jueves, 6 de octubre de 2016

Referéndum y democracia

Referéndum y democracia



            Para Rousseau, la representación es la muerte de la democracia. Cuando el pueblo elige representantes, ya no es libre, ya no existe. Pero en nuestras sociedades, bastante amplias y complejas, parece impracticable un modelo de democracia directa. Ello no es óbice para que, dentro de nuestros sistemas representativos, puedan introducirse mecanismos que posibiliten la participación directa de los ciudadanos. Ahí aparece el referéndum, que cuando es vinculante permite apelar de forma directa a la soberanía popular para la adopción de decisiones políticas (plebiscito) o la aprobación de normas. Es innegable que el referéndum es un instrumento importante de democracia directa, y que su utilización prudente en determinadas circunstancias puede resultar muy positiva y adecuada. Dicho esto, no creo que se pueda afirmar categóricamente que, por sistema y en todo caso, la adopción de decisiones por referéndum implica un mayor nivel de democracia que su aprobación por otras vías, como pueden ser los representantes populares (además, esas otras vías también pueden y deben permitir la participación ciudadana en el proceso). La historia y el análisis comparado ponen de relieve que, en ciertos contextos, el recurso al referéndum no refleja mayor calidad democrática, sino que ha sido a veces un instrumento, más o menos condicionado, para la mera ratificación y relegitimación de decisiones previamente adoptadas por el poder. Para valorar este instrumento participativo, hay que tener en cuenta factores como el contexto político y social, el sistema de comunicación y difusión de la consulta, y elementos como la claridad de la pregunta, la sencillez de las alternativas, la complejidad de la cuestión a resolver. Baste pensar que el pronunciamiento popular sobre un texto constitucional o legal de muchos artículos requiere un esfuerzo de simplificación y síntesis para ofrecer una respuesta global a lo que normalmente será un conjunto de acuerdos y desacuerdos. Igualmente, intentar resolver cuestiones complejas y que pueden permitir diversas alternativas, con un “sí” o un “no”, no siempre es la fórmula más adecuada.

            En los últimos meses hemos encontrado varios ejemplos de referéndums cuyos resultados pueden resultar “llamativos”, y desde luego no eran los esperados por la autoridad legítima que los convocó. Me refiero al referéndum del “Brexit”, y al más reciente sobre los acuerdos de paz en Colombia. Algunos han venido a afirmar que “los referéndums los carga el diablo”, pero yo desde luego no comparto esa afirmación. Lo que sí parece cierto es que se trata de procesos cuya respuesta puede ser más compleja o susceptible de una interpretación y análisis matizado. Yo no sé si la exigua mayoría que en el Reino Unido votó por el Brexit realmente hubiera hecho lo mismo si una de las opciones hubiera contemplado la permanencia en la Unión, en condiciones diferentes. Ni, desde luego, creo que la mayoría de colombianos que han rechazado los acuerdos de paz, estén en contra de la paz, sino de las condiciones de la misma. En suma, conviene insistir mucho más en las condiciones para que la adopción de decisiones sea más deliberativa y participativa en nuestras sociedades, que en la necesidad de que esas decisiones se ratifiquen necesaria y directamente por un pueblo que quizá no participó en absoluto en su gestación, no fue suficientemente informado, o no puede elegir terceras opciones.

(fuente de la imagen: http://www.gerardoperez.es/2014/02/)  


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