Volver
a Toledo
Quienes
con alguna frecuencia viajamos, sea por ocio o por motivos académicos, sabemos
que cada viaje está siempre cargado de expectativas, experiencias y de sensaciones. En unas horas de avión, de
tren o de coche da tiempo a pensar y a dejar volar la imaginación, imaginándose
cómo será el lugar de destino, y si ya es muy conocido, qué nos deparará la
estancia. El viaje de vuelta también suele ir acompañado de sensaciones y
pensamientos, deseando volver a ver a los familiares (si es que no nos
acompañaban), y acaso temiendo el regreso a la rutina. Pero por alguna razón la
vuelta tiene siempre algo diferente. Seguramente los lectores coincidirán
conmigo en que por alguna razón casi siempre los trayectos de vuelta se hacen
más cortos que los de ida. Si el viaje resultó satisfactorio, y especialmente
cuando fue un viaje vacacional o de puro ocio, el regreso suele hacerse menos
apetecible y acaso más tedioso, y los psicólogos y sociólogos ya hablan del
síndrome o la depresión postvacacional, que es la forma científica de referirse
al disgusto o pena que a muchos ocasiona volver a su trabajo después de unas
felices vacaciones.
Sea
como fuere, volver a Toledo es diferente. Estoy seguro de que muchos toledanos
han experimentado, como yo, esa satisfacción que da, cuando uno vuelve un poco
decaído después de un feliz viaje, ver por primera vez el perfil de la ciudad
desde la carretera. La entrada en tren es lamentablemente mucho menos agradable
a la vista, y nos muestra en primer plano construcciones y espacios mucho menos
agradables (algo que convendría sin duda mejorar), pero en cualquier caso, desde
que uno pisa nuestra preciosa estación neomudéjar, la sensación vuelve a ser la
misma. Y es que Toledo nunca decepciona. No siempre el lugar del destino de un
viaje resulta atractivo, pero incluso cuando llego de un viaje a un lugar lejano
y exótico, de una estancia relajante en la naturaleza o en una hermosa playa
(eso que por desgracia nos falta en Toledo), o del lugar más idílico que se pueda
imaginar, Toledo siempre me parece un lugar precioso. Las comparaciones son
odiosas, pero incluso al volver de las ciudades mas maravillosas que he podido
conocer, no puedo dejar de pensar que Toledo las iguala o supera. Como el amor
de una vida, Toledo nunca deja de gustar, a Toledo siempre se desea volver. No
es solo la sensación de estar en casa, sino la convicción de que la “casa” de
los toledanos es maravillosa. De que la ciudad nos espera. A veces, por motivos
no explicables, la distancia recorrida en el viaje se hace todavía más larga,
la sensación de lejanía se acentúa, y entonces el regreso es más anhelado,
Toledo es más deseada, siento más queridos a los seres queridos que aquí tengo.
Es el milagro de Toledo. Quienes sentimos que aquí están nuestras raíces, no
podemos imaginar un sitio mejor para vivir. Ni un lugar mejor para regresar.
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