¿Definiciones ofensivas?
Indudablemente,
un idioma pertenece a quienes lo hablan y lo escriben, y su evolución viene
marcada por el uso que estos hacen de las distintas palabras. Estas nacen, se
desarrollan, adquieren o pierden significados diferentes, y pueden terminar por
caer en desuso. Pero para que el idioma se mantenga como un instrumento común
que permita entenderse a millones de personas (a veces cientos de millones y en
muy distintos ámbitos geográficos) es necesario que se fijen criterios que
permitan distinguir cuál es, en un momento dado, el uso correcto de cada
término. Este es uno de los motivos por los que la labor de la Real Academia de
la Lengua resulta tan compleja. El Diccionario no puede ser meramente un
diccionario “de uso” (dejando a un lado el caso de los diccionarios
específicos), pero desde luego no puede ignorar el empleo que los hablantes hacen
de cada palabra y el sentido que le dan. Ahí aparece la tensión entre el “ser”
y el “deber ser”, entre la función descriptiva y la prescriptiva, siendo ambas
consustanciales al diccionario. Apuntaré unos pocos ejemplos.
Aunque
nuestra Constitución se refiere en su artículo 49 a la protección de los
“disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos”, hoy el término “disminuido” que
el Diccionario de la RAE define como “que ha perdido fuerzas o aptitudes, o las
posee en grado menor a lo normal”, está prácticamente desterrado en este
contexto, como también lo está su sustituto “minusválido” que sin embargo sigue
significando “discapacitado”. Pero es que incluso esta última palabra
(“discapacitado”, en realidad un calco del inglés “disabled”) comienza a ser sustituida
por perífrasis como “personas con discapacidad” o incluso “personas con
capacidades diferentes”, a pesar de que su definición nos remite inequívoca y
exclusivamente a una persona “que padece una disminución física, sensorial o
psíquica”. Así que cada eufemismo termina siendo una palabra tabú, y a
pescadilla termina mordiéndose la cola. Otro ejemplo: ¿debe o no recoger el
Diccionario las palabras “marica” y “maricón”, y en caso afirmativo cómo
definirlas? Es claro que el Diccionario no debe eludir u ocultar los insultos o
palabras malsonantes, pero debe indicar esta característica o cualidad. Por eso
parece acertado (y por lo que parece, ha sido bien valorado por algunas
asociaciones de gais) que la última edición del Diccionario, manteniendo las palabras,
haya eliminado la acepción de “maricón” como “sodomita”, señalando “despect.
malson”, y remitiéndose a “marica”, en cuyas acepciones, con la excepción de
“urraca” (un ave similar al cuervo), se especifica el carácter malsonante o de
insulto que tiene esta palabra. Idéntica lógica parece justificar la
reivindicación del colectivo gitano de que la RAE retire la quinta acepción de
la palabra “gitano, na” que la define como “trapacero”, sin otra indicación que
“u.t.c.s.”; Este significado se ha incorporado en la nueva edición, aunque al
tiempo haya desparecido la acepción coloquial “que estafa u obra con engaño”. Si
bien por desgracia algunas personas pueden dar ese sentido u otros similares al
término, el sentido prescriptivo del Diccionario, y la mera conveniencia de
reflejar el sentido o matiz habitual que tienen las palabras, harían
recomendable, como mínimo, que se indique el sentido despectivo o insultante
que tiene esa acepción.
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