jueves, 27 de junio de 2013

Reformar para mejorar


Reformar para mejorar


         Las recientes movilizaciones populares en lugares tan distantes como Turquía y Brasil, y por motivos aparentemente tan dispares, se suman a las acontecidas últimamente en diversos países de características muy diferentes, cuyo antecedente próximo pueda encontrarse acaso en las iniciadas en España en mayo de 2011. Probablemente es muy difícil valorar todos estos movimientos de forma conjunta, pero no creo que sea demasiado aventurado pensar que todos ellos reflejan un cierto descontento (cuando no total) con el funcionamiento de las instituciones en Estados que generalmente son considerados democráticos. Aunque no es fácil precisar en cada caso qué pretenden exactamente estos movimientos, sí parece que expresan una necesidad de justicia social, así como de ciertos cambios para asegurar una mayor participación ciudadana, aunque en algunos casos parecería que la propuesta es más bien una ruptura total con los modelos de democracia representativa. En mi opinión, tan erróneo sería asumir esas propuestas rupturistas que supondrían la destrucción del modelo más avanzado y mejor articulado de democracia que el mundo ha conocido, como ignorar por completo la llamada a la reflexión y a la reforma democrática que estos movimientos claramente sugieren.

            Las medidas para profundizar en la democracia y para que la participación popular no se limite a una llamada puntual cada cuatro años son varias y últimamente bastante reiteradas: sistemas electorales equilibrados, fortalecimiento de la posibilidad de utilización de formas de democracia directa o semidirecta como el referéndum o la iniciativa popular (aunque en esta la decisión final queda en manos de los legítimos representantes)…  Sin embargo, aceptando que un modelo de democracia directa ni es viable en sociedades complejas ni es necesariamente mejor que un sistema representativo bien articulado, creo que las reformas más importantes son las que tienden a acercar a representantes y representados dando a estos mayor posibilidad de intervenir: por ejemplo, profundizar en la democracia interna de los partidos políticos, establecer listas abiertas o al menos desbloqueadas, posibilitar acaso la revocación de ciertos cargos, y sobre todo implantar fórmulas (y hoy las nuevas tecnologías pueden ofrecer enormes posibilidades en este terreno) para que exista una comunicación real y bidireccional entre el votante y los parlamentarios. En suma, no hay que olvidar que aunque la democracia significa sin duda la toma de decisiones siguiendo el criterio de la mayoría, también requiere inexorablemente el respeto a las minorías y la posibilidad de que estas participen en pie de igualdad, siempre dentro de la ley y utilizando el libre ejercicio de los derechos fundamentales. 

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