Alsasua
En la mayor parte de los países del
mundo, las banderas oficiales ondean normalmente en muchos edificios y espacios
públicos, y también muchos ciudadanos las muestran con orgullo en lugares
visibles. Pero ya sabemos que, por desgracia, España es en este punto un tanto
peculiar, y en algunos lugares es casi una actividad de riesgo mostrar la
bandera nacional; y en otros, incomprensiblemente, algunos opinan que la
utilización de esa bandera constituye “apropiación” de los símbolos nacionales.
Algo muy difícil de explicar, dado que de la bandera (o de objetos que incluyan
la bandera) se pueden hacer todas las copias que se quieran, así que su uso por
uno no impide el que lo usen los demás. Por poner un ejemplo, y aunque parezca
un poco paradójico, en cualquier tienda “de los chinos” se puede conseguir casi
cualquier bandera a precios muy accesibles. El caso es que, lamentablemente, ya
no sorprende que algunos, en algunos lugares, se molesten porque otros
convoquen actos con gran presencia de la bandera nacional, ni siquiera -como
sucedió hace unos días en Alsasua-, cuando esta va acompañada de la bandera
navarra y la de la Unión Europea. En esto de los símbolos, creo que la mejor
opción es nunca imponer, nunca prohibir, y aunque en algunos casos cabría
entender la prohibición de algunos símbolos en determinados espacios públicos,
desde luego eso nunca afectaría a los símbolos oficiales. Si el acto tiene como
objetivo principal defender a la guardia civil, precisamente en el lugar en que
algunos miembros de este cuerpo han tenido que soportar, no hace mucho tiempo,
agresiones, hay que admitir que no sorprende que a algunos les moleste.
Pero en una sociedad democrática
mínimamente sana, el que algo tan legítimo como el ejercicio respetuoso de las
libertades de manifestación, ideológica y de expresión pueda molestar a
algunos, no es, ni mucho menos, motivo para no hacerlo. Si a algunos les
molesta, deben respetarlo, porque la libertad de expresión ampara incluso
manifestaciones molestas para la mayoría como, en ciertos contextos, la quema
de banderas. Dicho esto, tampoco hay que hacerse el sorprendido porque a
algunos, a quienes molesta un acto como el celebrado en Alsasua, protesten, lo
que podrían hacer legítimamente siempre que ello no implique boicotear o impedir
el propio acto. Pero incluso que recurran a lo que no es legítimo, por
desgracia ya tampoco nos sorprende. Que arrojen piedras los simpatizantes de
los que antes disparaban balas o ponían bombas, entra dentro de lo que cabía
imaginar. Que a la fuerza toquen las campanas para impedir que se escuche el
discurso, es muy triste, pero no sorprendente en cierta gente. Llama, en
cambio, más la atención el que un representante del partido que apoya al
Gobierno de España, cuestione el acto y diga que en él participan quienes no
tuvieron que hacer frente a ETA (basta mencionar la presencia de Fernando
Savater para desmontar semejante ofensa a esta y otras victimas y personas
amenazadas). Ahora bien, lo que supone algo absolutamente inesperado, es que todo
un ministro del Gobierno, en lugar de defender inequívocamente y sin medias
tintas a quienes ejercían sus derechos fundamentales frente a quienes
violentamente trataron de impedirlo, sugiera que el acto era una provocación
tendente a generar crispación. Que algún sector de la sociedad tenga una
concepción tergiversada, retorcida y enfermiza de lo que se puede y no hacer,
es un problema, pero no es fácil evitarlo. Pero que esa concepción se comparta
desde el Gobierno, es mucho más que un síntoma: es la prueba de que algo muy
grave está sucediendo aquí cuando el Gobierno sugiere que hay que aceptar que
en algunos lugares de España, los españoles orgullosos de serlo deben callar y
aceptar la imposición de quienes no solo no respetan los símbolos comunes, sino
tampoco el ejercicio de los derechos fundamentales de los demás.
(Fuente de la imagen: https://www.laopiniondezamora.es/multimedia/videos/nacional/2018-11-04-156527-tension-alsasua-acto-apoyo-guardia-civil.html)
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