miércoles, 12 de octubre de 2016

Sobre símbolos

Sobre símbolos


            Los símbolos tienen una enorme importancia política. Como ya pusiera de manifiesto el excelente ensayo de Manuel García Pelayo titulado “Mitos y símbolos políticos”, juegan un papel esencial en el proceso integrador que trata de convertir una pluralidad social en una unidad de poder. A ese proceso, nos decía García Pelayo, contribuyen tanto una vía racional, como una irracional, a la que pertenecen los símbolos. Por eso los símbolos políticos nos remiten a emociones, sentimientos e impulsos. Con todo, las Constituciones, que representan claramente un intento  de racionalización del poder, no han dejado de incorporar algunos símbolos, probablemente para tratar de generar, más allá de la obligación de acatamiento, un “sentimiento constitucional” que implique una identificación de la comunidad política. En cualquier caso, como los sentimientos pueden ser más o menos compartidos, en la medida en que son individuales, libres y no siempre controlables, aunque cabe exigir siempre respeto a todos los símbolos que la Constitución reconoce como oficiales de un Estado, su efecto realmente integrador dependerá de muchos otros factores sociales, políticos e históricos. La propia Constitución tiene un efecto simbólico en la medida en que puede generar un apego que se identifica con el que muchos ciudadanos sienten por su nación o su historia. En Estados Unidos esta identificación resulta evidente para la mayoría. Por ello allí no fue necesario elaborar un concepto como el de “patriotismo constitucional”, ya que todo patriotismo suele ser constitucional, y el apego por la Constitución se confunde con un sentimiento patriótico y de identificación con su historia. Fue en Alemania donde se trabajó esa idea del patriotismo constitucional, para destacar que, tras el régimen democrático de la Ley Fundamental de Bonn, el sentimiento patriótico se desvinculaba del vergonzoso y reciente pasado nazi para unirse estrechamente con los valores de democracia, dignidad humana y derechos fundamentales consagrados en esa norma suprema.


            Creo que en España ese concepto también sigue resultando necesario, cuando ya casi han pasado cuatro décadas de la Constitución de 1978. Algunos, desde unas u otras posturas, parecen querer insistir en la identificación de los símbolos constitucionales con un pasado histórico cada vez menos reciente y más felizmente superado, y otros no se atreven a exhibirlos por complejos variados, o para evitar esa identificación. Por cierto, los únicos símbolos constitucionales son el rey (símbolo de la unidad y permanencia del Estado) y la bandera, que, con breves excepciones, identifica a nuestra nación desde hace casi tres siglos, cuando Carlos III la aprobó buscando un pabellón que destacase. Dicen que la elección de los colores rojo y amarillo tuvo algo que ver con ser predominantes en los símbolos de los antiguos reinos, sobre todo en la Corona de Aragón. Pero aquí a algunos parece que les gustan las “guerras de banderas”. Creo que ya conté que me tocó vivir nuestro único título mundial de fútbol en Ciudad de México, y en la celebración posterior, que fue multitudinaria, me llamó la atención la convivencia (no tan frecuente en nuestro suelo) entre nuestra bandera constitucional, la republicana, y varias propias de algunas Comunidades Autónomas. Comprendí que todos celebrábamos lo mismo, y cada uno mostraba el símbolo que mejor definía su manera de ser y sentirse español.

(fuente de la imagen: http://fotorecurso.com/image/lt) 

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