Sefardíes
Aunque eso de la convivencia
pacífica entre las tres culturas durante siglos tiene algo de mito, creo que
también tiene algo de realidad, o al menos la circunstancia de una
coexistencia, no exenta de roces y problemas pero más o menos pacífica (y desde
luego uno piensa que en muchos aspectos más pacífica que hoy), entre judíos,
musulmanes y cristianos. Esa convivencia se produjo durante el dominio del
Islam, y luego también tras la reconquista, en diversas ciudades, siendo Toledo
una de las más emblemáticas, lo que le ha valido el título oficioso de “ciudad
de las tres culturas”. Como es sabido, los Reyes Católicos acabaron con ese
período al expulsar a los judíos en 1492. En todo caso, ese reconocimiento
simbólico a Toledo es importante y de alguna manera debe sellar en los
toledanos (y en realidad, en todos los españoles) una impronta de tolerancia y
de respeto. Hoy, sin embargo, parece que esos conceptos están un poco
devaluados. O quedan más bien para el terreno de la demagogia y de lo
políticamente correcto, sin que se haga realmente mucho por aplicar esos
valores y extraer sus consecuencias prácticas. Más allá de ese apelativo
simbólico, no estoy del todo seguro de que Toledo destaque por la amabilidad
con los muchos visitantes temporales o con los que vienen a quedarse. Tampoco
sé si España se caracteriza por un trato abierto y respetuoso con todo el que
llega de fuera, y aunque no se pueda generalizar, he de decir que en varias
ocasiones he escuchado versiones que describen situaciones tensas o incluso despectivas
con el que pretende entrar en el país, especialmente si es sospechoso de ser
inmigrante, o con quien pretende regularizar su situación.
Pero hoy quiero centrarme en el
significado de los sefardíes para la propia identidad española. Es sabido que
los descendientes de aquellos judíos que fueron expulsados hace más de cinco
siglos conservaron su idioma y su cultura, y hoy algunos cientos de miles de
personas (o incluso algunos millones según algunos estudios) dispersas por el
mundo son descendientes de aquellos judíos sefardíes, y algunos de ellos conservan
todavía esa lengua que es nuestro mismo castellano, pero mucho más parecido al
que en la península se hablaba hace siglos. Algunos estudios apuntan que un 20%
de los españoles tiene ascendencia sefardí. Se conservan pocas sinagogas
históricas, pero en eso Toledo esta a la cabeza con la del Tránsito y la de
Santa María la Blanca. Es conocida la anécdota, no sé si más o menos real, de
que después de siglos algunos sefardíes volvieron a Toledo con la llave de su
casa en nuestra ciudad, que había pasado durante generaciones de padres a
hijos, y comprobaron que aún podía abrir la puerta de aquella residencia. Nuestra
historia, nuestra cultura y nuestro arte tienen están plagados de huellas de
los judíos. Hay infinidad de aspectos que hacen que España siga siendo en parte
judía, y que los sefardíes sigan siendo plenamente españoles. Por eso sorprende
la falta de reconocimiento oficial a la labor de esta comunidad. Y por ello es
de aplaudir la reforma legal aprobada hace unos meses (y que en muchos medios
no pasó de ocupar un pequeño párrafo), que permite a los descendientes de
aquellos sefardíes, con el cumplimiento de ciertos requisitos, adquirir (aunque
quizá fuera más propio decir “recuperar”) la nacionalidad española. Un acto de
justicia y reparación que resultaba imprescindible.
(fuente de la imagen: https://yadbeyad.wordpress.com/tag/refranes-sefardies/)
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