algunos días. Y así la siesta se convierte en uno de los
atractivos de un buen verano.
Y
es así como he ido estableciendo una tipología de las siestas, todas ellas
dignas de respeto y de experimentación. Según la duración, las siestas van
desde la “cabezadita” de unos minutos hasta la siesta “gorda” -que diría el
“Fumi de Morata”-, de la que uno puede llegar a levantarse con jet lag. Siguiendo
el criterio de la intensidad, comenzamos con la cabezadita liviana y minúscula,
que he visto practicar a algunos con gran arte en público, durante las conferencias
(normalmente las conferencias de otro, pero he llegado a ver casos en los que
uno se duerme ligeramente mientras habla…); y de ahí terminaríamos de nuevo en
la siesta con desubicación espacio-temporal. Según el lugar, aunque conozco a
algunas personas que son capaces de dormir unos minutos de pie, la tipología
más habitual empieza en la silla, y termina en la cama de la alcoba, pasando
por el sillón y el sofá. La práctica de
la siesta de sofá es toda una ciencia, y para ser completamente placentera requiere
una mesita auxiliar para los pies o, ya en el caso óptimo, poder tumbarse, pero
eso a su vez necesita que el sofá tenga la longitud idónea y que su brazo tenga
la altura adecuada, o bien la utilización del cojín para la cabeza, dejando de
lado el brazo y recogiendo algo las piernas. La experimentación nos dará
siempre las pautas correctas para la elección del tipo de siesta. Pero a la
cabeza de todas las siestas sigue estando aquella a la que Camilo José Cela
llamaba la siesta de “pijama, padrenuestro y orinal”.
Fuentes de las imágenes: http://www.mundosenior.es/portal/page/portal/MundoSenior/Noticias/Siesta-en-verano-si-pero-con-matices
http://lastruquideasdenuria.com/beneficios-de-la-siesta/
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