jueves, 11 de septiembre de 2014

Esperando el nuevo Diccionario

Esperando el nuevo Diccionario





            Cada nueva edición del Diccionario de la Real Academia Española es, sin lugar a dudas, un importante acontecimiento cultural, dada la trascendencia que tiene para nuestro idioma, que es el instrumento de comunicación para quinientos millones de habitantes en todo el mundo. En sus más de trescientos años, la Academia ha intentado  hacer realidad el lema de “limpia, fija y da esplendor”, y desde 1726-1739, fecha del primer “Diccionario de autoridades”, ha utilizado como instrumento esta vía. Es, sin duda, una labor extremadamente difícil, e incluso un tanto paradójica, pues por un lado se supone que ha de establecer las normas y criterios para que el idioma se conserve, mantenga la unidad en ámbitos geográficos muy distantes, y sea utilizado correctamente, lo que es imprescindible de cara a poder desempeñar su esencial función comunicativa entre tantos millones de personas; pero por otro lado, la Academia no “crea” el idioma ni es dueña del mismo, dado que este es precisamente patrimonio de quienes lo hablan y escriben. Por ello nuestra lengua, como cualquier otro idioma vivo, es una realidad esencialmente dinámica y cambiante.



Tanto es así que el número de palabras incluidas en el Diccionario prácticamente se ha duplicado desde la primera edición hasta la vigésima tercera, que ya está cerrada y verá la luz en las próximas semanas. Alcanzará las 93.000 voces, lo que supone unas cinco mil más que en la edición anterior, publicada en 2001. Se incrementan también las acepciones hasta llegar a 200.000 (por ejemplo, la palabra “tableta”, que ya existía, incorpora una nueva acepción vinculada al dispositivo informático que algunos llaman incorrectamente “tablet”). Se incorporan americanismos extendidos para mantener la unidad del idioma (aquí se cita como ejemplo curioso “jonrón”, derivada del inglés “home run” y muy utilizada en países con gran afición al béisbol como Cuba o Venezuela). En suma, como no puede ser de otro modo, desparecen algunas palabras en total desuso, tales como bajotraer, boleador, dalind, fenicar o sagrativamente; mientras que se incorporan nuevos términos bien conocidos por la mayoría de los hablantes como cameo, bótox, cortoplacista, dron, pilates, precuela, y otros neologismos vinculado el vertiginoso mundo de las nuevas tecnologías, como hipervínculo o tuit. Precisamente en este ámbito la labor es particularmente delicada por el elevado dinamismo de este terreno, y porque a pesar de todo el Diccionario debe fijar el idioma y no ser meramente un diccionario de uso, y ahí cabría preguntarse por qué se incorpora tuit y sus derivados como tuitear, pero no guasapear o guguelear (o quizá lo más prudente sería esperar en todos los casos y ver la evolución del idioma). Otra crítica realizada por algunos es el mantenimiento de voces claramente despectivas o utilizadas para el insulto, pero la Academia, que en esta edición ha hecho un gran esfuerzo para eliminar connotaciones machistas u homófobas, justifica el mantenimiento de ciertas palabras por la esencia de su labor, que es reflejar el idioma vivo y no innovarlo o alterarlo, y lo que sí ha hecho es añadir el calificativo “malsonante” a algunas palabras como “mariconada”.  

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