jueves, 9 de abril de 2015

¿Definiciones ofensivas?

¿Definiciones ofensivas?
            


Indudablemente, un idioma pertenece a quienes lo hablan y lo escriben, y su evolución viene marcada por el uso que estos hacen de las distintas palabras. Estas nacen, se desarrollan, adquieren o pierden significados diferentes, y pueden terminar por caer en desuso. Pero para que el idioma se mantenga como un instrumento común que permita entenderse a millones de personas (a veces cientos de millones y en muy distintos ámbitos geográficos) es necesario que se fijen criterios que permitan distinguir cuál es, en un momento dado, el uso correcto de cada término. Este es uno de los motivos por los que la labor de la Real Academia de la Lengua resulta tan compleja. El Diccionario no puede ser meramente un diccionario “de uso” (dejando a un lado el caso de los diccionarios específicos), pero desde luego no puede ignorar el empleo que los hablantes hacen de cada palabra y el sentido que le dan. Ahí aparece la tensión entre el “ser” y el “deber ser”, entre la función descriptiva y la prescriptiva, siendo ambas consustanciales al diccionario. Apuntaré unos pocos ejemplos.


            Aunque nuestra Constitución se refiere en su artículo 49 a la protección de los “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos”, hoy el término “disminuido” que el Diccionario de la RAE define como “que ha perdido fuerzas o aptitudes, o las posee en grado menor a lo normal”, está prácticamente desterrado en este contexto, como también lo está su sustituto “minusválido” que sin embargo sigue significando “discapacitado”. Pero es que incluso esta última palabra (“discapacitado”, en realidad un calco del inglés “disabled”) comienza a ser sustituida por perífrasis como “personas con discapacidad” o incluso “personas con capacidades diferentes”, a pesar de que su definición nos remite inequívoca y exclusivamente a una persona “que padece una disminución física, sensorial o psíquica”. Así que cada eufemismo termina siendo una palabra tabú, y a pescadilla termina mordiéndose la cola. Otro ejemplo: ¿debe o no recoger el Diccionario las palabras “marica” y “maricón”, y en caso afirmativo cómo definirlas? Es claro que el Diccionario no debe eludir u ocultar los insultos o palabras malsonantes, pero debe indicar esta característica o cualidad. Por eso parece acertado (y por lo que parece, ha sido bien valorado por algunas asociaciones de gais) que la última edición del Diccionario, manteniendo las palabras, haya eliminado la acepción de “maricón” como “sodomita”, señalando “despect. malson”, y remitiéndose a “marica”, en cuyas acepciones, con la excepción de “urraca” (un ave similar al cuervo), se especifica el carácter malsonante o de insulto que tiene esta palabra. Idéntica lógica parece justificar la reivindicación del colectivo gitano de que la RAE retire la quinta acepción de la palabra “gitano, na” que la define como “trapacero”, sin otra indicación que “u.t.c.s.”; Este significado se ha incorporado en la nueva edición, aunque al tiempo haya desparecido la acepción coloquial “que estafa u obra con engaño”. Si bien por desgracia algunas personas pueden dar ese sentido u otros similares al término, el sentido prescriptivo del Diccionario, y la mera conveniencia de reflejar el sentido o matiz habitual que tienen las palabras, harían recomendable, como mínimo, que se indique el sentido despectivo o insultante que tiene esa acepción.    

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