La
mujer en el Génesis

El primer libro de la Biblia es
fundamentalmente una hermosa alegoría y una interesante pieza literaria, de la
que pueden extraerse muchas enseñanzas. Aunque nos habla de Dios y de la creación,
está obviamente escrito por uno o varios seres humanos, y con independencia del
valor que pueda dársele como forma de revelación de la condición divina, es
obvio que de algún modo transmite la concepción del mundo de su autor, y tal
vez con ella puede reflejar una mentalidad que hoy consideraríamos susceptible
de crítica. Desde esta perspectiva, a veces se ha apuntado el machismo que
aparentemente reflejaría el relato de la creación, del que habría muchos
ejemplos, pero sobre todo dos aspectos significativos que pondrían de relieve
una mentalidad que presupondría la supeditación de la mujer al hombre o la
inferior condición de aquella. El primero de ellos sería el hecho de que Eva
fue creada a partir de la costilla de Adán, y con la finalidad de que este
tuviera compañía; el segundo, la circunstancia de que fue ella quien arrastró a
Adán por la línea del pecado y la consiguiente perdición. La mujer aparecería
así –siempre según esas opiniones- como un ser creado al servicio del varón, y
al tiempo más perverso o con mayor inclinación al pecado que este.
Yo, la verdad, no sé mucho de nada
de esto, pero me parece que el relato puede interpretarse en un sentido muy
diferente, y si se profundiza adecuadamente en el mismo nos manifiesta, muy al
contrario, una superior valoración de la mujer, dentro de la esencial igualdad
de ambos. Para empezar, el hecho de que el autor eligiese como símbolo la
costilla del varón puede interpretarse como una afirmación de la igual dignidad
de hombre y mujer, que estarían así “compuestos” de un mismo material, de una
misma carne (aunque finalmente con origen en el barro, lo que nos recuerda
nuestra insoslayable pertenencia a la Tierra y no deja de ser un “guiño
ecologista”, si se me permite la expresión, aunque esto sería ya tema para otra
ocasión). Hombre y mujer son así radicalmente iguales. Es más, si se sigue el
relato de la creación, se ve que Dios se supera a sí mismo con cada nueva
criatura, comenzando por el cielo y la tierra, siguiendo por los seres
inanimados, y luego por los seres vivos que van “evolucionando” hasta llegar… a
la mujer, que es así, de algún modo, el ser más elevado de la creación. En
cuanto al origen del pecado, baste decir, en primer lugar, que en el mismo
resulta consustancial el deseo de incrementar el conocimiento y de alcanzar la
conciencia del bien y del mal (“eritis sicut Deus, scientes bonum et malum”),
que parecen así más acentuados en la mujer. Y en segundo lugar, que cuando Dios
les interroga, Adán demuestra no haberse enterado de nada de lo que ha pasado
al echarle la culpa a Eva, poniendo una torpe excusa, y es ella la que con
pleno acierto pone el dedo en la llaga al señalar que fue la serpiente quien
les engañó. En fin, frente al varón confundido y cobarde, aparece ahí la mujer
más inteligente y sagaz. O eso pienso yo…
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