miércoles, 29 de marzo de 2017

¡Viva Europa!

¡Viva Europa!


            Sí, lo sé. En estas fechas no parece que haya demasiado que celebrar. La Unión Europea es el fruto de un largo, lentísimo e inacabado proceso de integración. Siendo optimistas, dos pasos adelante y uno atrás. Mucha burocracia y todo muy aburrido. Y demasiadas crisis. Primero la “nonnata” Constitución europea, ahora el Brexit o la crisis de los refugiados. Demasiadas veces ha faltado una voz única en el ámbito internacional, y han sobrado voces individuales y divergentes. Demasiadas veces los Estados miembros, más que como un grupo de amigos, o al menos de socios leales, se han comportado como una mera agrupación estratégica y coyuntural de intereses, y a veces los foros han parecido más esas reuniones de mafiosos que vemos en las películas, en las que aparentemente todos son amigos y familia, pero en realidad nadie se fía de nadie. Y bueno, lo que dice ser una unión política basada en valores comunes, ha parecido demasiado tiempo esa “Europa de los mercaderes” en la que siempre parecían primar los intereses económicos, hasta el punto de que hasta el año 2000 “se olvidó” que no teníamos declaración de derechos propia, y hasta el año 2007 dicha declaración careció del valor jurídico propio de los tratados. Y, sin embargo…


            Sin embargo, no cabe duda de que este proceso de integración europea se ha asentado siempre en esas “tradiciones constitucionales comunes” de las que hace ya décadas habló el Tribunal de Justicia, y que no son sino los derechos, la separación de poderes, el Estado de Derecho y la democracia. Es un hecho que se ha logrado aprobar uno de los textos más avanzados del mundo en materia de derechos fundamentales. Que se trata del proceso de integración política supranacional más sólido e intenso que se haya producido jamás en el mundo. Que a pesar del siempre reiterado “déficit democrático”, hemos logrado el Parlamento supraestatal elegido por el pueblo que más poderes efectivos asume en la aprobación de las normas que rigen nuestra convivencia. Que toda esa burocracia muchas veces es el resultado de formas de colaboración y participación más intensas que las que a veces vemos en el interior de Estados como España. Que la Europa siempre acusada de insolidaria ha destinado inmensas cantidades de fondos a mejorar el nivel de vida, y ha favorecido el desarrollo social y económico de países como el nuestro. Que, aun con esa lentitud y pereza a veces desesperantes, se ha preocupado más que ninguna otra organización supranacional por los derechos de los que aquí habitamos, y de los muchos que de uno u otro modo han llegado. Que, al menos en el ámbito de la cooperación reforzada, Europa ha dejado de ser esa realidad alejada de la vida cotidiana de los ciudadanos que cobramos y pagamos en euros y circulamos con libertad dentro de la zona Schengen. Precisamente viajar por cualquier ciudad europea es la mejor manera de darse cuenta de que uno no puede sentirse allí extranjero, porque compartimos una cultura común. Esa sensación que, de algún modo, los españoles solo sentimos en Europa o en Hispanoamérica, pero conviene tener presente que España significa mucho más para estos países hermanos del otro lado del Atlántico, gracias a su pertenencia a Europa. No podemos estar orgullosos de todo lo que ha hecho la Unión o cada uno de los Estados miembros, pero en este año clave, en el 60º aniversario del Tratado de la Comunidad Económica Europea (y 25º del Tratado de la Unión Europea), sí podemos estar orgullosos de ser y sentirnos ciudadanos europeos, y pertenecer a uno de los espacios más prósperos y más avanzados del mundo en materia de derechos y democracia.  

(Fuente de la imagen: https://blogeuropeo.eu/2013/03/12/los-estados-unidos-de-europa/ )

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