¿Qué podemos hacer?
Esta semana los atentados de
Bruselas nos han impactado a todos brutalmente y parece difícil escribir de
cualquier otro tema. Pero más allá del inevitable dolor y cuando ya casi todo
se ha dicho sobre el tema, inmediatamente surgen las preguntas sobre por qué
alguien llega a hacer esto, y por otro lado, qué se puede –o se debe- hacer
para impedir que este tipo de acciones vuelvan a repetirse, o terminen por
convertirse en una situación común o frecuente o, en el peor de los casos,
alcancen su objetivo último, que es obviamente dañar, destruir y derrotar a la
civilización occidental. Creo que la primera cuestión no debe abordarse con el
propósito de justificar o explicar estas acciones, ni tampoco de buscar culpas
propias en quienes somos únicamente las víctimas. Tema totalmente diferente es
el planteamiento de la posición a adoptar ante los inmigrantes, así como la de
la necesidad de reconocer sus derechos e integrarlos en nuestras sociedades.
Pero ahora quiero centrarme en la cuestión de qué hacer para evitar este
tipo de atentados salvajes. En primer lugar podemos pensar en los Estados
occidentales y sus gobernantes como principales responsables de adoptar las
medidas necesarias. Creo que ello es cierto. Y aquí nos aparece la paradoja
propia de nuestra civilización, consistente en que se deben hacer todos los
esfuerzos para defender los valores que la identifican y que tanto ha costado
implantar (y a veces parecen todavía deficientemente implantados), como son los
de derechos humanos (libertad, igualdad, dignidad), democracia y limitación del
poder; pero para defender los derechos no cabe renunciar a ellos o cambiar las
reglas del juego a quienes atenten contra ellos, pues entonces, ¿qué estaríamos
defendiendo? Esa paradoja suele resolverse en todos los Estados serios mediante
el establecimiento de posibilidades de suspensión de algunos derechos,
sometidas a procedimientos y garantías estrictas, y también a límites. Ello
parece sin duda necesario. Pero me temo que para afrontar el origen de esta
amenaza hay que ir más allá, actuando con todos los medios necesarios en el
plano internacional, incluyendo si es preciso el uso de la fuerza. Esta debe
someterse siempre a un obvio principio de proporcionalidad, pero este mismo
principio nos lleva a concluir que, cuando es tan grave, la respuesta debe ser
contundente, y dirigida en lo posible a acabar con el origen del problema. Pero
por otro lado, a cada persona de bien, individualmente, le surgirá la cuestión
de qué puede hacer para luchar contra esta lacra o aliviar esta dolorosa
situación. Los creyentes siempre pensamos en primer lugar en la oración por las
víctimas, tanto las que nos han dejado como las que han de sufrir aquí las
heridas físicas o la ausencia de sus seres queridos. Además es comprensible que
la rabia y la impotencia se reflejen en el deseo de expresar públicamente el
rechazo a la violencia o la solidaridad con las víctimas, y de ahí la profusión
de banderas y símbolos alusivos a Bélgica y tendentes a expresar que su dolor
es el nuestro. Pero más allá de ello, creo que podemos: 1) manifestar la
petición a nuestros gobiernos para que no permanezcan impasibles; 2) mantener
la cabeza fría para no renunciar jamás a los valores que nos identifican, y
tratar siempre a los demás de acuerdo con estos valores; 3) no confundirnos y
nunca intentar que paguen justos por pecadores. Esa será la mejor contribución
a la defensa de nuestra civilización.
(fuente de la imagen: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/22/actualidad/1448180719_870912.html).
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