Ciudades
de Iberoamérica: La Paz
Siempre se ha dicho que La Paz es la
capital de Estado que está a mayor altitud del mundo, pero todo tiene que ser
matizado. Para empezar, aunque es la sede del Ejecutivo y el Legislativo,
constitucionalmente el título de capital de Bolivia le corresponde a Sucre.
Para seguir, desde los años 80 del siglo XX “El Alto”, que es la zona con
altitudes cercanas a 4.000 metros sobre el nivel del mar y en la que está el
aeropuerto, es un municipio independiente, que sí puede presumir de ser (lo
dice la Wikipedia que en esto no suele equivocarse), la gran ciudad (de más de
100.000 habitantes) a mayor altitud sobre el nivel del mar. Pero todo esto son
meras curiosidades, porque lo cierto es que La Paz es, mucho más que un
conjunto de datos, una ciudad para vivirla. La Paz es esa ciudad en la que la
comunicación entre barrios, en lugar de en metro, se hace en teleférico. Una
ciudad en la que una mujer pasea con el cochecito de su niño cuesta abajo… y no
puede evitar bajar corriendo. Una ciudad con casi mil metros de desnivel entre
unas zonas y otras, y de cuyas proximidades parte el famoso “camino de la
muerte”, que los más intrépidos se atreven a hacer en bicicleta, descendiendo
en 60 kilómetros ¡3.500 metros! hasta la selva. Una ciudad que desde todos los
emplazamientos mira a una montaña permanentemente nevada, destacando en el
horizonte: el Illimani.
Pero no todo son montañas y
desniveles. La Paz es también una ciudad de gentes tranquilas, serias y
trabajadoras, que se afanan en sus quehaceres. Una ciudad que nació como punto
de descanso en el camino de Potosí a Cuzco, que fue trasladada a los tres días
de su fundación buscando un clima templado, pero que hoy destaca por su clara
personalidad propia y diferente a cualquier otro lugar. Una ciudad de cielo
limpio y azul, aunque en el horizonte a veces las nubes se confunden con la
nieve. Una ciudad con un centro a veces animado y bullicioso. En la Plaza
Murillo las palomas se agolpan, y algunos vendedores dan vida y ambiente a un
centro neurálgico en el que, como en tantos lugares, la iglesia catedral
compite con las sedes del Gobierno y de la Asamblea Legislativa. Una ciudad con
un “Mercado de las Brujas” que expresa como pocos lugares ese sincretismo entre
superstición y religión, y en el que se pueden comprar todo tipo de amuletos y
remedios, acompañados eventualmente de la correspondiente oración: desde fetos
de llama hasta las más variadas soluciones para potenciar el vigor sexual, o
para conseguir, en suma, una vida feliz, plena de dinero y amor. Una ciudad en
la que resulta cotidiano ver a las mujeres con las vestimentas tradicionales,
curiosamente acompañadas de un bombín, influencia que los obreros ingleses
dejaron hace ahora un siglo (al parecer llegó una partida de tallas pequeñas y
eso popularizó este complemento entre las mujeres). Y por si fuera poco, La Paz
es una ciudad que tiene una zona que al propio Neil Armstrong le recordaba a
los valles lunares. Una ciudad, en fin, llena de atractivos y de contrastes. Profundamente
indígena y profundamente hispana, al tiempo animada y tranquila, fría y
calurosa, concentrada y dispersa; distante pero hospitalaria, incómoda pero
acogedora. Una ciudad que merece la pena conocer y vivir.
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