miércoles, 23 de marzo de 2016

¿Qué podemos hacer?


¿Qué podemos hacer?


            Esta semana los atentados de Bruselas nos han impactado a todos brutalmente y parece difícil escribir de cualquier otro tema. Pero más allá del inevitable dolor y cuando ya casi todo se ha dicho sobre el tema, inmediatamente surgen las preguntas sobre por qué alguien llega a hacer esto, y por otro lado, qué se puede –o se debe- hacer para impedir que este tipo de acciones vuelvan a repetirse, o terminen por convertirse en una situación común o frecuente o, en el peor de los casos, alcancen su objetivo último, que es obviamente dañar, destruir y derrotar a la civilización occidental. Creo que la primera cuestión no debe abordarse con el propósito de justificar o explicar estas acciones, ni tampoco de buscar culpas propias en quienes somos únicamente las víctimas. Tema totalmente diferente es el planteamiento de la posición a adoptar ante los inmigrantes, así como la de la necesidad de reconocer sus derechos e integrarlos en nuestras sociedades.

Pero ahora quiero centrarme en la cuestión de qué hacer para evitar este tipo de atentados salvajes. En primer lugar podemos pensar en los Estados occidentales y sus gobernantes como principales responsables de adoptar las medidas necesarias. Creo que ello es cierto. Y aquí nos aparece la paradoja propia de nuestra civilización, consistente en que se deben hacer todos los esfuerzos para defender los valores que la identifican y que tanto ha costado implantar (y a veces parecen todavía deficientemente implantados), como son los de derechos humanos (libertad, igualdad, dignidad), democracia y limitación del poder; pero para defender los derechos no cabe renunciar a ellos o cambiar las reglas del juego a quienes atenten contra ellos, pues entonces, ¿qué estaríamos defendiendo? Esa paradoja suele resolverse en todos los Estados serios mediante el establecimiento de posibilidades de suspensión de algunos derechos, sometidas a procedimientos y garantías estrictas, y también a límites. Ello parece sin duda necesario. Pero me temo que para afrontar el origen de esta amenaza hay que ir más allá, actuando con todos los medios necesarios en el plano internacional, incluyendo si es preciso el uso de la fuerza. Esta debe someterse siempre a un obvio principio de proporcionalidad, pero este mismo principio nos lleva a concluir que, cuando es tan grave, la respuesta debe ser contundente, y dirigida en lo posible a acabar con el origen del problema. Pero por otro lado, a cada persona de bien, individualmente, le surgirá la cuestión de qué puede hacer para luchar contra esta lacra o aliviar esta dolorosa situación. Los creyentes siempre pensamos en primer lugar en la oración por las víctimas, tanto las que nos han dejado como las que han de sufrir aquí las heridas físicas o la ausencia de sus seres queridos. Además es comprensible que la rabia y la impotencia se reflejen en el deseo de expresar públicamente el rechazo a la violencia o la solidaridad con las víctimas, y de ahí la profusión de banderas y símbolos alusivos a Bélgica y tendentes a expresar que su dolor es el nuestro. Pero más allá de ello, creo que podemos: 1) manifestar la petición a nuestros gobiernos para que no permanezcan impasibles; 2) mantener la cabeza fría para no renunciar jamás a los valores que nos identifican, y tratar siempre a los demás de acuerdo con estos valores; 3) no confundirnos y nunca intentar que paguen justos por pecadores. Esa será la mejor contribución a la defensa de nuestra civilización.

(fuente de la imagen: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/22/actualidad/1448180719_870912.html).

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