De
mayúsculas, cargos e instituciones
Uno
de los errores ortográficos más frecuentes en el lenguaje oficial es el abuso
de las mayúsculas. Este error, además, se extiende al lenguaje jurídico,
académico, e incluso al lenguaje periodístico. Se diría que la “mayusculitis”
es uno de los males más frecuentes y acusados en gran cantidad de textos y de
contextos. Particularmente es llamativa la tendencia a escribir con mayúscula
inicial los nombres de títulos y cargos. Pero hoy ese uso carece de toda
justificación. Es sabido que los nombres comunes se escriben con minúscula, y
los nombres propios, con mayúscula inicial. Por ello los títulos y cargos han
de escribirse con minúscula, a diferencia de las instituciones. Por si quedase
alguna duda, varios textos que debemos utilizar como pauta la despejan. En
primer lugar, la Ortografía de la lengua
española del año 2010 nos indica que “los sustantivos que designan títulos
nobiliarios, dignidades y cargos o empleos de cualquier rango (…) deben
escribirse con minúscula inicial por su condición de nombres comunes, tanto si
se trata de usos genéricos (…) como si se trata de menciones referidas a una
persona concreta”. Añade la Ortografía que, “aunque por razones de solemnidad y
respeto, se acostumbra a escribir con mayúscula inicial los nombres que
designan cargos o títulos de cierta categoría en textos jurídicos,
administrativos y protocolarios (…) se recomienda acomodarlos también en estos
contextos a la norma general y escribirlos con minúscula”. De esta manera, la
Ortografía se muestra algo más estricta que el Diccionario panhispánico de dudas, que es de 2005 y está
precisamente en proceso de adaptación a las nuevas Ortografía y Gramática, que
se limitaba a constatar esa costumbre de textos jurídicos y oficiales, sin
aprobarla ni desaconsejarla. Por lo demás, las Directrices de técnica normativa, que también fueron aprobadas en
2005, contienen un mandato general: “El uso de la mayúsculas deberá
restringirse lo máximo posible”.
Así
que, por mucho que a algunos les resulte extraño, hay que escribir, por
ejemplo, “rey”, “presidente del Gobierno”, “jefe del Estado”, “ministro”, o
“decano de la Facultad”. Desde luego, hay que reconocer que no pocas normas
incumplen estos criterios, comenzando por la propia Constitución, que proclama
por ejemplo: “El Rey es el Jefe del Estado…” (artículo 56.1), o “El
Gobierno se compone del Presidente, de los Vicepresidentes, en su caso, de los
Ministros…” (artículo 98.1). Desde luego, cuando se citen literalmente estos y
otros preceptos, habrá que transcribirlos con mayúscula, pero fuera de este
caso, permanece la regla claramente derivada de nuestra Ortografía. No sé muy bien a qué responde esa tendencia al abuso de
la mayúscula en estos contextos, pero pienso que acaso derive de un deseo de
dar gran relevancia a la persona que ocupa el cargo, rodeándola del boato que
parece derivar de la mayúscula; o a la intención de transmitir a los ciudadanos
un deber de respeto, cercano al temor reverencial, hacia quien ostenta un cargo,
como si fueran súbditos. O, lo que es peor, a un intento de equiparar a la
persona que desempeña el cargo con la propia institución. Pero las cosas no son
así: hoy, quien ocupa un cargo, ha de estar al servicio de la comunidad y no
situarse por encima de ella ni reclamar “obediencia” (se obedece a normas y no
a personas), ni más respeto que el que se debe a toda persona, y el que deriva
del honor que supone encarnar temporalmente la institución. Las personas pasan,
las instituciones permanecen, y a veces se diría que incluso “sobreviven” a
aquellas.
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