La contraposición entre el Bien y el
Mal es una idea constante en nuestra cultura. Por supuesto, como conceptos o
ideas generales son antitéticas, pero por la misma razón se necesitan
mutuamente. En la cultura cristiana, Dios se contrapone al Maligno, del
demonio, Satán o Belcebú… pero este último nombre deriva de un dios filisteo,
posteriormente adoptado por algunas religiones abrahámicas como un demonio. Ya
sabemos que según muchas tradiciones el demonio no deja de ser un ángel caído.
Si existe el demonio, necesariamente ha de existir Dios, aunque también podría
pensarse que Dios no tendría sentido sin el objetivo de vencer al demonio, al
mal. La relación es tan intensa, que autores como Alberto Ibáñez plantean una
teodicea de la ambivalencia, según la que Dios no puede ser solo bueno, ya que
un Dios creador todopoderoso, pero ajeno e irresponsable frente al mal,
supondría un exceso reductor de un ser ilimitado. De hecho, una de las grandes
dificultades de algunas religiones es explicar cómo un ser que todo lo puede es
capaz de permitir el mal, el dolor o el sufrimiento.
En un plano más “de andar por casa”,
hace poco volvía a leer la noticia recurrente de la polémica generada en
algunos lugares por la práctica tradicional de quemar o apalear al final de la
Semana Santa a un muñeco que representa a Judas, que no parece muy compatible
con los sentimientos piadosos, aunque es comprensible como símbolo de rechazo
al mal. También unas señoras muy cristianas debatían hace poco sobre si estaría
permitido o sería recomendable, para acabar con guerra en Ucrania, rezar para
que acaben los días de Putin… Parece más cristiano, aunque no sé si igual de
práctico, rezar para que Dios toque su corazón y le impulse a dejar de provocar
el daño que está generando. Pero en algunos casos… es difícil resistirse a la “tentación”,
por ejemplo, de rezar para que gane tu equipo una final de fútbol que es lo
mismo que meter a Dios en la contienda y pedirle que pierda el “enemigo”, o
mejor dicho rival. Nuestra tendencia al maniqueísmo es demasiado intensa, pero
en la realidad el Bien y el Mal se mezclan a veces hasta confundirse. En latín
hay que distinguir el sentido de “inimucus”, que es simplemente el “no amigo”
entendido en un plano singular o individual, de “hostis” que es el enemigo en
un sentido global y colectivo (aunque en latín arcaico esta palabra designaba
simplemente al extranjero, incluso al huésped). Por eso, aunque la Cruz de la
Victoria dice “hoc signo vincitur inimicus”, lo verdaderamente importante, lo
que realmente debemos pedir los creyentes a Dios, es aquello que dice la
preciosa oración “Anima Christi”: “ab hoste maligno, defende me”. O como dice
mi madre, “líbranos del Enemigo, que de mis enemigos ya me libraré yo” (si
puedo). Sabemos que no podemos evitar el mal, que es la otra cara del bien.
Pero no por ello debemos dejar de luchar contra el Mal, y volviendo a Alberto
G. Ibáñez, “solo actuando juntos y no divididos (que es lo que quiere el mal)
podremos hacerle frente”.
(Fuente de la imagen: https://sanmiguelarcangel.net/2021/02/04/san-miguel-arcangel-en-la-lucha-contra-el-maligno-enemigo/ )
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