Fiestas
de pueblo
En estas fechas veraniegas tienden a
concentrarse las fiestas de muchos pueblos de España. Nuestro país es muy dado
a las fiestas, hoy hay mil y una oportunidades para la fiesta, la diversión y
el ocio, pero dentro de esta “difícil competencia” entre ofertas festivas, algo
tendrán las fiestas de los pueblos que siempre tienen demanda y son muchos los
que las disfrutan. Por supuesto, en general a cada uno le gustan las fiestas de
su pueblo, y de hecho hay mucha gente que no tiene particular afición a las
fiestas, pero no se quiere perder por nada del mundo las de su pueblo. En
muchos casos, tales fiestas son la ocasión o el pretexto para volver al pueblo.
Por muy viajero que sea alguien o muy lejos que viva, casi siempre desea estar
en su pueblo el día de las fiestas, del mismo modo que hará todo lo posible por
estar con su familia o sus seres queridos el día de su cumpleaños.
Yo me confieso un poco maniático
para el tema de las fiestas de pueblo, en las cuales tengo preferencias que
obedecen a los más variados factores. En realidad, y técnicamente hablando, no
tengo “fiestas de mi pueblo”, o para mejor decir las fiestas de mi pueblo son
las fiestas de Toledo, que es una ciudad imperial, hoy capital regional, pero
que tiene algunas rasgos de poblachón grande. La principal fiesta toledana es
el 15 de agosto, pero no siempre está uno aquí en esas fechas, de tal manera
que en mi caso (y creo que igual sucede a muchos toledanos) el día del Corpus
Christi es a efectos prácticos la fiesta local más importante del año. Tampoco
hay que olvidar el “día del Valle”, entre otras fiestas de gran tradición en
nuestra ciudad. Pero en las ciudades a veces el papel de las “fiesta del
pueblo” lo cumplen las fiestas de los distintos barrios. Yo he disfrutado con
frecuencia las del Polígono (o Santa María de Benquerencia para los más
puristas) y las de Buenavista, aunque también me han gustado siempre mucho
otras como las de san Antón, quizá uno de los barrios toledanos que más se
parece a un pueblecito, y no faltan porrón y tostones y el encanto de las
hogueras y de unas fiestas invernales. Pero también quiero destacar fiestas
propiamente “de pueblo” que de un modo especial han formado parte de mi vida,
entre las que hay que destacar las de Villasequilla, donde viví años y celebré
con gusto San Isidros y Magdalenas. Y para terminar, por muchas razones
considero “fiestas de mi pueblo” las de los pueblecitos del concejo de
Ribadedeva, rincón del oriente asturiano en el cual hay pequeñas y tranquilas
poblaciones que celebran fiestas con modestos puestos de comida o de compras,
pequeñas casetas de tiro, un humilde “vaivén” como único aparato de atracción
para niños (o no tan niños)… y, contra todo pronóstico, dos orquestas espectaculares,
más grandes que las que se ven en televisión. Son fiestas maravillosas porque
transforman la vida local, aunque para mí ver a unos pocos paisanos disfrutando,
muchas veces bajo el orvallo (o bajo la lluvia abierta), de la gran orquesta,
es sobre todo una experiencia curiosamente melancólica. En fin, aunque sé que
esto no se puede demostrar científicamente y algunos lo achacarán a la sidra,
en estas fiestas hay pueblos que cambian de sitio, ánimas que pasean por la
carretera, y siempre es posible encontrarse con xanas custodiadas por
cuélebres…
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