jueves, 21 de abril de 2016

La esencia de la Universidad

La esencia de la Universidad


           
El término Universidad tiene el mismo origen etimológico que Universo. Deriva de “unus” y “vertere”, expresando así la unidad de lo diverso y variado, la unión de los saberes, que se difunden y dan a conocer de una manera abierta. Fue así como, en los inicios de la Baja Edad Media, las escuelas catedralicias fueron convirtiéndose en Estudios Generales, y del “Trivium” de pasó al “Quadrivium”, pretendiendo englobar todos los saberes; más tarde pasó a utilizarse el término “Universitas”. Entre los primeros centros universitarios se suele mencionar a Bolonia, Oxford, París o, en España, Salamanca. La Universidad de Toledo abrió a finales del siglo XV y tendría más de 500 años, aunque hubo de cerrar en el siglo XIX y reabrir ya en la segunda mitad del siglo XX, inicialmente con centros dependientes de la Universidad Complutense, y luego como un Campus de la Universidad de Castilla-La Mancha. En América florecieron las Universidades ya en el siglo XVI, aunque a veces no es fácil precisar cuándo un centro de estudios puede empezar a denominarse con propiedad Universidad, y las dudas entre la cédula regia y la bula papal permiten que siga existiendo un cierto debate entre la Universidad Autónoma de Santo Domingo y la Universidad Nacional de San Marcos en Lima, sobre cuál fue la primera Universidad del nuevo continente.

            Pero no es mi intención terciar en polémicas o debates, que por otro lado tienen interés desde el punto de vista histórico, sino avanzar la idea de que esa universalidad propia de los centros de enseñanza superior habría sido desde su origen su nota esencial. Y más allá de la intención de abarcar todos los saberes, esa universalidad debe predicarse también de los enfoques, las convicciones, las teorías científicas o humanísticas, siempre que se formulen con fundamento y rigor metodológico. En definitiva, no se puede entender la Universidad sin la mayor pluralidad de perspectivas y de opiniones, pero también sin una cierta pretensión de que toda opinión se fundamente de forma lógica o científica, y se pueda formular con la mayor objetividad y neutralidad posible. La Universidad es así enemiga del pensamiento único, del puro adoctrinamiento o del sectarismo, pero también de la pura arbitrariedad o la falta de rigor en la formulación de las opiniones o ideas propias. Desde luego, es obvio que la realidad siempre ha sido más compleja de lo que sugiere el anterior análisis, y que en su larga historia y en su amplísima difusión geográfica, la Universidad ha tenido momentos y lugares en los que la libertad de ciencia, consustancial a su esencia, se ha visto seriamente limitada o coartada. Pero creo que de una manera u otra el espíritu de apertura y la tolerancia han ido siempre abriéndose camino, ya que sin ellos una enseñanza o un intercambio de ideas no puede enmarcarse en el ámbito que calificamos como universitario. Por ello la Universidad no puede sino ser el lugar de encuentro entre la educación como derecho prestacional, y un conjunto de libertades que se predican de todos los miembros de la comunidad educativa: libertad de ciencia, de investigación, de cátedra y de estudio. Y la autonomía universitaria, considerada hoy un derecho fundamental autónomo, no deja de tener un sentido finalista, pues se dirige a preservar dichas libertades. Modestamente, cada vez que doy una clase o una conferencia, participo en un foro o colaboro en su organización, procuro siempre tener muy presente estas ideas de servicio público, libertad y pluralismo.

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