miércoles, 27 de noviembre de 2013

El Salto del Caballo


El Salto del Caballo


            
Hace ahora cuarenta años que se inauguraba el estadio toledano del Salto del Caballo. Ahí es nada. Yo tengo algún recuerdo remoto de ver partidos en el anterior estadio del “Santa”, en la avenida Carlos III, pero me acuerdo con nitidez de las tardes pasadas en mi niñez en el Salto del Caballo. Un estadio que se inauguró con un amistoso entre mis dos equipos favoritos (a los que hay que añadir, por supuesto, la selección, sin que sea posible establecer orden ni preferencia entre ellos), que son el Atlético de Madrid y el Toledo. En esos años 70, aunque no sabría precisar bien los tiempos ni las fechas, el C.D. Toledo tuvo alguna temporada excelente, si bien según recuerdo militaba en primera regional preferente. Y allí iba yo, de la mano de mi padre, las tardes dominicales cada catorce días, sin faltar ninguna. Y con mi camiseta verde, que no era oficial ni nada, una simple camiseta verde, pero mi padre le cosió un número a la espalda, y listo (yo creo que tampoco había camisetas oficiales). El caso es que disfrutaba del partido, tomábamos algún refresco, mi padre se fumaba un purito, y el Toledo ganaba. Así siempre. Excepto una tarde (¿qué fecha sería? imposible recordarlo) en la que el Toledo jugó con el Aranjuez y perdió 2-3. Y yo no sé si sería culpa del árbitro, del terreno de juego, de la mala suerte reiterada, o de todo ello, pero yo me eché a llorar mientras mi padre sacaba a colación todos esos factores y además decía que no tenía importancia, que seguíamos los primeros, que no siempre se puede ganar, y utilizaba todos los argumentos que se le ocurrían para consolarme.  Hay que alegar en mi descarga, además del hecho de que yo estaba en mi más tierna infancia y vestía pantalón corto como era de rigor, y que como ya he dicho no teníamos en aquella temporada precedente alguno de derrota en casa, la circunstancia de que a nuestro lado estaba una familia que animaba constantemente al Aranjuez sin pudor ni recato alguno, y celebraba sus goles con una carga adicional de recochineo que era imposible ocultar, y eso resultaba particularmente hiriente.


            Con el tiempo, y para ser sincero, me he ido distanciando algo de los estadios, lugares que ya no se me antojan tan idílicos. Pero no he dejado de vivir con intensidad los buenos y malos resultados del Toledo, que ya nunca se ha separado de este estadio (por cierto, quizá algún lector sepa y me pueda decir a qué obedece el nombre elegido para ese lugar de nuestra ciudad). Los ascensos, los descensos, el momento en que se rozó la primera división cuando perdimos la promoción con el Valladolid, el momento en que el Toledo eliminó a todo un Real Madrid de la Copa del Rey. Momentos grabados en la historia del Club, en la de este estadio mítico para los toledanos, y también en la biografía personal de cada seguidor del Toledo. Para el Toledo, el Salto del Caballo es prácticamente la mitad de su historia. Para mí, este lugar emblemático en el que entré por primera vez poco después de empezar a ir a la escuela, es toda una vida.

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